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Visión y legitimidad pública de Manuel Pizarro

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Hace quince años –nada más y nada menos- escuché a Manuel Pizarro Moreno, entonces presidente de las Cajas de Ahorros de España, la necesidad de hacer una gran Caja del Ebro incluyendo a las cajas de Cantabria, La Rioja, Aragón (IberCaja) y alguna de las cajas catalanas. Entonces no se hablaba de fusiones en este tipo de entidades y se mantenía el criterio –laminado en apenas una década- de, al menos, una Caja por autonomía. Aquella fusión adelantada no se concretó y ahora mismo los restos de nuestra caja centenaria formarán parte, casi inerte, de Liberbank, el banco en el que destacarán las decisiones astures y aragonesas.

 

Pocos años después, en 2007, en un mano a mano con el entonces vicepresidente económico Solbes, mantuvo que España había iniciado un camino hacia la recesión y que, cuanto antes, se precisaba poner los cimientos para un nuevo crecimiento desde tesis –como la lucha contra el déficit- que hoy están en plena vigencia. El entonces vicepresidente negó tajantemente la existencia de la crisis y continuó de jefe de la economía del país como si nada estuviera ocurriendo. En realidad, después de unas décadas de éxito, entre real y aparente, pero en cualquier caso impresionante (podemos asumir que fue un espejismo),  nos encontramos con varias crisis polivalentes: económica y social, institucional y de valores. Crisis de ideas y de política. Un futuro muy incierto.

 

Apenas hace un año, Manuel Pizarro, abogado del estado, académico de número de Legislación y Jurisprudencia y presidente en España de Baker & Mackenzie, pronunció una conferencia en la que dejó variados mensajes, algunos de plena actualidad. Tengo anotadas algunas de sus reflexiones: A las más altas instituciones hay que pedirles ejemplaridad, y al que tiene que hacer la ley, que la haga justa”; “que no haya federalismos asimétricos: el que quiera tener embajadas, que las tenga, pero que sepa que tendrá peores hospitales” o, esta otra que está de actualidad: “el sistema financiero no podrá funcionar sin instituciones fuertes que hagan su trabajo de supervisión”.

 

Antes de que accediera a sus responsabilidades el actual partido de Gobierno, anticipó: “La labor que queda por delante es muy importante porque habrá que ajustar decimales de eficiencia que son decimales de libertad y de funcionamiento institucional adecuado”. Pizarro –que hoy está en Santander- no ha dejado de reivindicar en su propuesta para superar las adversidades económicas, el contexto necesario: libertad de comercio, libertad civil, libertad en el flujo de información y ausencia de monopolio como bases de ese libertad de mercado, que “es un elemento esencial para la recuperación y sin la que no hay justicia ni sociedad de oportunidades”. Opiniones todas ellas que ponen de manifiesto la necesidad que tiene este país de cabezas competentes y preparadas para prever situaciones y actuar ante complejidades de alta gravedad sobre las que nadie puede desentenderse, porque la situación ya hace tiempo que no da para eufemismos.

 

Ser y ejercer de político hoy –con la vista puesta en el interés general y no en el personal- es tanto como quemarse un poco, todos los días, en la parrilla de San Lorenzo. Del político gobernante se espera valores como el anticiparse a los acontecimientos, mirar por la cosa pública como si fuese la propia y la ejemplaridad pública. Como responsables del bien común y mirando en términos de futuro, necesitamos políticos competentes, pero también –y lo que es más importante– políticos valientes, que digan la verdad y con mucho carácter. Y competentes, claro está. La competencia es imprescindible. Pero se puede adquirir. La valentía, el carácter y la capacidad de hacer frente a la adversidad, son valores que andan más escasos.

 

De las opiniones que se conocen de Manuel Pizarro en los últimos tiempos, no ha faltado su llamamiento contra la corrupción con una reflexión crítica sobre la necesidad de “limpiar las instituciones y desatascarlas”. Esta definición de hace algún tiempo encuentra toda la comprensión actual desde esta otra atinada reflexión: “La corrupción no es solamente que alguien se lleve el dinero que es de los demás, sino que el que hace la carretera no es el que la hace mejor, sino el que más paga por hacerla, y el país resultante de eso es inviable”.

 

La radiografía que nos ofrecen estas opiniones nos parece acertada. La situación es crítica pero no tiene por qué ser caótica. De peores situaciones y circunstancias hemos salido adelante. Pero vivimos tiempos en los que ya no cabe encogerse de hombros desde nuestra sabia opción, asumida hace ya treinta y cinco años, de ser libres y sabido es que la libertad es la esencia del hombre y no hay nada más difícil para el hombre que el serlo. Vivir según la propia elección no es vivir en un estado de indecisión crónica, lo que haría la libertad inútil y vana, sino en efecto, hacer la propia elección, decidirse, tomar partido, comprometerse en definitiva por el bien contra el mal, por la verdad contra el error, conforme a la conciencia personal responsable, no coaccionada ni coaccionante. Y ante estos momentos decisivos, nos encontramos.

 

De la libertad evocada son indispensables los partidos políticos que también deben meterse en cintura en estos tiempos. Pensados como «órganos de la imaginación política», destinados a recoger las aspiraciones del cuerpo social, es oportuno afirmar que España necesita una profunda transformación, porque ha padecido –no sólo en el autoritarismo pasado sino en parte en la actual democracia-  una larga deformación. En momentos críticos como los de ahora, el liderazgo político –el liderazgo potente y honesto– debe tener otra característica: su principal preocupación no pueden ser las próximas elecciones sino las siguientes dos generaciones.

 

 

*Escritor. Doctor en Periodismo.

 


 



 

 

 

 

 

 

 

 

 

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