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JESÚS ÁNGEL PACHECO, MODERNIZADOR DE PIÉLAGOS

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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PÍELAGOS representa en mi vida una permanente identidad y sensaciones que se agitan al conocer la muerte, ayer, de Jesús Ángel Pacheco Bárcena. Allá por los años setenta, un grupo de amigos de Torrelavega creamos la Joven Cámara de Renedo en un tiempo en el que se necesitaba dialogar y debatir mucho para iniciar en paz y convivencia un nuevo tiempo. La Joven Cámara se destacaba por buscar horizontes de tolerancia, dando fuerza a la palabra y a las ideas desde posiciones democráticas. De aquella iniciativa conocí a Julián Fernández, una persona que tiene mucho que ver en esta historia, un tiempo en el que Jesús Pacheco ya trabajaba fuera de nuestras fronteras, como hacían entonces tres o cuatro millones de españoles emigrantes.

No es mi objetivo realizar un obituario de Jesús Pacheco. Me interesa, por el contrario, dejar prueba a través de este relato de cómo las circunstancias y la política –cuando se ejerce con mezquindad- crean o proyectan imágenes que no corresponden con la realidad de personas de bien. Recuerdo, como inicio de este relato, que siendo Julián Fernández concejal de Centro Democrático y Social (CDS) de Piélagos, apoyó a Pacheco para alcalde del Ayuntamiento –en preferencia sobre el cabeza de lista del PP- lanzándose de manera  intencionada la burda versión de que Juan Hormaechea, entonces presidente de Cantabria, había ganado su voluntad en un viaje que habían realizado al Sahara. En otras palabras muy al uso en política: que se había vendido.  

Aquel viaje había surgido por una invitación del Frente Polisario y cuando Julián Fernández apoyó con su voto a Pacheco –desde el convencimiento de que era el más capaz- comenzó a circular esa bola maliciosa del viaje al desierto y de la venta de aquel voto. El representante del partido de Suárez siempre mantuvo que Hormaechea jamás le habló de Piélagos durante aquella estancia en los poblados liberados del Sahara. Pero la bola creció con el ánimo de hacer daño, como si los estrategas quisieran emular la práctica del totalitarismo sobre una mentira consciente dicha mil veces. A mi amigo le montaron numerosas trifulcas, hasta el punto que –recuerdo- publiqué un artículo con el título “Batasuneros en Piélagos”. Aquel episodio no fue el resultado de mentiras recurrentes; se trataba de ejercer la mentira para hacer daño y desprestigiar, de herir, de matar políticamente.

En su gestión al frente del Ayuntamiento, Pacheco vivió con intensidad y pasión la transformación de Piélagos y las grandes obras que llevó a cabo, construyendo un municipio moderno en servicios a pesar de su extensión geográfica. Por el contrario,  su cruz fue El Cuco, una urbanización que se tramitó por los propietarios de los terrenos al amparo de un Plan General aprobado por unanimidad de la Corporación y de la Comisión Regional de Urbanismo de la que formaban parte representantes dela Universidad, colegios profesionales competentes y organizaciones medioambientales. El Cuco surgió de un Plan Parcial aprobado desde un amplio consenso en el Ayuntamiento y por Urbanismo. Desde ese momento, la Corporación solicitó todas las autorizaciones  exigidas por la ley, llegando a acumular más de treinta informes favorables, entre ellos el más importante, que era el de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio. Aquel documento favorable debió levantar ampollas si tenemos en cuenta que fueron denunciados –me imagino que por cohecho-  los funcionarios que le firmaron, absueltos posteriormente. El último intento contra la legalidad salió de despachos oficiales con la adulteración de documentación relevante.

Desde entonces, el intento de algunos fue hacer culpable al alcalde, cuando el proyecto se debía a una voluntad corporativa y no individual, con la ratificación del Gobierno de Cantabria entonces dirigido por el PRC-PSOE. En su forma de ser y actuar, recuerdo que en un juicio al que fue sometido, el secretario del Ayuntamiento –hoy ejerciendo ese puesto en el Consistorio de Santander- exoneró de toda responsabilidad al alcalde, indicando algo tan meridianamente claro como que sólo se pasaban a su firma los decretos informados favorablemente de legalidad que se emitían por los órganos competentes. Esa era la forma de actuar. Pero era igual. La sentencia estaba dictada.

Jesús Pacheco fue más de veinte años alcalde de Piélagos, pero también seis años concejal de a pie, saliendo elegido en las dos primeras elecciones –las de 1983 y 1987- por partidos inexistentes en cuanto al voto se refiere, es decir, lo que conseguía en las urnas era gracias a la percepción positiva que tenían de él numerosos vecinos. Discurrían aquellos tiempos en los que las preferencias se volcaban en los grandes partidos y, sin embargo, siempre que se presentó por libre fue elegido.

Como principal referente de la política municipal, Jesús Pacheco era un hombre de difícil encaje político y quizás su ideología más afianzada consistió en entenderse con todos. Lo hizo con el presidente de la junta vecinal de Renedo, Jesús Vela, un empresario de éxito en todas sus iniciativas que por honestidad política mantenía su ideario falangista, pero al mismo tiempo confraternizó de maravilla con José Luis Sánchez Sisniega, párroco de Renedo, un sacerdote progresista que irradiaba humanidad y que desde su forma de ser, tan sincera como independiente, en alguna ocasión se refirió desde el púlpito a los valores de Pacheco como ejemplo ante sus vecinos. Con ambos mantuve una entrañable amistad, aprendiendo de valores que ejercieron con humildad.

El tiempo repone a las personas en el lugar que les corresponde. Mi amigo Julián Fernández sigue siendo un empresario trabajador, cuya trayectoria se impuso a la mentira. Cuando Pacheco fue investido alcalde con su voto que quiso ensuciarse, le pidió dos cosas. La primera, abrir una oficina municipal en Liencres, población muy alejada de la capitalidad del municipio, para que los vecinos tuvieran a su alcance –como ocurre desde hace un cuarto de siglo- cualquier documento oficial del Ayuntamiento, ejemplo descentralizador eficaz. La segunda, era innecesaria conociendo el talante de Pacheco: gobernar para todos y escuchar a todos.

No quisiera olvidar en estas reflexiones el agradecimiento más profundo por haber homenajeado con un sencillo pero sentido monumento la figura de Adolfo Suárez que se levanta en una bonita plaza de Liencres.  Aun vivía el líder de la transición y ese recuerdo viene a reflejar valores que en política siempre deben permanecer: la honradez, el coraje y el valor en el ejercicio de las responsabilidades públicas, la pasión por lo nuestro, lo más cercano, y por España, el ejemplo de la tolerancia, el respeto por el adversario y el trabajo por los intereses generales.  Así fue Jesús Ángel Pacheco y ese es uno más de los muchos recuerdos positivos que nos ha dejado.

Doctor en Periodismo. Académico C. de la Real Academia de Historia.

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