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TIEMPOS CRÍTICOS, SOLUCIONES URGENTES

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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No exageramos si afirmamos que vivimos horas críticas para saber que va a ser del edificio político actual en un tiempo en el que pesa en exceso la confusión, el desánimo y la desafección que desde hace varios años han hecho mella en la inmensa mayoría de los españoles, que a la vista de todo lo que vemos y escuchamos hemos perdido la confianza en todo aquello que considerábamos sólido y que, ante nosotros, se desmorona aceleradamente.

En circunstancias tan cambiantes como las actuales, no puede decirse que los partidos tradicionales del bipartidismo sobre los que se ha construido la democracia, estén exentos de culpabilidad y no solo en el problema de la crisis económica. Desde el Gobierno y la oposición han demostrado mucha frivolidad y complicidades mutuas en mirar a otra parte en el necesario  control de las prácticas corruptas. Es inevitable la percepción que tiene gran parte de la ciudadanía en el sentido de que estos partidos (y también empresarios y sindicatos) han estado más atentos a engordar su poder que a cuidar sus propios órganos, lo que apunta claramente a infecciones internas que  hoy los corroen en un proceso de descomposición imparable.

La crisis económica y sus consecuencias –con la salida a la luz de casos de corrupción intolerables a los que se quiere dar otro barniz partidario con el paso de “imputados” a “investigados”- vienen forzando esta situación de cambio. La crisis ha hecho retroceder a gran parte de la población, ha desahuciado a los jóvenes y ha dañado como nunca a la clase media. No debe extrañarnos, por tanto, el cabreo colectivo. Muchas personas han sido relegadas al submundo del desempleo y han visto como se han recortado sus ingresos, mientras otros protagonistas –que venían aportado dinamismo al país- se han visto obligados a cerrar negocios y enterrar sus ilusiones de emprendimiento.

De las consecuencias de la crisis que atravesamos, son muchas las gentes que siguen sin poder conciliar el sueño ante los requerimientos de los bancos que no logran satisfacer, pese a que, como contribuyentes, el Estado o la Hacienda Pública –que somos todos- hemos tenido que aportar miles de millones para rescatarlos mientras se recortaba en sanidad y educación o se subían en porcentajes ridículos las pensiones. Desde esta verdad absoluta,  es cierto que la realidad cotidiana para innumerables personas es penosa y que tienen el derecho a repudiar a gobernantes y a políticos en general que consideran  culpables de su suerte. Ni siquiera los primeros atisbos de la tan deseada recuperación, aún lejos de florecer, han hecho cambiar significativamente la percepción colectiva de que el país sigue entre tormentas adversas.

Una gran parte de la sociedad tiene aun la impresión de que no es soportable que quienes acumulan fortunas en paraísos fiscales y cuentas opacas se burlen de todos apareciendo como gente honorable. Y tampoco puede aceptarse que los dirigentes políticos intenten sacudirse sus responsabilidades aportando únicamente farragosas declaraciones sobre la aplicación de medidas que, sin embargo,  ni una sola para la opinión ciudadana aborta el latrocinio. De esta manera, en estos años en los que el pueblo ha estado sufriendo las consecuencias del deterioro económico, en los despachos de instituciones y partidos han proliferado  las conductas delictivas y el ilícito lucro personal que merece la censura ciudadana y la más dura sanción por parte de la Justicia.

No podemos evitar el diagnóstico de que España continúa en peligro de hundirse más en la depresión,  inquietud a la que debemos responder mirando adelante desde una exigencia irrenunciable: no permitir que las conductas negligentes o criminales queden impunes, ni que las temerarias nos arrastren. En otras palabras, exigir responsabilidades conscientes de que los responsables políticos, bien por acción o por omisión,  han sido en estos últimos años actores principales del drama colectivo que vivimos y que ha abierto un divorcio tan difícil de reconciliar entre el pueblo y sus representantes. Y es ahora, precisamente, cuando entramos en acción los protagonistas de la democracia que somos todos los españoles, bombardeados estos días por toda clase de encuestas, muchas de ellas de evidente intencionalidad.

Son muchas las cuestiones que están  en juego. Desde las cuestiones básicas del Estado de bienestar hasta el crédito internacional, sin olvidar en Cantabria la depauperación de algunos de sus sectores productivos. Ante esta encrucijada en la que tenemos que decidir escogiendo una papeleta, es necesario pensar en ideas fundamentales que necesitan ser claves del momento que viene. Primero, la limpieza en la vida pública; el segundo, arrimar todos el hombro en culminar la recuperación económica para que esta sea justa y solidaria con los que más vienen sufriendo y, tercero, construir un nuevo edificio democrático desde sus esencias occidentales que reforme en lo que sea preciso al de la transición. El propio Adolfo Suárez que diseñó ese edificio fue siempre consciente de su provisionalidad y que se precisaría darle frescura: listas abiertas, independencia de verdad del poder judicial, eliminación de toda contaminación política de órganos esenciales del Estado, por citar algunos de los objetivos que compartimos muchos ciudadanos. Y todo ello, evitando cualquier riesgo de quiebra social o de antagonismo entre iguales.

De entrada, y ante las inminentes elecciones, hay que señalar que todos los grupos políticos que han permitido la corrupción están en deuda con los ciudadanos y deben ser  obligados a reparar el daño. Sabemos, como no, que los partidos representan el destino de un país, pero esta afirmación no les dar derecho a hacer lo que les venga en gana. Si realmente quieren recuperar el respeto de la sociedad,  han de depurarse, rehacerse, renovar personas y poner sobre la mesa ideas nuevas y programas concretos. Algunos no parece que se den por enterados. Es su problema y no les queda tiempo.

 

*Doctor en Periodismo. Académico C. de la Real Academia de la Historia.

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