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Ángel de los Ríos, un hidalgo campurriano en la Real Academia de la Historia

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Discurso íntegro como mantenedor de las XLVII Justas Literarias de Reinosa el 16 de septiembre de 2011. Teatro Principal.

 

Sr. Alcalde, Sr. Consejero de Obras Públicas del Gobierno de Cantabria, Corporación Municipal de Reinosa, Alcaldes y autoridades de otros municipios de Campoo, Ex-Presidente de la Comunidad Autónoma, Diputadas y Diputados del Parlamento de Cantabria, Reina y Damas de Honor de las Fiestas, Señoras y Señores. Amigos Reinosanos:

                                                                                                  

           Me presento aquí hoy, humildemente, consciente de la tarea que se me ha encomendado de pregonar estas Justas Literarias, tradición cultural de solera y de prestigio de Reinosa en sus Fiestas de San Mateo. Asumo la responsabilidad con mi gratitud personal al Sr. Alcalde y Corporación que me han encargado este honor inmerecido.

       Se lo agradezco, igualmente, al noble pueblo de Reinosa y de Campoo, esta hermosa y emotiva tierra del Sur de Cantabria o del Norte de Castilla, que hace de nexo de unión entre regiones diferenciadas pero hermanas en sentimientos y vocaciones nacionales.

         Estas Justas Literarias, expresión de la inteligencia y los afanes culturales de Reinosa, han tenido otros pregoneros que pasaron por esta tribuna en momentos marcados por diversas circunstancias. Lo hicieron durante mareas de prosperidad y en aguas pacíficas y tranquilas. Sin embargo, en ocasiones, lo hicieron, lo hago yo ahora, en medio de nubes y tormentas y no precisamente las de esta noche. Pero como en toda circunstancia humana, no perdemos la esperanza de buscar y encontrar horizontes nuevos de prosperidad.

       Tiene la grandeza esta tierra de acoger en su seno las fuentes del Ebro que cantaron los poetas latinos al referirse a la presencia por estos parajes del emperador Augusto. Unas fuentes del Ebro que siguen más que nunca dando valor a la nación española al hermanar a territorios que van desde el nacimiento de sus aguas a su desembocadura, allá en Cataluña, la tierra que entendieron y cantaron en catalán José María de Pereda y Marcelino Menéndez y Pelayo.

    Un río, ese Ebro de Fontibre, que une y ha llevado progreso – desde el sacrificio solidario de las gentes campurrianas- a tierras de la Castilla burgalesa, de La Rioja, de Navarra, de Aragón y de Cataluña, demostrando el sentir solidario y existencial de una Patria común.

          En este solar y terruño natal de don Ángel de los Ríos y de tantas otras biografías ilustres, permítanme que me adentre en la historia, que tanto formó parte de sus pasiones y que en frase de Cicerón   es el testimonio de los tiempos, luz de verdad, vida de la memoria, maestra de la vida y anunciadora de lo porvenir”.

           Veo en los orígenes de esta tierra, hace ya unos miles de años, a un pequeño grupo de antepasados que se encontraban apiñados en torno a unas cuantas hogueras mortecinas a orillas de los ríos helados como el Ebro que surge de Fontibre; del Hijar, nacido entre el Tres Mares y el Cuchillón, o del Besaya, Bisalia en latín, nacido en Fresno del Río que llega hasta Portus Blendium, dando su nombre al eje central de la Cantabria actual.

            Aquel embrión primitivo dio vida a esta tierra, de las más antiguas de Cantabria en vocación e identidad históricas. Solo hay que acudir a los textos de autores latinos en los que se reconoce que “el río Ebro tiene sus orígenes entre los cántabros”, que viene a ser como la partida de nacimiento de Cantabria en la historia.

     La misma argumentación que siguió el historiador Enrique Florez cuando en el siglo XVIII puso fin al secuestro del nombre de Cantabria que se perpetró en el siglo XV cuando los historiadores vasquistas con la complicidad de la Escuela de Nebrija se apropiaron de nuestro nombre histórico forjado entre guerras contra los invasores, desde antes de los tiempos frente a Roma hace ahora dos mil treinta años.

          Precisamente en la biblioteca de don Ángel de los Ríos en su Casa de Proaño destacaban los 50 tomos de "La España Sagrada" del P. Florez, uno de los cuales con sus teorías sobre las fuentes del Ebro, sirvió de base para recuperar  el nombre de Cantabria, contando con el dictamen favorable de la Real Academia de la Historia.

            He citado a don Ángel de los Ríos y de los Ríos, uno de los más famosos entre los moradores más brillantes de este solar campurriano, abogado de profesión y escritor e historiador por vocación.

      Hijo de don Ángel de los Ríos Mantilla,  el señor de la torre de los Ríos en Proaño y de doña Inés de los Ríos y Muñoz de Velasco, perteneciente a la Casona de Naveda, vivió treinta años en el lugar, desde 1857, cuando regresó al pueblo tras ocupar importantes cargos en la administración pública de Burgos y Salamanca y ejercer de periodista en Madrid, en el rotativo 'La Esperanza', de rancio sabor católico en el que coincidió con un joven abogado torrelaveguense, también de porte intelectual, Aquiles Campuzano, que murió casi sabio y muy joven.

             Don Ángel de los Ríos llegó a la Real Academia de la Historia el 26 de enero de 1866, día de su elección, a propuesta de la Comisión Mixta de la Institución, dando las gracias por la “honra recibida” desde Madrid y leídas el 9 de marzo del mismo año. Ocupó la categoría de Académico Correspondiente que institucionalizó por Real Orden el Rey Carlos III el 26 de abril de 1770 para todos los ilustres historiadores que no residieran en Madrid.

               De esta manera, el 25 de mayo del mismo año 17 individuos de las clases de Honorarios y Supernumerarios, pasaron a Académicos Correspondientes por no residir en la capital de España y el 17 de agosto, también del mismo año, se hizo la primera elección de esta clase de Académicos, encabezados por Francisco Pérez Pastor y al que siguieron un grupo de diez monjes benedictinos para trabajar en la Colección Diplomática de España, entre los que destacó, a propuesta del General de su Congregación, el montañés Fray Íñigo Barreda, predicador que había sido en el Monasterio de Montserrat de Madrid y residente en su Monasterio de San Salvador de Oña.

         En casi dos siglos y medio, hemos sido sesenta los académicos elegidos por la Real Academia de la Historia. Si en mi ciudad de Torrelavega encuentro como predecesores a dos insignes historiadores como Gregorio Lasaga Larreta y Hermilio Alcalde del Río, en Campoo, antes de don Ángel de los Ríos, llegó a la Real Academia Manuel de Bedoya, Obispo electo de Orense, hijo de Toribio de Bedoya y Palacios y Josefa Díaz Mantilla, natural de Serna de Argüeso, elegido el 6 de diciembre de 1816.

           Fue Ángel de los Ríos de los Ríos un académico entregado a las tareas que le encomendó la institución. En su expediente y en numerosas actas de la Real Academia se relacionan muchas de sus comunicaciones, quedando constancia de haber sido el impulsor de las primeras excavaciones en Julióbriga donde encuentra monedas, medallas y diversos objetos que fue donando a la Academia de la Historia, que en agradecimiento le recompensa mandándole los libros que vaya publicando o que ya publicados tengan en existencia, lo cual le permite tener una excelente biiblioteca histórica.

           En consecuencia, sus  hallazgos arqueológicos, inscripciones, monedas y otros muchos objetos ponen de manifiesto  su actividad incansable y muy eficaz en los treinta y tres años que ostentó el honor de Académico de la Real de Historia, una etapa muy fructífera pero limitada por su sordera, en la que  la lectura y el campo, la pluma y la tierra, el cuidado de la hacienda y el cultivo del intelecto, ocuparon sus acciones más relevantes.

           Por su expediente en el Archivo de la Real Academia conocemos que el 16 de abril del año 1866 –el de su elección- se elevó a la Dirección General de Instrucción Pública un informe de la Academia sobre la publicación de su obra El Libro Becerro de Behetrías, y más adelante, en junta del 27 de dicho mes y año, leyó don Ángel de los Ríos en la sede de la docta casa un trabajo sobre el autor de la Crónica del Rey don Alfonso XI.

            En 1869 escribió y presentó a la Academia su trabajo titulado “La verdad sobre la rebelión de don Sancho “el Bravo”, contra su padre don Alfonso El Sabio, rey de Castilla y Emperador de Alemania” y la Real Academia en junta de 20 de febrero de dicho año pidió a su  Bibliotecario y Académico Numerario, Carlos Ramón Fort, catedrático y rector de universidades, emitiera informe sobre la misma.

            Se elevó don Ángel de los Ríos entre los historiadores de la Real Academia con trabajos de gran nivel investigador que superaron el filtro de la Institución, con títulos de gran interés, entre los que destaco por su interés histórico-regional el referido a los  

            Campamentos romanos en Julióbriga, publicado en el Tomo XIV Boletín de la Real Academia de la Historia del año 1889.

          Otros trabajos reconocidos por la Real Academia llevan por título "El origen de los apellidos castellanos" y "Las behetrías o fueros castellanos", publicados en 1871 y  1876, respectivamente. Ya para entonces, en 1856, había traducido Los Edas del escandinavo antiguo; trabajo por el que el Rey de Suecia le concedió una alta distinción. Otro trabajo importante de su autoría se refiere a Colón y los montañeses en el descubrimiento de América, editado en 1892, con motivo del IV Centenario.

      En el contexto del surgimiento de la novela costumbrista en el último tercio del siglo XIX, nuestro hidalgo campurriano es magistralmente descrito con recios trazos por nuestro escritor, José María de Pereda, en el Capítulo XIV de su gran obra Peñas Arriba. Sirvió don Ángel de informador y figuró como personaje de la novela cumbre perediana al retratarle como un hidalgo erudito cuya vida se desenvuelve en el medio rural, como un campesino más.    

            Pereda no sólo trasmite cabalmente su retrato, sino que da la pista del personaje real cuando ofrece la relación de sus obras. En la dedicatoria que le puso al libro, el novelista le llama “amigo, compañero y colaborador”.

         En efecto, Ángel de los Ríos colaboró muy eficazmente en la preparación y en el texto de la obra, pues Pereda reproduce párrafos enteros de la toponimia del lugar como el historiador campurriano lo describe en la introducción de esa gran obra conjunta, editada por el impresor Lorenzo Blanchard en 1892, que llevó por título De Cantabria.

             Cuando ya muerto don Ángel, Pereda escribió una semblanza de su amigo de Campoo en El Eco Montañés, reproduce el mismo retrato hecho en el libro y cuenta, entre otros sucesos que le hicieron popular, la expedición que organizó un día nevado de diciembre para salvar a un convecino, lo que le sirvió de inspiración para relatar la pérdida de Pepazos y su rescate en el capítulo XXII de la novela.

        Afirma José María de Cossío que todos los personajes de Peñas Arriba fueron una creación, excepto la figura un tanto quijotesca del Hidalgo de Provedaño. En alguno de sus encuentros, Pereda en gesto de amistad y confianza, le confió su primer original sobre Peñas Arriba para que don Ángel le corrigiese posibles errores descriptivos del valle de Campoo.       

        Se ha escrito que aun permanecen algunos salones de la Torre de Proaño con muebles que quedaron reflejados en 'Peñas Arriba' y que Pereda pudo ver en su visita, como la gran 'perezosa' que presidía la vieja cocina, la misma que vio el escritor de Polanco en la Casona de Tudanca. Escritor costumbrista e historiador, se vieron en muchas ocasiones, sobre todo cuando don José María, de regreso de Madrid en el tren mixto, hacía un alto en Reinosa y conversaba con el cronista de Cantabria.

                        Por su parte, Víctor de la Serna le describe como “Uno de los hombres más raros y notables de su siglo...” para añadir que “administraba por igual su talento de historiador, sus conocimientos de las lenguas antiguas y su parte de hacienda, que se iba liquidando en generosidades que parecían extravagantes a los demás. Además, administraba justicia por su cuenta como un señor feudal, hasta extremos fabulosos. Por dos veces anduvo a tiros para imponer su ley que, eso sí, siempre coincidía con la ley de Dios y con la común convivencia”.                     

            El  autor de la ruta de los Foramontanos, “Proaño era su torre, donde anidaba como un águila real, aquel hidalgo recto y absolutista, trueno de la cordillera y que de pronto caía en ternuras increíbles”.   

          Otra pluma, la de Agustín de Figueroa, en un periódico nacional hizo esta descripción reivindicativa del Señor de Proaño que merece ser evocada: no guarda solo un parecido físico con Don Quijote. También era  quijotesco su espíritu. Del hidalgo inmortal tenía este otro hidalgo  cántabro el carácter  aristado, la sed de justicia, los generosos      impulsos,  el prurito de ayudar al débil, el profundo respeto a la mujer. Al igual que Don Quijote, fue el Señor de  Proaño un   inadaptado, víctima de sí mismo, de sus ideales en pugna con la vulgaridad y la prosa de la vida, que acaban por imponerse casi siempre”. 

             Fue, pues, don Ángel un hidalgo campurriano en la Real Academia de la Historia, institución en la que le precedieron, entre otros, nombres tan brillantes y conocidos como los de Ángel Calderón de la Barca, Manuel de Assas, Luis de la Lastra y Cuesta, cardenal arzobispo de Sevilla, natural de Cubas de Ribamontán; Marcelino Sanz de Sautuola, descubridor de las Cuevas de Altamira y  Ramón de Solano.

            Y compartió trabajos y el título de Académico con Amós de Escalante, Eduardo de la Pedraja, José María de Cos, cardenal-Arzobispo de Sevilla, natural de Terán de Cabuérniga; Claudio López Bru, segundo Marqués de Comillas o Enrique Menéndez y Pelayo. Toda una pléyade de cabezas inteligentes y doctas para prestigio de la Montaña.

           Por estas tierras tan vinculadas a su hidalguía, don Ángel de los Ríos investigó y labró historia. Porque estar en Reinosa es hablar del Ebro, por supuesto, el río más importante de la península –la Ibérica- más seca que húmeda, pero también de la romana Julióbriga que fue la ciudad cántabra de Brigantia, a cuyas investigaciones, como pionero, dedicó tiempo y salud.

          La historia del Ebro es ruda, como él mismo. Como debían de serlo los cántabros que vivían en sus márgenes e inmediaciones. Cuando vino Augusto a dominar estas tierras del sur de la antigua Cantabria dirigiendo legiones imperiales instruidas y pertrechadas para el oficio de la guerra, conocemos  lo que cantaron sus poetas ignorando a sabiendas los motivos de su inesperada retirada.

         Pero no tenemos la referencia de los viejos luchadores cántabros  que, con toda probabilidad, transfirieron de generación a generación, salvadas del aniquilamiento general, un mensaje que, de haber existido, tanto le hubiera agradado desarrollar a nuestro académico don Ángel de los Ríos:  ...En el más profundo invierno, cuando no podía  sobrevivir  nada   más  que la esperanza y la  virtud... alarmados ante el         peligro común, se apresuraron a hacerle frente con valor y  espíritu de independencia". 

      Formamos parte de una nación antigua, y esta tierra y sus gentes que hicieron frente a invasores infinitamente superiores, lo saben bien.  Pero, como dicen las Escrituras, ha llegado la hora de dejar a un lado las cosas menos trascendentes. Ha llegado la hora de reafirmar nuestro espíritu de resistencia; de escoger lo mejor de nuestra historia y llevar adelante esa noble idea como legado a las generaciones futuras para el ejercicio real de ese común compromiso de que todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible.

           Nuestros retos y los instrumentos con los que los afrontamos pueden ser nuevos. Pero los valores de los que depende nuestro éxito -el esfuerzo y la honradez, el valor y el juego limpio, la tolerancia, la lealtad y el patriotismo- son algo viejo. Son cosas reales. Han sido el callado motor de nuestro progreso a lo largo de la historia.

           Por eso, a todos los efectos, necesitamos volver a estas verdades y a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y comenzar nuevos proyectos.

         Desearia, de verdad, que el nombre y el legado de historiadores como Ángel de los Ríos perdurara para siempre, como el de otros grandes escritores campurrianos y cántabros. Lo digo porque a  veces, inocentemente, pregunto a amigos o conocidos por estos grandes personajes y me encuentro con que son muy pocos los que conocen sus biografías.

            Pero esto no es un mal exclusivo de la historia cántabra y campurriana. Son no pocos los factores que influyen en el desconocimiento y en esa desesperante amnesia colectiva que parece haberse puesto de espaldas a un pasado de heroísmo, abnegación, sacrificios e imaginación creativa. Con esa virtuosidad y valores cívicos reconocidos, se edificó el espíritu nacional, nuestra vocación cántabra y vuestra identidad reinosana y campurriana. La grandeza de España, a veces, se refleja paradójicamente con más fuerza en testimonios existentes en otros países. 

            He expuesto en numerosas ocasiones que la Historia constructiva y positiva es la que no se aferra a esquemas partidistas sino que está guiada por criterios de estricto interés de comunidad nacional. Pero esto precisa de un común patriotismo que no siempre encuentra las mejores condiciones o unanimidades para proyectarse.

            El nombre de don Ángel de los Ríos me permite afirmar que no podemos caminar por territorios desmemoriados que representan  el precedente de este olvido de los años de gloria y de desapego hacia figuras que deberían ser inolvidables en el agradecimiento de las actuales generaciones y de las que nos sucedan en el futuro. Pero no sólo el largo y más inmediato pasado ha derivado en este estado de cosas.

            También ha gravitado cierto maniqueísmo oficial, que alienta una visión sesgada y banderizada de lo pretérito, la remoción necrófila de personajes remotos o relativamente recientes para convertirlos en trofeos teñidos de intereses ideológicos. Hasta la mirada pueril hacia figuras y procesos produce una sensación de hastío a quienes lastiman el uso retorcido de lo que merecería ser examinado con respeto y espíritu de verdad.

            Pero tampoco podemos dejar de señalar otro elemento pernicioso que ha venido a sumarse en los últimos años: se trata de la renuncia a cumplir con el papel de orientación de conciencias acerca de un legado que no pertenece a nadie en particular, sino a la identidad española misma. O sea, a su sociedad.

            Desde que desapareció el hidalgo Ángel de los Ríos, ha transcurrido más de un siglo. Es cierto que los tiempos cambian y transforman las sociedades y que los métodos de ayer, han conocido reformas fructíferas. Pero hay valores que deben ser perennes.

            Por eso, cuando hablamos de historia y de su valor en la vida de los pueblos, debo recordar que ha habido en los planes de enseñanza cambios que se introdujeron como novedad plausible, cuando en realidad otros países estaban de vuelta de experiencias semejantes por haberlas considerado inútiles y negativas.

          Se subsumió a la Historia dentro de un vago conjunto generalizador (falsas diferencias forzadas) que ha caído en la lastimosa situación de que son muchos los jóvenes que terminan su formación académica con un gran desconocimiento de hechos históricos que, forjados a base de duro sacrificio, garantizaron el progreso y la libertad de las que disfrutamos.  

            Hoy, desde nuestro punto de vista, no sólo lo expuesto en cuanto a ignorancia de  biografías y de hechos puntuales, reviste preocupación; estimo de especial gravedad    la pérdida de noción en muchos ciudadanos de la secuencia temporal, de tal manera que la instalación del hombre común en el mundo histórico es cada vez más endeble y la consecuencia de ello es no saber dónde se está y quién se es; en resumen,  se trata no solo de desorientación sino de perplejidad existencial.

            Creo, estoy seguro, que la voz de Ángel de los Ríos sería crítica con esta situación en la que se pierde la referencia de lo más grande de la vida de los pueblos.    

            No hace falta recurrir a estudios de investigación o encuestas sobre el conocimiento de la historia. Cuando preguntamos a jóvenes escolares o a universitarios sobre hechos históricos o grandes protagonistas de nuestra historia nacional, cántabra o campurrianos, nos encontramos, por lo general, con un gran desconocimiento. Sólo conocen lo que es más mediático.

       Pero si estas preguntas se realizan a personas de mi generación e, incluso, mayores, obtendremos respuestas más certeras y convincentes.

            Una explicación razonable nos dice que algo más serio está ocurriendo con el modelo de enseñanza que deja como indocumentados históricos a muchos escolares y, otro, que quienes responden con certeza demuestran su capacidad para ubicarse en el tiempo y expresan el grado de admiración por figuras de nuestro pasado a raíz de que en la edad juvenil habían sido formados por una escuela que, con sus méritos y fallos, todavía brindaba servicios educativos de apreciable valor.

            Somos muchos todavía los que nos formamos en aquellas escuelas de pobreza y de escasos medios que no fueran los aportados por maestros de grato recuerdo, capaces de inculcarnos valores históricos que hoy han quedado relegados. No juzgo las inclinaciones ideológicas, sino el espíritu pedagógico y la voluntad de trasmitirnos conocimientos y amor -que se conjugaba con castigos ya superados- que demostraron aquellos maestros.

         He querido trazar estas reflexiones en homenaje a Ángel de los Ríos en esta noche de letras y poesía, y en reconocimiento al valor de la Historia en la vida de los pueblos. Cuando don Ángel de los Ríos falleció el 3 de agosto de 1899, el periódico liberal y progresista El Cantábrico, dirigido por el maestro de periodistas José Estrañi y en el que colaboraron grandes campurrianos como Ramón Sánchez Díaz, Santiago Arenal o Emilio Herrero, escribió:

"El añoso roble de sano corazón y arrugada corteza, como llamó a D.  Ángel un ilustre escritor, ha caído al impulso del huracán, que a todo tronco hiere. D. Ángel ha muerto, y con él  el último  representante de una raza privilegiada: fe    inquebrantable en el cielo; ánimo nunca desmayado  ante la adversidad y la desdicha y justo orgullo del linaje y de la casa...” El  competentísimo cronista, descendía de la familia de los Ríos de Campoo y de los Calderones, por lo que era deudo de D. Pedro Calderón de la Barca".

       Desde esta honrosa tribuna de las Justas Literarias que tanto prestigio aporta a Reinosa, termino evocando a un personaje de su tiempo, el gran don Marcelino Menéndez y Pelayo, que entre sus reflexiones y pensamientos,  sentenció: Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable  muerte; puede producir brillantes individualidades aisladas, rasgos de pasión, de ingenio y hasta de genio; y serán como relámpagos que acrecentaran más y más la lobreguez de la noche”.

 

            Pero también otras citas nos sitúan en otra perspectiva de parecido o igual significado sobre lo que tratamos:

 

            "Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que   mejor preparan el porvenir".

 

            Sr. Alcalde, Sr. Consejero de Obras Públicas, Alcaldes y Autoridades de los municipios de Campoo, Ex-Presidente de la Comunidad Autónoma; Diputadas y Diputados regionales; Reina de las Fiestas y Damas de Honor, Señoras y Señores, reinosanos y campurrianos:

 

          Gracias, muchas gracias a todos y felices fiestas de San Mateo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

       

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