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BEATO DE LIÉBANA Y SU TIEMPO

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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 Hace unos días he presentado el libro de Roberto Lavín Bedia sobre Beato de Liébana, que lleva un sumario sugestivo: Un político europeo de su tiempo (Librucos, 2014). Estamos ante un escritor que desde mi óptica presenta dos hechos de especial singularidad: fue el descubridor en Cantabria del escritor Rafael Barret (Torrelavega, 1875) sobre el que tanto se habla y escribe por su literatura de cierto anarquismo de la que dejó huella en la prensa de Paraguay y Argentina, y en su trabajo como investigador el personaje de Beato figura entre sus preferencias.

El trabajo de Lavín me permite volver a reivindicar el protagonismo de Liébana en la Reconquista que se ha oscurecido en el último siglo y medio, aun cuando los historiadores asturianos -y pongo como ejemplo a Armando Cotarelo, cronista de Asturias- han dejando pruebas manifiestas de la trascendencia de Liébana en el origen del primer reino cristiano en el siglo VIII a través de Pedro, Duque de Cantabria, Pelayo y los reyes de la Casa de Cantabria, todos ellos hijos, nietos y bisnietos del duque Pedro. Algo parecido ha ocurrido con Beato al que se le presenta como monje asturiano, lo que no deja de ser un contrasentido precisamente por la vinculación de su nombre al del territorio en el que vivió. Entiéndase, este gran personaje ha pasado a la historia como Beato de Liébana, no Beato de Asturias.

Cuando analizo estas circunstancias por las que discurre la historia cántabra, recuerdo que hace ahora cuarenta años apareció un artículo en La Nueva España con este expresivo título: Alerta, asturianos, nos quieren robar a Pelayo, a raíz de la aparición de un libro de nuestro historiador y académico de la Historia, Manuel Pereda de la Reguera, que llevó por título Liébana y los Picos de Europa. Transcurridas cuatro décadas y fallecido el historiador cántabro que tanto hizo por recuperar una historiografía muy viva en la segunda mitad del XIX, Pelayo y el mismo Beato aparecen como más asturianos que la mismísima Princesa de Asturias, hoy reina por ser la esposa de Felipe de Borbón.

Con frecuencia he manifestado que los únicos argumentos que perduran en el tiempo son los que más se reiteran, tesis de la propaganda totalitaria que consiste en que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. También he afirmado que no debemos desmayar en denunciar cómo se nos arrebata poco a poco nuestra historia. Ponía como ejemplo, que vale todavía, que Fontibre no figura como lugar de nacimiento del río Ebro en la página institucional de la Confederación Hidrográfica con sede en Zaragoza, que los libros de texto de Cataluña presenten al Ebro como un río catalán “que nace en tierras extrañas o, que el rey Favila, hijo de Pelayo, fuera despedazado por un oso en el valle asturiano de Liébana, amén de las alabanzas a ese gran monje “asturiano” Beato de Liébana.

En uno de mis recientes viajes a Asturias –que con Cantabria ha escrito las páginas más importantes de la Historia de España- me encontré con diversos escritos sobre el río “asturiano del Deva. Llegué a preguntar, incluso, a cántabros sobre la identidad de este importante río que desemboca en Unquera. Para mi sorpresa, la mayoría contestó que forma parte de la vecina comunidad. Sirva este dato concluyente: el Deva no es “asturiano más que en tres de los sesenta y dos kilómetros de su recorrido. Sin embargo, como ocurre con la patria de Pelayo y de Beato ¡es asturiano!.

Con excesiva frecuencia se reitera que Liébana es un territorio clave en los inicios de la Reconquista y de la expansión de la monarquía asturiana. Lo primero es cierto pero lo segundo es inexacto, y es ahí donde se debilita el valor de nuestra historia, porque uno y otro hecho sucedieron en Cantabria y fueron protagonizados por cántabros. La expansión de la Reconquista y del pequeño reino que surge en Liébana es hacia Asturias, no al revés. Liébana era tierra liberada y Asturias estaba conquistada practicamente hasta el río Sella, hasta el punto de que en Gijón estableció su poder un jefe invasor.

Sin duda que la orografía es clave para entender el valor de la Liébana. El desfiladero de la Hermida en las técnicas guerreras del siglo VIII, garantizaba destruir al ejército más poderoso en una guerra de emboscadas. Son veinte kilómetros en los que entonces solo existía el río Deva y alcanzar al corazón de Liébana no era fácil si el enemigo estaba emboscado en las alturas. Si a ello añadimos los Picos de Europa y la bajada desde San Glorio, Liébana era aquél recinto que Amós de Escalante citó como alcázar que la Providencia labró a España para asilo de su libertad y de su independencia. Un gran murallón que garantizó la seguridad de habitantes, guerreros y monjes que se refugiaron en el territorio lebaniego.

Creo que estas reflexiones sirven para apuntar donde están nuestros males, precisamente en nuestra propia casa, al tiempo que reconocer que Asturias cuenta con un pueblo que ama su historia y manifiesta un orgullo por un pasado del que está obteniendo evidentes rendimientos por esa bien fabricada vinculación al origen de la Monarquía, que ha oscurecido el protagonismo de Cantabria que, sin embargo, los más rigurosos historiadores asturianos asumen en sus numerosas obras sobre este tiempo desde un elogiable rigor. Un periódico de liderazgo regional como La Nueva España recordaba recientemente –en ese objetivo de asturianizar el origen de la Monarquía- que la última reina de origen asturiano fue Adosinda, casada con el Rey Silo, hija de Alfonso I el Católico y nieta tanto de don Pelayo como también de Pedro, Duque de Cantabria, nacida en Liébana antes que la capitalidad se trasladara por su padre a Cangas de Onís, tesis entre otras muchas recogidos en mi obra El Ducado de Cantabria, el origen de un Reino (Ediciones Tantín, 2002).

Si hace cuarenta años los asturianos reaccionaban ante la reivindicación de Cantabria sobre Pelayo, con el paso del tiempo han monopolizado su figura. Ya en el siglo XIX y en la publicación torrelaveguense El Cántabro (1880-.86), historiadores cántabros y asturianos polemizaron sobre la cuestión. En todo caso, nadie discute que el Duque de Cantabria y Pelayo, desde Liébana, sumaron sus fuerzas para conquistar las primeras tierras asturianas y salir de Liébana hacia Cangas, llegar a Pravia y, finalmente, a Oviedo donde Alfonso II el Casto, bisnieto del Duque Pedro de Cantabria, fijó la capital del reino, fundamentos avalados por la Real Academia de la Historia que en un informe de 1916 ratificó que el verdadero tronco de los antiguos monarcas de la Reconquista fue Pedro, duque de Cantabria... y que la Monarquía surgió en la indómita Cantabria. El cronista oficial de Asturias, Armando Cotarelo, así lo ratifica en su investigación sobre Alfonso III el Magno, editado en 1914 y reeditado en 1991.

El trabajo de Roberto Lavín merece ser analizado a fondo para conocer la excepcional personalidad de Beato. La aparición de su libro nos ha permitido, además, insistir en su origen y su protagonismo en la tierra lebaniega, frente a cuantos divulgan su origen y vinculación a Asturias. Entre las tesis más absurdas que se puedan leer, cito dos: la que dice que Beato fue un monje de un convento asturiano de Liebana y la que le señala como un monje asturiano que tomó su hábito en Liébana. Increible pero cierto que estas citas puedan encontrarse en páginas web (aparentemente de historia) editadas desde Cantabria.

* Doctor en Periodismo. Académico C. de la Real Academia de la Historia.

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