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RAFAEL BARRET, ESCRITOR "REVOLUCIONARIO" DE TORRELAVEGA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Cuatro años y unos meses del Centenario de la muerte de Rafael Barret tengo la oportunidad de hablar en este acto del escritor, su personalidad y su obra. Entonces realizamos un homenaje en su recuerdo en la calle que lleva su nombre, próximo a ese espacio histórico de la Llama y allí dejamos unas sencillas flores en su homenaje. Desde entonces, se sabe algo más en la ciudad como el hecho de que exista una calle, modesta sí, pero calle al fin y al cabo, en su recuerdo.

Evocando esta circunstancia, no puedo olvidar dos personas que han ayudado a la recuperación de su vinculación a la ciudad: al médico-escritor y entrañable amigo, Roberto Lavín, primer estudioso de la obra de Barret que con entusiasmo me habló de su obra y con quien trabajé para que tuviera una calle en el callejero local y, por supuesto, a Vladimiro Muñoz, escritor uruguayo que desde un devoción digna de elogio ha seguido y descubierto las pistas humanas y literarias de Rafael Barret, visitando Torrelavega y reecontrarse con el espíritu de su niñez.

Hecha este breve incursión con la cita de dos personas que para mi tienen un valor indudable en descubrir a la persona y a su obra, avanzo que centraré mi intervención en dos reflexiones: la primera, sobre su nacimiento en Torrelavega y el “disputado” origen natal del escritor hasta hace pocos años y, segundo, sobre su pasado aristócrata para culminar su vida –breve, de tan solo 34 años- como escritor social y revolucionario.

Rafael Ángel Jorge Julián Barrett Álvarez de Toledo nació en Torrelavega el 7 de enero de 1876, según consta en los archivos de la desaparecida Iglesia de la Consolación de Torrelavega, según puede constatarse en el Registro Civil de Torrelavega, sección 1ª, tomo VI, p. 184.

Consta en su acta de nacimiento que era hijo del matrimonio formado por George Barrett Clarke, natural de Coventry (Inglaterra) y de María del Carmen Álvarez de Toledo y Toraño, natural de Villafranca del Bierzo (León). Sus abuelos maternos eran Fernando Álvarez de Toledo y Ramona Toraño Cifuentes, domiciliados en Madrid. Por esta línea familiar, Rafael Barrett perteneció a una aristocracia secundaria, próxima a los Duques de Alba, pero de inferior nivel en cuanto a medios de fortuna.

Es muy posible que tanto por la alta posición de su padre como por su condición de extranjero y representante económico para la Corona Británica, le diferenciara del resto de los niños de la Villa en sus primeros años de infancia, etapa de la que se conoce muy poco. Aunque la vida un tanto privilegiada y protegida que llevaba le brindara oportunidades para convertirse en un estudiante con muchas expectativas de triunfar, sus padres temieron –según cartas entre parientes- que su débil constitución le mantuviera alejado de los colegios y de la universidad.

Pero pasados unos años y superados estos temores, sabemos de sus rasgos personales que "erguía su estatura no común un hombre de ojos celestes, cabello rubio, frente muy alta y de perfecta trazo, sobre las que caían dorados mechones, y rastro alargado que afirmaba su expresión enérgica en su mentón rotundo...". Así lo escribió José Rodríguez Alcalá en su estudio Rafael Barret en el Paraguay, publicado en el diario La Nación de Buenos Aires en enero de 1944.

El ambiente de Torrelavega de aquella época, de la niñez de Barret, se puede definir en unas pocas líneas. vino al mundo dos semanas más tarde de la cuarta época iniciada por el decano de la prensa local El Impulsor (que se había fundado en 1873 de la mano de un grupo de liberales locales), dirigido por el boticario Juan Francisco López Sánchez, un año, además, significativamente marcado por la creación de la Institución Libre de Enseñanza. Por tanto, tres años después de que se instalara en la Villa la primera imprenta, la del tipógrafo Bernardo Rueda. Y hago esta incursión por el hecho de que la vida de Rafael Barret estaría muy vinculada a las letras para cuya difusión fue vital la presencia de la imprenta.

Por lo demás, la Villa –entonces con no más de dos mil habitantes- salía de su atonía con las ferias ganaderas de la Llama que se habían iniciado tres décadas antes, los mercados que se celebraban desde 1799. Un tiempo coincidente con la llegada del legendario párroco Ceferino Calderón, que fue el primero designado por el Obispado y no por el titular de la Casa de Osuna, inspirador del Asilo del que actualmente se cumplen casi ciento treinta años y de la Iglesia de La Asunción –templo con honores de catedral- que inició en 1892 y concluyó e inauguró en 1901.

Torrelavega en este último tercio de los ochocientos aun no conocía el despegue industrial de décadas posteriores. Su vida diaria estaba presidida por las tiendas de un incipiente comercio que comenzaba a brillar en la conocida calle de Los Pasiegos (su nombre oficial de la Consolación); los talleres artesanos, las caballerías y carros para la labranza seguían dejando las mismas huellas en los caminos hacia las cercanas mieses, y el grupo obrero que acudía al duro trabajo en las minas de Reocín.

Llegado aquí, me refiero a lo que ya superado, no obstante tiene en estos momentos categoría de anécdota. Quiero decir que quizás no haya un escritor de los grandes sobre el que más se ha discutido en relación a su lugar de nacimiento. Es curioso que su origen haya estado perdido durante mucho tiempo en una sucesión de errores, dudas y confusiones. Armando Donoso, uno de sus primeros críticos, le dio por nacido en Algeciras; Carmelo M. Bonet, señala en sus estudios sobre Barrett que nació en Argelia; de origen catalán le citó Carlos Zubizarreta; por su parte Carlos Sainz de Robles y José Luis Borges le identifican como escritor argentino y, finalmente, Eduardo Galeano –escritor uruguayo recientemente fallecido- escribió que Rafael Barrett nació en Asturias.

Sin embargo, desde que la obra de Barrett recuperó una buena parte de su protagonismo actual, su origen quedó desvelado y aceptado por todos sus estudiosos: la villa de Torrelavega en la que vivió sus primeros años. Precisamente uno de estudiosos, Vladimiro Muñoz, uruguayo de origen asturiano, visitó la ciudad para recrearse con los ambientes de la primera infancia de Barrett. Cuando viajé a Uruguay en 2007 y la obra de Barret se encontraba en pleno desarrollo, Vladimiro Muñoz había fallecido y no fue posible mi encuentro con él.

Sin embargo, vivió para disfrutar y conocer que la obra periodística y literaria de Rafael Barrett fue reconocida con los mejores elogios por los escritores probablemente más grandes de cada uno de los países en los que vivió – Jorge Luis Borges (Argentina); Augusto Roa Bastos (Paraguay) y José Enrique Rodó (Uruguay)- quienes expresaron su profunda admiración hacia Barrett. Especialmente significativa es la afirmación del Premio Cervantes, Roa Bastos, que afirmó que el torrelaveguense “fue un precursor y nos enseñó a escribir” a los escritores paraguayos modernos porque se adelantó tanto en sus ideas como en su manera de escribir.

Pero evocando su recorrido hasta llegar a Paraguay u viajar a Francia para morir con tan solo 38 años, es necesario que recordemos que Rafael Barrett se trasladó a Madrid en los inicios de la última década del siglo para seguir estudios de ingeniería, un tiempo en el que perdió el manto de protección de la aristocracia y de una buena situación económica familiar para afrontar serias dificultades, sobre todo cuando la fortuna económica le abandonó al morir su padre en 1896. No obstante, Barrett participa plenamente en su etapa madrileña como un “joven del 98", etapa de la que consta su relación personal con Valle Inclán, Maeztu y Baroja, entre otros.

De este tiempo existen pruebas de su vida azarosa de la que dejó huella como hombre retador y duelista. Entre las múltiples circunstancias de su biografía apasionante, recogemos la que alcanzó muchos espacios en la prensa madrileña. Fue a raíz de que se le imputara de homoxesual, en aquella época un insulto de los más duros. Lo primero que hizo el torrelaveguense fue retar a un duelo al promotor de aquel bulo, pero enterado el acusador de que Barrett manejaba muy bien el florete y la pistola, logró que el Duque de Arión, presidente del Tribunal de Honor, dictaminara que Barrett “no era digno de apelar al terreno del honor para ventilar como caballero la ofensa recibida”.

Si aquella acusación ya fue mucho para Barrett –un tipo, entonces, guapo, alto y elegante-, el dictamen del Tribunal de Honor fue definitivo para que defendiera su prestigio por otros derroteros. Y no le quedaban muchos, después de que seis médicos certificaran que la acusación había sido un infundio: "…Barrett se revolvió contra la acusación y se lanzó a la imposible tarea de buscar a los originadores de la calumnia…", ocasión que le llegó el 24 de abril de 1902 en plena función del Circo Parish, en Madrid, cuando Barrett ante todo el mundo apaleó con saña al duque de Arión.

Fue un escándalo monumental en el Madrid de la época. De inmediato, los periódicos afines al duque de Arión difundieron la noticia, además de impulsar una campaña para sepultar al torrelaveguense, anunciando cruelmente que el joven Barrett se había suicidado en Biarritz. Todo fue un montaje, pero calumniado y muerto oficialmente, a Rafael Barrett solo le quedó la aventura de buscar un nuevo mundo en el que vivir y desarrollar sus capacidades: los países del cono sur americano.

La ocasión la buscó y le llegó antes de su marcha al cono sur americano. El 24 de abril de 1902 en plena función del Circo Parish, en Madrid, entra Barrett y apalea ante todo el mundo al duque de Arión. La prensa de la época indica que lo hizo con saña, dolido por su honor atacado, con una fusta como si tratara de domar a un caballo. Fue un escándalo monumental en el Madrid de la época, surgido de un hombre de raza que nada le impedía defender su honor mancillado. De inmediato, los periódicos afines al duque de Arión impulsaron una campaña para sepultar al torrelaveguense, anunciando cruelmente que el joven Barrett se había suicidado en Biarritz. Todo un montaje, pero calumniado y muerto oficialmente, a Rafael Barrett solo le quedó la aventura de trasladarse a América.

No entró con buen pie en el primer país que eligió para reiniciar su azarosa vida. En Argentina fue también atacado su honor por el periodista Juan de Urquía (que firmaba con el seudónimo de Capitán Verdades). Retado a duelo, éste se ampara en la descalificación del Tribunal de Honor de Madrid. Se teme a Barrett por su buen manejo de las armas y por su ímpetu no controlado, que hace que el cántabro terminara apaleando a un inocente director de hotel de Buenos Aires al confundirle con el agresor de su honor. Es otro error de la justicia pública a la que se vio abocado Barrett al negársele la reparación a su honor.

Decidido a iniciar una nueva vida, Barret salió para Buenos Aires (donde vivió otras experiencias duelistas), una ciudad que sería determinante en su vida, como luego lo sería la capital de Paraguay, Asunción, donde vivió destierros y circunstancias difíciles. Es en esta etapa en la que escribió casi toda su obra literaria desparramada en numerosos periódicos del cono sur americano, tiempos en los que hizo famosa su frase -tan real si miramos a tanta dictadura sanguinaria- que “el Estado roba con una mano y degüella con la otra”. Sin embargo, aquellos a los que defendía –a los oprimidos y a los marginados, que eran la mayoría- no sabían leer.

De Argentina viaja a Paraguay, país en el que nace un hombre nuevo que va a demostrar todo su talento y su capacidad de pensador y escritor. Barrett se implica con valor en la denuncia de la injusticia social, asumiendo un radicalismo próximo a ideas anarquistas. Comienza a escribir y reflejar en sus artículos el drama de una sociedad profundamente injusta en la que unos pocos ricos decidían sobre la inmensa mayoría. Las autoridades represivas desconfían de él y pronto comienza a sentir que es persona no grata para las clases dominantes; es apresado y, finalmente, deportado a la selva del Matto Grosso brasileño.

Regresado a Paraguay -país en el que vive siete años y forma su familia- es cuando en pocos años escribe casi toda su obra literaria desparramada en numerosos periódicos de los países del cono sur americano. Son los primeros años del siglo XX y ya es un adelantado en lo social y en la promoción de una conciencia ecologista, tiempos en los que hace famosa su frase “el Estado roba con una mano y degüella con la otra”. Escribió para una sociedad que no era la más propicia para recibir positivamente sus ideas críticas, ya que aquellos a los que defendía –a los oprimidos y a los marginados, que eran la mayoría- no sabían leer.

Durante su vida sólo vio publicado un libro, "Moralidades actuales", que cosechó un gran éxito en Montevideo, ciudad a la que también siguieron ligados sus descendientes: su nieta Soledad Barrett tuvo una presencia destacada como dirigente estudiantil en los años sesenta; el 8 de enero de 1973 murió asesinada por los escuadrones de la muerte en Recife (Brasil) y en su homenaje Mario Benedetti escribió el poema "Muerte de Soledad Barrett" y Daniel Viglietti compuso la canción “Soledad”.

Concluyendo, desde hace tres décadas la obra de este aristócrata torrelaveguense comenzó a tener protagonismo y sus escritos han sido objeto de estudios, con la publicación de sus obras completas. En general, casi todos los trabajos publicados confirman lo que Barrett expresó sobre sus ideas llevadas al papel: su actuación y pensamiento de anarquista. Hoy es considerado como uno de los grandes precursores de la literatura social americana.

Aquejado de tuberculosis, viajó a Francia en 1910 para intentar un novedoso tratamiento en su lucha definitiva y desesperada para intentar superar la enfermedad. Pero fallece el 17 de diciembre del año 1910 a las cuatro de la tarde en el Hotel Regina Forêt, en Arcachón, asistido por su tía Susana Barrett. Dijo adiós a los 34 años alejado de su familia.

Tengo un deseo íntimo de viajar algún día a Arcachón y respirar el aire que rodeó los últimos alientos de la vida de Barret. No se si tendrá tumba o habrá desaparecido.

En 1985 se construyó el cementerio de Río Cabo, tomándose la decisión que comparto desde la igualdad de las personas y de las almas, pero no desde la visión histórica, un Panteón de Ciudadanos Ilustres.

Un pensador universal de nuestra tierra dijo estas palabras: “Los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden conciencia de sus destinos, y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor preparan el porvenir”.

Si no existiera tanta desidia como la que muchas veces nos rodea, hoy los restos de Barret, podrían estar en el Panteón de Hombres Ilustres, aunque no fuera, quizás, el lugar de paz para quien en vida defendió a los desheredados de la suerte y de la vida.

De su obra, ha surgido con el tiempo el mejor de los epitafios: Rafael Barrett ha sido uno de los grandes precursores de la literatura social americana. ¡Gloria a este torrelaveguense!, ahora un poco menos desconocido en su tierra natal.

 

Nota. De mi intervención en la conferencia que sobre el escritor Rafael Barret se celebró en el Ayuntamiento  de Torrelavega 24 de abril de 2015.

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