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UNA DECISIÓN POR TORRELAVEGA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Torrelavega, hoy, se encuentra mucho peor -en industria y bienestar, especialmente-  que en los años ochenta cuando la ciudad vivió dos huelgas generales, además de la convocada por los sindicatos contra el Gobierno de Felipe González. El motivo de aquellas huelgas generales de carácter local fue, por un lado, el declive industrial  que nos llevó a perder más de tres mil empleos directos en la década y, por otro, la caída de la sanidad con el cierre de El Carmen y la Clínica Alba, cuando no existía propuesta alguna de construir un hospital público. En consecuencia, los torrelaveguenses luchamos por reivindicar derechos laborales y sociales. Los primeros, los laborales, están hundidos actualmente con la crisis general y el cierre de Sniace; en cuanto a los sociales, contamos con un buen hospital público, aunque las prestaciones del Estado de Bienestar Social se han reducido, en algunos casos de manera drástica.

La polémica abierta sobre la huelga general para el viernes, 18 de julio, está en el comentario de la calle. ¿Es razonable convocar, ahora, una huelga general?. La respuesta no puede ser otra que la que nos dice que el contexto laboral y social es muy grave y, por tanto, reclamar atención a nivel nacional -para aplicar con urgencia incentivos y medidas reindustrializadoras- está más que justificado.

Las huelgas generales son un instrumento sumamente imperfecto de expresión de las voluntades personales; así, el que quiere hacer huelga puede temer efectos adversos en la consideración de los que le han contratado y el  que no quiere ejercer ese derecho constitucional puede temer efectos semejantes en los que le invitan al paro, o incluso otros recursos de quienes se ofrecen a informarle. La huelga nació como un medio de presión sobre la empresa. La vida económica contemporánea ha reducido mucho su vigencia. De hecho cada vez se concentra más en los servicios públicos y cada vez se utiliza menos en el mundo competitivo de la libre empresa.

Ante la convocatoria que nos afecta como torrelaveguenses, los sindicatos tienen razones, pero son "sus" razones. Nadie puede discutir su derecho a exponerlas, a tratar de convencer a los demás. Pero nada obliga a otros ciudadanos a compartirlas. Los motivos de queja esgrimidos en la convocatoria de huelga son dignos de consideración, pero distan de ser tan evidentes que conciten la unanimidad de la ciudadanía. Al mismo tiempo, por talante democrático, hay que aceptar que otros sectores -especialmente los empresariales y comerciales-  considerann que la huelga es inoportuna y grave para sus intereses. Son sus razones, entendibles -tanto como las de los sindicatos convocantes- y que el propio contexto que vivimos justifican con creces.

Son varias las condiciones que deben darse para una huelga posmoderna. Citaré dos que en este caso concreto merecen una reflexión. La primera de ellas es que tiene que ser un acto aislado, sin continuidad inmediata ya que se trata de un lujo que se puede pagar un día, pero no más. Este es el caso de la huelga convocada. La otra se sostiene en que lo mejor para una huelga general es que vivamos una situación de cierta euforia económica, que nos induciría a todos a dar rienda suelta a la demanda, con la tranquilidad de que por lo menos la almohada de las cifras es mullida. Pero eso no ocurre hoy en día porque los torrelaveguenses -con familias al completo en paro-  hemos perdido en esta crisis el poco empleo industrial que quedaba y, desde hace tiempo, existen situaciones de pobreza extrema.

Pero a pesar de que el contexto es propicio y lo justifica -quizás con un debate social más abierto y no por las bravas- lo cierto es que Torrelavega ha ido perdiendo el nervio laboral y contestatario que existió en los años ochenta. Probablemente la caída del sector industrial y el progresivo ascenso, hasta la crisis, de los servicios, reflejan esta nueva realidad de pérdida de ese nervio reivindicativo que tanto ha caracterizado a Torrelavega y que, en la actualidad, no garantiza el éxito que ya se alcanzó en las huelgas generales de los años ochenta.

Desde estas consideraciones, es entendible la propuesta del presidente de la Cámara de Comercio e Industria, Antonio Fernández Rincón, que pide sustituir la huelga general por un paro general. La idea parece razonable y debiera apoyarse, y ello porque ante la relajación de ese nervio reivindicativo que tanto nos ha caracterizado, sustituir una larga huelga general que comienza de madrugada (para lograr que paren los servicios, especialmente el transporte, etcétera), por una respuesta general y activa de la ciudadanía concentrando la protesta entre las 19 y las 22 horas, sin duda garantizaría su éxito para el fin que se persigue y ese objetivo debiera empujarse desde las instituciones y entidades locales.

La postura refleja un nuevo tiempo desde este tipo de organizaciones. Tiempos atrás se producía un rechazo y no existía diálogo. La reunión de empresarios y comerciantes en la Cámara con su presidente a la cabeza, demuestra que no existe inmovilismo frente a una decisión como la huelga general, sino abrir un camino de optar por la alternativa más conveniente para los intereses tan deprimidos de los torrelaveguenses. ¿Alguien desea que al día siguiente el escenario -si la huelga no logra el resultado esperado- sea el de una Torrelavega más indefensa y, también, más dividida?. 

Concluyendo, la huelga general como la convocada tiene que partir de un consenso casi general. Pero, sobre todo, ante una posible respuesta frágil (que afectaría indirectamente a los propios intereses locales) consideramos mejor para el conjunto de los ciudadanos articular una respuesta unánime, que una y no separe, para decir bien alto que los problemas de Torrelavega amenazan su supervivencia. En definitiva, protestar que es alternativa de ciudad con seguridad en el éxito.

En el caso de que la huelga general finalmente se celebre y tenga éxito, nos encontraríamos ante la urgente necesidad de empezar a pensar un poco y, sobre todo, abrir una reflexión sobre la división de la ciudad, una herida que no se cerraría fácilmente. En este contexto de posturas tan abiertas, a la ciudad la conviene un ejercicio de responsabilidad de talantes,  coyuntura en la que los gobernantes de la ciudad no pueden asumir, por más tiempo, actitudes pasivas. Hay que tomar decisiones. El reloj no para y el panorama sigue siendo desolador.

 

* Escritor. Doctor en Periodismo.

 

 

 

 

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