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CREADORES DE ARTE DE TORRELAVEGA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Demetrio Cascón Martínez ha sido un referente en Torrelavega en la educación, la cultura y el arte. Apenas llegado a la ciudad se involucró en las tareas directivas del Instituto Marqués de Santillana, formando equipo como secretario en la etapa de dirección de José López Hoyos, década prodigiosa de los sesenta que significó un crecimiento vertiginoso en matrículas y en la consolidación del bachillerato nocturno, que como un paso en la igualdad de oportunidades había logrado el anterior director, Ramón Brotons Jover. El éxito en estos años le llevó en 1971 a la dirección del Instituto Besaya, que inauguraron los Príncipes Juan Carlos y Sofía. Su papel y el del profesorado que le acompañó en esta aventura, fue fundamental para lograr una puesta en marcha eficiente. Después de varios años de mucho bregar para alcanzar la consolidación del que fue segundo instituto de bachillerato de Torrelavega, Cascón culminó su trayectoria pedagógica como director de la Escuela de Magisterio de Santander.

Otra de sus vinculaciones que sintió y vivió con pasión fue la del arte. Catedrático de Dibujo, su predilección por las manifestaciones artísticas fue una constante de su vida. Amigo por generación, ideas y aficiones de Eduardo López Pisano, Mauro Muriedas y Pablo del Río, emprendió en los setenta las gestiones para el logro de una Escuela de Arte que continuara la labor y enseñanzas de la desaparecida Escuela de Artes y Oficios que tuvo como referentes a Hermilio Alcalde del Río, el sacerdote Arcadio González Cantero y Rafael Velarde. El final de esta Escuela había dejado una laguna en la cultura local, en concreto la específica de las artes plásticas, puesto que la de los oficios fue atendida con posterioridad por el centro de formación profesional de Torres. Aquella Escuela tan recordada y valorada, fue un autentico semillero del que surgió una nutrida pléyade de artesanos y artistas del pueblo llano, afectando su desaparición a una soledad de las vocaciones abandonadas a la suerte de la intuición y del autodidactismo.

Eduardo López Pisano fue el gran agitador de la idea de crear en la ciudad  una Escuela de Arte,  una tradición perdida que en aquellos años tenía éxito en Francia, su país de exilio, desde una frase de Séneca  de la que era fiel devoto en su quehacer: la necesidad de sacudir las cosas del cotidiano vivir. Además, Pisano evocaba con frecuencia -y siempre para dejar constancia de su agradecimiento- su condición de antiguo alumno de la Escuela de Artes y Oficios, comentando con frecuencia una fiesta de homenaje a Hermilio Alcalde del Río quien al final del acto les hizo un llamamiento a mantener, cuando él muriera, la Escuela “con miras de elevación” para que no perdiera en ningún momento “su ejemplar misión”.  Aquellas palabras le impactaron para siempre y desde su tribuna destacada, ganada a pulso en el arte pictórico, comenzó a defender la creación de una Escuela de Arte. Evocar, además, la vieja Escuela de Artes y Oficios le reafirmaba en su identidad con otro grande de su época, Mauro Muriedas, cuyas vidas discurrieron por las mismas palpitaciones artísticas, continuando en  Madrid para asistir a la Escuela de Artes Gráficas.

Fue en octubre de 1978 cuando después de muchas gestiones encabezada por Pisano, Mauro, Cascón y Del Río -a las que se sumó Berta Fernández-Abascal- el Ayuntamiento decidió su patrocinio siendo concejal de Cultura, José Luis Cobo, unidos todos en un objetivo conveniente y necesario para una ciudad que siempre había palpitado con las manifestaciones culturales: la formación de creadores de arte. Fue así como surgió, ganando año tras año mejores presupuestos e incrementado su cuadro de profesores que unos cursos años después ya estaba formado por Demetrio Cascón, como director, los pintores Pedro Sobrado, Ramón Muñoz Serra, Berta Fernández-Abascal, Ángel Izquierdo y el escultor Mauro Muriedas, actuando de secretario Pablo del Río Gatoo.  Y en esta conjunción de personas y un director con experiencia pedagógica como representaba Demetrio Cascón, el éxito de la naciente Escuela de Arte se presentaba asegurado.

El primer año el número de matriculados fue de 95 alumnos pero pronto se pasó a 130. En cuanto al tipo de enseñanza impartida, a las clases de dibujo y pintura se incorporaron  la talla en madera, el grabado y la escultura en barro. Aunque la escuela se movía en un contexto de penuria económica, contando como ingresos con la matrícula de los alumnos, las aportaciones de Eulalio Ferrer y Eduardo López Pisano, además de otras pequeñas donaciones, se fue tirando hasta que llegaron las primeras subvenciones. Todos, comenzando por Demetrio y los profesores, se adaptaron a la penuria económica en aras de promocionar la cultura y el arte.  En 1984 -coincidiendo con una exposición en la Galería Espi- Pisano confesó estar muy satisfecho de la marcha de la Escuela al demostrarse que podía funcionar con ciento cincuenta alumnos y con escaso dinero, aunque lamentara al tiempo que sólo contara con cincuenta socios, en una ciudad de sesenta mil habitantes.

Muchos han sido los años que han pasado y diversas las etapas que ha atravesado el centro hasta el día de hoy. Bajo la dirección del veterano maestro, Demetrio Cascón, se logró una sede para la actividad en unos locales municipales de la plaza Madres de Mayo, en el barrio El Zapatón. Al mismo tiempo, se fomentaron las especialidades, pasando a impartirse clases de dibujo (a carboncillo o lápiz), ceras, pastel, pintura y acrílico-óleo, además de programar en todos los cursos talleres de procedimientos, de grabado, de escultura (su último maestro fue el recordado Mauro Muriedas) y de talla en madera y modelado en barro. El último servicio de Demetrio Cascón a esta Escuela pasó por asegurar la continuidad en la acción formativa, eligiendo a Berta Fernández-Abascal -que aparece en la imagen que acompaña este artículo con sus maestros Mauro y Demetrio- como la discípula más preparada para afrontar los nuevos retos de un centro que permite que muchas personas, curso tras curso, puedan enfrentarse con el maravilloso mundo del arte.

Pisano fue el primero en desaparecer del cuarteto de personalidades que lucharon por la creación de la Escuela, apenas unos años después de aquella gran muestra -celebrada del 1 al 15 de diciembre de 1982 en la sala del Banco de Bilbao- de tres grandes de nuestro arte: Eduardo Pisano, Mauro Muriedas y Jesús Otero, que presentaron sus óleos, esculturas y relieves. Tres grandes amigos que en su camino artístico fueron atrapados por la guerra civil que tantas ilusiones y esperanzas rompió en sus trayectorias.

No se precisa buscar frases redundantes para evocar la importancia del centro. Pablo del Río, memoria viva del siglo XX, escribió en su obra Torrelavega en su Historia que el diario quehacer de la Escuela de Arte Eduardo López Pisano se desarrolla en un tono auténticamente popular, de pulso vivo y continuado. Así lo demostró Demetrio Cascón con una trayectoria generosa de trabajo y vocación que le proyecta en digno sucesor de aquel gran hombre que fue Hermilio Alcalde del Río.

* Escritor. Doctor en Periodismo.

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