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HISTORIA DE CANTABRIA, ¿LA FOMENTAMOS?

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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No pocas veces he escrito sobre la necesidad de ser y ejercer de cántabros invocando una historia, que cada día es más necesario recuperar y proyectar hacia las nuevas generaciones llamadas a construir la Cantabria del futuro, todo ello desde valores positivos en torno a la historia común de España. En nuestro caso no se trata de un principio al que apelar ya que la grandeza histórica de Cantabria se asienta, precisamente, en su contribución especial y singular a los hitos históricos más significativos de la construcción de la Nación española.

Recuerdo que este importante fundamento ocupó mi atención en la clausura de las jornadas "Los Cántabros, ¿quiénes somos?" que organizó hace varios años el hispanista y perediano Anthony H. Clarke, un profesor europeo que sabe más de nuestros orígenes que nosotros mismos. Sobre esa identidad y la necesidad de defenderla a través de su divulgación, quisiera referirme como oportunidad de proyectar los valores históricos de nuestra Comunidad Autónoma, tema sobre el que surge, inicialmente, esta pregunta: ¿trabajamos lo suficiente en ese objetivo tan necesario como ambicioso?. Contestaré recordando algunos hitos de ese pasado y cómo en esta propuesta no cerramos filas como hacen otros.

Evocando la trascendencia del costumbrismo que fue uno de los temas tratados en las jornadas dirigidas por el profesor Clarke, recuerdo algunas iniciativas llevadas al Parlamento en el que los debates no siempre deben ser políticos, sino que de vez en cuando deben mirar un poco a la historia y a sus biografías más importantes.  Así, en 1995 impulsé una iniciativa dirigida a institucionalizar en el curso escolar 95-96 el año de José María de Pereda al cumplirse cien años de su gran novela "Peñas Arriba", una oportunidad de llevar la obra perediana a la escuela cántabra que permitiera a nuestros escolares profundizar en sus raíces con materias específicas sobre historia, arte, patrimonio natural, etcétera. Aquella iniciativa no fue considerada, aún cuando el debate se centró en la obra literaria del padre del regionalismo montañés y su objetivo se dirigía a promover nada menos que la lectura de "Peñas Arriba".

Desde el respeto a la historia -historia nuestra a favor de la que tan poca devoción ponemos- intentamos por la vía institucional del Parlamento impulsar y encauzar los trámites para la rehabilitación del Ducado de Cantabria, título que ostentó el primer rey de la Casa de Cantabria, Alfonso I el Católico, hijo del duque Pedro. La iniciativa se documenta con las crónicas de la época, los trabajos de historiadores cántabros -Maza Solano, Mateo Escagedo, Pereda de la Reguera y Joaquín González Echegaray- y la no menos aportación de historiadores asturianos que reconocen y valoran el origen cántabro de la Monarquía, incluidos sus figuras relevantes como Sánchez Albornoz o Emilio Alarcos. Historia merecedora del reconocimiento por parte de las instituciones, como harían -a no dudar- los vascos, asturianos, catalanes o gallegos con hitos memorables de su identidad histórica.

Guardo como un tesoro una edición de 1877 de la obra “La Cantabria. Disertación Sobre el Sitio y Extensión que en tiempo de los romanos tuvo la Región de los Cántabros con noticia de las confinantes y de varias poblaciones antiguas que editó la Real Academia de la Historia y de la que fue autor Enrique Florez y Setién de Huidobro. La trascendencia de esta obra –que debiera estar en las bibliotecas de nuestros centros de enseñanza- fue excepcional ya que ni más ni menos nos devolvió una historia que se nos secuestró y usurpó por historiadores vasquistas en el siglo XV y cuyas tesis se impusieron durante nada menos que tres siglos. ¿Qué tesis, se preguntarán? Sencillamente la que afirmaba -como casi un dogma- que el territorio cuyos habitantes lucharon contra los romanos fue el de los pueblos ubicados en lo que hoy conocemos por País Vasco, desde el Nervión a Fuenterrabía. ¡Aquello sí que era "robarnos" la historia! que contó con la complicidad de historiadores de aquí, hasta que Florez desarticuló la "ficción" vasca y demostró que precisamente era  los romanos –sus aliados- los que defendían a los vascos de las correrías de los cántabros.  El nombre del burgalés Enrique Flórez figura por su grandeza en el diario de sesiones de nuestro Parlamento, otra iniciativa de reconocimiento que algunos entenderán estéril pero que tiene su valor. 

No es fácil encontrar precedentes como los expuestos, que al no estimarse suficientemente significa devaluar la historia propia, la nuestra, estando al margen de brillantes páginas de la historia cántabra forjadora de la construcción de España. De esta manera afrontamos una pérdida evidente de influencia y protagonismo sobre la presencia cántabra en tres hitos fundamentales: 1º) Cantabria, cuna de la Reconquista; 2º) Cantabria, nacimiento del idioma castellano y, 3º) Cantabria, origen de la Monarquía Española, que con tanta precisión y rigor histórico se aborda en el libro "Cantabria, raíz de España" de Manuel Pereda de la Reguera. Frente a este gran patrimonio identitario, Cantabria en este siglo ha cedido posiciones -a pesar del esfuerzo de nuestros historiadores, uno de ellos de manera magistral como el desaparecido José Luis Casado Soto- mientras comunidades como la asturiana y la riojana han reforzado su papel en esos hitos históricos.

No fue así en el siglo XIX cuando en la vieja Montaña se sucedieron corrientes fructíferas de recuperación de ese protagonismo montañés y cántabro en la historia y la cultura. Lo reconoce Alfonso de la Serna en su libro "Visión de Cantabria" (Edic. Estudio. Santander, 1995) cuando al evocar el origen montañés de Lope de Vega, Calderón de la Barca y Quevedo, escribe que "la Montaña siempre ha recordado a todos estos egregios "nietos". Y sería en el siglo XIX cuando se produce un cierto "renacimiento" cultural, cuando los más esclarecidos ingenios de nuestra tierra no dejan de tenerlos en cuenta como si fueran una partida en el "haber" de la cultura montañesa y, en todo caso, como un espejo brillante del árbol genealógico de la gente de Cantabria.

Este "espíritu" del XIX no se traslada al actual. Nuestra decadencia no fue en ese siglo -que nos dio a Menéndez Pelayo, José María de Pereda, Macías Picavea, Amós de Escalante, entre otros- sino que es en el tiempo presente cuando se evidencia esa pérdida de protagonismo cultural e histórico. Aquella egregia generación de cántabros, enamorados de su tierra pero también patriotas españoles, no ha tenido una continuidad salvo raras excepciones, lo que ha abierto esta pérdida de influencia que se agrava si observamos que, teniendo por primera vez instituciones de autogobierno propias, obviamos o no damos todo su valor y trascendencia a la historia. Historia nuestra, que hemos recibido como legado de nuestros antepasados.

Desde esta visión, considero que siguen siendo escasas las referencias en los libros de texto de nuestra escuela a las guerras cántabras y a símbolos de esa historia antigua de Cantabria como Amaya, montes Bernorio y Cildá, los castros; nuestra presencia en la Edad Media y la Reconquista con el papel que corresponde a Liébana como foco cultural-religioso y militar en todo lo que ello significa para Cantabria y España.  Pero si acudimos a la edad contemporánea, nos encontraremos con escasas citas sobre Menéndez y Pelayo, el literato José María de Pereda o, el investigador Torres Quevedo. ¿Seguimos?

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