LA ESPAÑA PENDIENTE
Por JOSÉ RAMÓN SAIZ
Transcurrido más de un mes de las municipales y autonómicas, se ha iniciado la cuenta atrás para las legislativas que nos van a ofrecer la posibilidad real o no de que se produzcan los necesarios cambios que siguen pendientes en España y que las elecciones del 24-M han puesto de manifiesto que esa voluntad de cambio existe en una mayoría de la ciudadanía. Si los partidos -todos- atienden las señales del electorado, asistiremos a una campaña en la que se pongan encima de la mesa todas las propuestas que precisa la necesaria e inaplazable oxigenación de la democracia en nuestro país.
Los recientes resultados electorales representan un emplazamiento a los partidos tradicionales sobre la España que sigue pendiente. Los datos tanto para el PP como para el PSOE ofrecen una situación ciertamente incómoda: entre ambos suman el 33 por ciento del electorado (es decir, de cada cien españoles son votados por un tercio), que si tenemos en cuenta la participación y el voto ciudadano, se convierte en un 51 por ciento del total de los electores que emitieron su papeleta. Estos porcentajes indican el retroceso del modelo surgido en las primeras elecciones democráticas al poner de manifiesto el relativo hundimiento del viejo bipartidismo, que a duras penas sobrepasa el 50 por ciento, cayendo 13 puntos respecto a los resultados de 2011 y un 19 en relación a 2007. Este modelo sigue, no obstante, teniendo apoyo, porque en la política española no acaba de funcionar el principio de que no se debe creer nunca al que mintió una vez.
De las elecciones celebradas hace cuarenta días, se puede afirmar que los recortes y la corrupción han gozado de menor impunidad que en otras citas electorales. El PP ha perdido dos millones y medio de votos y diez puntos respecto a 2011. Sufre una fuerte caída, apenas disimulada por los primeros puestos alcanzados en algunas comunidades y grandes ayuntamientos. También el PSOE ha sufrido un retroceso electoral significativo. Sin embargo, mientras el PP tiene un cartel electoral que parece decidido a avanzar de “victoria” en victoria hasta la que puede ser, allá por noviembre, una derrota final, el PSOE cuenta con un candidato más fresco y creíble en las reformas que se reclaman. Ambos saben que el campo de juego no está para regates cortos y que la jubilación política de cierta casta, no ha producido demasiadas penas en amplios sectores ciudadanos.
La versión buena del 24-M -especialmente para todos los que no somos secesionistas- pone de manifiesto que los partidos nacionalistas han dejado de ser bisagra, protagonismo que en el pasado les ha aportado importantes rendimientos en casi tres décadas de gobiernos que precisaban de sus votos para obtener mayoría absoluta. Los aspirantes a ser bisagra son ahora más, rebajando muy notablemente ese papel distorsionador y favorecedor, al mismo tiempo, de los intereses de determinados territorios. Este análisis se cierra con la aceptación de otro hecho innegable: más de un millón de españoles han dado un giro a la izquierda.
Después de varias semanas de un escenario de negociaciones y pactos, se ha producido un nuevo marco político en el país al producirse el retroceso del bipartidismo y la confirmación de un giro a la izquierda. Así, el mapa de los alcaldes por capitales de provincias ya no está -en cuanto a número de ciudadanos se refiere- en manos del bipartidismo que hasta las anteriores elecciones lo coparon todo, a excepción de Córdoba, en manos del viejo Partido Comunista, o San Sebastián, que cayó en favor de Bildu, con la consiguiente corrección en estas elecciones de la ciudadanía donostiarra. Con el actual escenario -inédito en España en su historia democrática- las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Zaragoza están en manos de partidos a la izquierda del PSOE. De todos estos pactos, quizás el exceso se haya dado en Pamplona, al entregarse la alcaldía a Bildu, partido aberzale cuyas intenciones se centran en anexionar Navarra al País Vasco.
Al mismo tiempo extraemos la conclusión de que no existe posibilidad de una revisión constitucional, que sería positivo que los partidos más fuertes (ahora más débiles) llevaran a cabo. La irrupción de Podemos -por la miopía en el tema de la corrupción de PP y PSOE- con el 14 por ciento de votos que ha obtenido, no les permite iniciar un proceso constituyente. En este mismo línea, debemos estimar que el independentismo catalán es menos fuerte del que se intenta proyectar. Y con probabilidad lo será menos tras las legislativas de noviembre, una vez que el nacionalismo -sobre todo el catalán- deje de ser el partido bisagra para conformar mayorías absolutas. Este hecho es, sin duda, positivo, ya que el secesionismo perderá fuelle y sus estrategias, quedarán más limitadas.
De todo este nuevo entramado, no deja de ser curioso que contra todo pronóstico, la única comunidad pacificada por los resultados sea la de el País Vasco, cuyo partido hegemónico – que gobierna la comunidad autónoma con menos del 15 por ciento de los votos del electorado- es el Partido Nacionalista Vasco que ha pasado a controlar las tres capitales y diputaciones forales. La tradicional inestabilidad política de este territorio, se ha convertido tras el 24-M en una paz política desconocida desde el inicio de la transición. A este respecto, es significativo que no existan en la práctica declaraciones radicales en favor de la independencia. El País Vasco se conforma, actualmente, con mantener en exclusiva con Navarra, su sistema de financiación de especial ventajismo.
En este nuevo contexto, lo que pueda suceder en las elecciones de noviembre es una gran incógnita. Los factores que explican el relevo en el poder suelen ser complejos y diversos. Pero más allá de los motivos de coyuntura (crisis, errores o desgaste) y de los condicionantes estructurales (la fisonomía de una sociedad o la cultura política dominante), aparecen los ejes de competencia entre los partidos que compitan. Quien acierte a llevar a los españoles un proyecto nítido de auténtica regeneración de la democracia, será el que tenga el máximo de papeletas para llevarse el triunfo. Son muchos los capítulos que preocupan a la ciudadanía: el modelo territorial, el protagonismo de la sociedad civil por encima de la política, la igualdad ante la ley, el Estado de bienestar o la despolitización de los órganos judiciales, entre otros muchos que deben afrontarse.
Otras reflexiones sobre las medidas para impulsar otra democracia, las expuse el pasado jueves en la presentación del libro de Fernando Jaúregui en el que hace un repaso a los cuarenta y cinco años que van desde su llegada al periodismo (1970) al momento actual. Dije en este acto algo que considero esencial y que parte de la reflexión de que la libertad de prensa actual en España es muy superior a la calidad de nuestra democracia, cuya oxigenación pasa, ineludiblemente, por sentar las bases de una democracia diferente a la que imponen los gabinetes de los partidos políticos dominantes; la necesidad de cambiar el sistema representativo falseado por las listas cerradas, acabar con la corrupción política y, finalmente, que los partidos pongan alto el listón de los que quieren dedicarse a la política, pues entiendo, entendemos muchos, que a la política no se va a hacer carrera, hay que llevarla hecha. Pero todo esto tiene que lograrse dentro de una revisión total de nuestro ordenamiento jurídico para armonizarlo y conformarlo con la realidad social. ¿Será posible?. España espera.
Escritor. Doctor en Periodismo.
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