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José Pelayo Mesones, la Coral y la abogacía

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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De la pluma de un magistrado reconocido leí no hace mucho que la crisis actual de la vida pública no tiene nada que ver con el Derecho, sino solo con su ausencia. Cuando por la ciudad me cruzaba con Pepe Pelayo, siempre veía en él las virtudes de una persona cabal y honrada que como hombre formado desde muy joven en la ciencia del  derecho, le visualizaba por su disposición a defender la protección de derechos, algo que me dice que -ahora, sobre todo- el Derecho va a seguir teniendo un papel decisivo. Además, siempre vi en él a la persona que no obligada por  terceros o por intereses económicos, sino de creencia en el compromiso, actuó con altruismo por Torrelavega.

La inesperada muerte del prestigioso abogado torrelaveguense, José Pelayo Mesones, representa una pérdida importante para la ciudad. Aunque Pepe Pelayo mantuvo siempre una cierta distancia con la política para preservar su independencia como abogado, no podemos olvidar su ejerciente espíritu torrelaveguense, como demostró en unos años en los que su concurso fue necesario para proyectar a la Coral cuando el gran Lucio Lázaro afrontaba su decadencia física hasta fallecer en diciembre de 1975.  Me enteré a destiempo de su muerte, alejado de Cantabria por una conferencia en la Academia Mariana en Lleida el fin de semana de su óbito, razón por la que quiero trazar unas líneas sobre su personalidad y compromiso ciudadano.

De su protagonismo en la abogacía durante casi medio siglo, puedo decir lo que he escuchado a personas de prestigio en la judicatura. Pepe Pelayo fue en su trayectoria profesional el prototipo de abogado ceremonioso en las formas y retórico en sus informes, como eran los profesionales de la abogacía de su tiempo. Siempre sobresalió en estos valores, además de los de la honradez con sus clientes y en los juzgados, lo que expresa una trayectoria limpia de la que pueden dar fe cuantos jueces han pasado por Torrelavega y Santander y le conocieron en el ejercicio de su profesión.

Uno de los magistrados que siempre destacaron estas virtudes fue Siro Francisco García Pérez, quizás el de más dilatada y exitosa trayectoria desde que en 1974 dejó Torrelavega para iniciar un recorrido judicial que le encumbró -en la década de los noventa- hasta la presidencia de la sala de lo Penal de la Audiencia Nacional para juzgar los casos más sobresalientes de las primeras grandes corruptelas.  Habían compartido una etapa como estudiantes de Derecho en Oviedo, después de pasar por las aulas del Instituto Marqués de Santillana. En uno de los tomos de mi obra Torre la Vega, Crónica Ilustrada de una Ciudad, recojo una imagen en la que aparece una parte destacada de los protagonistas de los juzgados de la ciudad con motivo del homenaje que se tributó a Siro García en su despedida, en vísperas de la inauguración del que fue durante algo más de treinta años edificio de los juzgados en la plaza Baldomero Iglesias.

En la foto se recoge la presencia de abogados conocidos y brillantes en su tiempo como Nilo Merino, Emilio de Mier, Manuel Barquín, José Teodoro Churiaque, José María Campos, además de los que llegaron de Santander como Benito Huerta y Román Solana, todos ellos fallecidos, al igual que el entonces juez de distrito, Florencio Espeso Ciruelo.  En la imagen aparecen, además, Ángel Llorente, secretario judicial, los funcionarios judiciales Gustavo Adolfo Pelaez del Pino, Ramón González, Mercedes Arroyo Puente, Nieves Badiola, Loren Pardo Cano, Petri, Lucita López Agüero, María Ángeles San Emeterio y Joaquín Acosta. Otros nombres destacados en sus cometidos también figuran en ese recuerdo gráfico: Miguel García, Manuel Alfonso Gutiérrez Pereda (procurador) y Julio Acosta, policía municipal. Sin duda, fueron más los que participaban entonces en las tareas judiciales, pero me ciño a los que aparecen en esa fotografía que significó la marcha de Siro García hacia responsabilidades muy relevantes. 

Del derecho nos v amos a su compromiso con Torrelavega, su ciudad. En la historia de la laureada Coral figura su nombre tras asumir la presidencia en 1975 al recoger el testigo de manos del  doctor Juanco Gómez de la Casa, quien había presidido la Coral en un momento trascendental, con la celebración del concierto  número mil en la tarde-noche del 21 de agosto de 1968. Algunas voces -con el riesgo que asumo de olvidar otras- destaco por su fuerza y calidad: Javier Herreros (desgraciadamente perdido por la Coral al ahogarse un verano en la playa de Los Locos), María Luisa González, Emilita Ceballos (organista de la parroquia de Sierrapando), Julián Santos, Rafael Cangas, Manolo Egusquiza, Víctor Domínguez, Mariuca Martínez y la saga de los cinco hermanos Calleja.

Cuando asumió Pelayo la presidencia de la Coral en 1975, se enfrentó al reto que su antecesor había definido como la necesidad urgente  de "renovar las cuerdas del Coro". Se reconocía por todos  que se precisaban nuevas voces ya que los cambios en los últimos años  habían sido lentos y escasos a pesar de que eran demandados para lograr una mayor vitalidad de la agrupación coralista, combinando juventud con las voces más veteranas y experimentadas que, según se reconocía, tenían "cuerda para rato".

Su primer año al frente de la Coral fue el de la muerte del principal símbolo de la histórica agrupación como  representó el maestro Lucio Lázaro con el que aparece en una de las últimas imágenes del prestigioso músico. A Pepe Pelayo le tocó al frente de su directiva, organizar los actos del cincuentenario que se celebraron entre los días 1 y 12 de agosto, que consistieron en una serie de conciertos ofrecidos por todos los coros regionales y la Masa Coral del Ensanche con la actuación del excelente tenor, Valentín Aguirre, en el Mercado Nacional de Ganados, así como con la organización de una exposición de artes plásticas celebrada en la sala del Banco de Bilbao, a la que asistieron todos los pintores y escultores a los que la Coral reclamó su presencia. El Ayuntamiento, presidido por Carlos Monje, y la Cámara de Comercio encabezada por Juan José Cacho Fernández-Regatillo, colaboraron conjuntamente en estos actos en los que se homenajeó la figura del maestro Lázaro, ya entonces retirado y enfermo al que habían sucedido en la dirección, con gran decoro y dignidad, José Luis Tavera y Pedro Camino.

Para centrarnos en la secuencia histórica de la laureada Coral, hay que destacar que antes de la llegada de Pepe Pelayo a la presidencia se habían producido dos hechos significativos en torno a la persona de Manuel Egusquiza Ochoa, a la que tanto debe la Coral en su renacimiento. Egusquiza ingresó en 1963 al pasar del coro infantil al de los mayores como tenor solista, bien preparado gracias a sus estudios musicales en el Conservatorio Municipal que dirigió José Lucio Mediavilla, insigne músico de Torrelavega, amigo íntimo de Manuel de Falla. Y diez años después, Egusquiza se hacía cargo de la dirección del Coro Santa María de Solvay, que también elevó a honores relevantes.

Pepe Pelayo ha muerto y deja tras de si un compromiso torrelaveguense que él volcó en la Coral y en otras instituciones de claro sabor torrelaveguense. Hijo de procurador de los Tribunales de Torrelavega de toda la vida -José Pelayo-  y de Isabel Mesones que nonagenaria nació en Castañeda, las referencias vitales de Pepe Pelayo se centraron en su familia, los amigos de siempre y Torrelavega en su proyección social, cultural y deportiva.

 

*Escritor. Doctor en Ciencias de la Información.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


















 

 

 

 

 

 

 

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