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PEQUEÑO Y MEDIANO COMERCIO, MOTOR DE DESARROLLO

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Sobre el protagonismo del pequeño comercio en nuestra comunidad autónoma siempre he mantenido un principio que he dejado escrito en varios artículos: que no solo tiene su importancia en su aspecto económico sino también en las relaciones humanas, al entender que la convivencia social, el trato personalizado, el conocimiento humano, la confianza y la comunicación vecino/comerciante, son valores que definen esta actividad económica en la sociedad actual.

Siempre me llamó la atención como la importancia de este sector ha sido valorado en otras comunidades y no tanto en la nuestra. A este respecto, se ha destacado que en regiones con un  índice de industrialización a la baja -como representa hoy el caso de Cantabria- el pequeño comercio pasa por ser uno de los motores para afianzar un nuevo desarrollo. Sin embargo, en nuestra comunidad  -con la aparición hace años de las grandes superficies y de las tiendas de descuento- está provocando una desaparición paulatina de este tipo de establecimiento independiente y de comercio al por menor. Incluso se ha escrito -recuerdo que fue en un informe del Consejo Económico y Social de Cantabria- que la situación del comercio tradicional se basa en una fórmula ya en declive, reflexión ésta un tanto sorprendente sobre que entonces discrepé.

Entiendo que es algo asumido que el pequeño comercio representa una parte importante del peso de la empresa familiar en España y en países de mayores niveles de desarrollo. Las estadísticas vigentes avalan esta tesis, si tenemos en cuenta que en Estados Unidos el noventa por ciento de las empresas son familiares y de las quinientas más grandes el veinte por ciento de titularidad familiar, produciendo el cincuenta por ciento del producto nacional bruto del país, con el añadido de este otro dato significativo: las empresas familiares pagan el cuarenta por ciento de los salarios norteamericanos y ocupan el mismo porcentaje de su fuerza laboral.

A pesar de la importancia de la empresa familiar, que tiene un ejemplo muy concreto en el pequeño comercio, en Cantabria se viene asistiendo a constantes amenazas sobre su futuro, especialmente desde que se inició una desmesurada -a mi juicio- pasión por los macrocentros, hasta el punto de que las administraciones avalaron en Cantabria unos niveles de grandes superficies que en relación a habitantes se situaba por encima de la media nacional. Por otra parte, la libertad de horarios -ahora a debate- representa otro  hecho  que va en   detrimento del pequeño comercio que crea empleo en Cantabria más estable que los macrocentros, paga sus impuestos en Cantabria y, finalmente, sus beneficios los reinvierte en su propia ciudad y comunidad.

Desde estas reflexiones, podemos asegurar que nuestra comunidad, con la instalación por encima de la media estatal de grandes superficies, es a la larga más pobre porque si bien no puede discutirse que el dinero gastado en el comercio local se queda en Cantabria, el gastado en el gran hipermercado sale de Cantabria, en su totalidad, cada vez que se cierran las cajas, es decir, a diario.

No es la primera vez que defiendo que el comercio tradicional contribuye a la vitalidad de las ciudades y a la mejora del estado de los cascos históricos, además de poseer más capacidad para crear empleo y, casi siempre, empleo estable. A estas conclusiones se ha llegado hace algunos años en países europeos, pasando de una libertad no restringida en la autorización de hipermercados a medidas restrictivas, hasta el punto de que en varios países vecinos la apertura de todo establecimiento superior a trescientos metros cuadrados precisa de la correspondiente autorización administrativa, medida dirigida a proteger al pequeño comercio tradicional.

Con la crisis actual -solo fijándonos en Santander y Torrelavega- el cierre de pequeños y medianos negocios comerciales ha llevado la soledad a calles donde hasta entonces existía dinamismo y circulación de personas. Consecuentemente, el comercio tradicional articula ciudades, rearma la convivencia de sus calles y mantiene dinámica a una ciudad. Estos factores, se quiera o no, representan calidad de vida, mientras que si no se toman medidas para reequilibrar la situación nos encontraremos más pronto que tarde con unos centros de las ciudades que tienen actividad por las mañanas como ubicación de oficinas burocráticas y de bancos, presentando por las tardes imágenes sin esa actividad y alegría que generalmente ofrece  en las ciudades el comercio tradicional.

Creo que puede indicarse, a este respecto, que en Santander y Torrelavega se ha perjudicado notablemente al pequeño comercio sin que hayan existido medidas compensatorias. La conciliación de las dos fórmulas o dos modelos de comercio -el grande y el tradicional-  es posible y necesaria porque aporta indudables beneficios a la sociedad, además de impulsar significativas mejoras para el consumidor. Pero esa situación deseable comenzó a alterarse hace años con un claro perjudicado: el pequeño y mediano comercio y, por tanto, el empresario familiar de Cantabria.

Aunque son muchos los argumentos que se pueden poner a debate sobre el necesario apoyo al comercio tradicional, considero suficientes los aquí expuestos, apuntando que me agradaría que los lectores entendan estas reflexiones como una confianza en el pequeño empresario comercial que genera empleo y reinvierte en Cantabria, en ningún caso como una exaltación proteccionista del pequeño comercio. El impulso de una comunidad como la cántabra de sus ciudades más importantes, pasa por dar confianza a sus empresarios, aunque sean los más modestos en cuanto a empleo, que pueden ser los pequeños negocios. Es decir, apoyar a esos protagonistas insustituibles que dan vida a los  comercios y a la empresa familiar, en definitiva.

Las Administraciones deben ser conscientes de la necesidad de fomentar, ayudar y no entorpecer, la existencia de la pequeña empresa que vemos en el más modesto negocio comercial familiar. Pero eso debe demostrarse con hechos.

* Escritor. Doctor en Periodismo.

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