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RECUERDO DE UN CÁNTABRO ALCALDE DE MADRID, QUE EJERCIÓ SU CARGO DESDE LA ÉTICA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Era alcalde de Madrid José Abascal y Carredano, natural de Pontones (antigua Junta de Ribamontán al Monte) cuando se produjo un hecho que por su valor ético merece la pena recuperarse como ejemplo para estos tiempos. Aconteció -tómese nota a los efectos oportunos- el 24 de agosto de 1882, cuando el pleno del Ayuntamiento de Madrid decidió comprar un carruaje de gala para uso del alcalde capitalino presupuestado en dieciocho mil pesetas de entonces. Este cántabro de nombre José Abascal se opuso, pero los concejales seguían porfiando y asegurando que se convertiría en parte del patrimonio de la ciudad y valedero para cuantos alcaldes posteriores llegaran. Así que el alcalde, harto ya, dijo que seguiría yendo a pie y que si persistían en el empeño de gastar tal suma, se atrevería incluso a denunciar a los tribunales, por malversación y despilfarro, a los concejales que aprobaran tal dispendio. Dicho y hecho, se retiró la propuesta.

Transcurridos ciento treinta y tres años del gesto ético de este alcalde montañés de Madrid y cumpliéndose -el 19 de febrero de 1890- ciento veinticinco años de su muerte, recordamos que José Abascal Carredano fue alcalde de la Villa y Corte en dos etapas: de 1881 a 1883 y de 1885 a 1889. No fue uno de los cántabros más conocidos y que se recuerde de esta época, aunque desde 1980 su nombre ha vuelto a figurar en el callejero de Madrid al darse su nombre a una de sus calles más importantes que desemboca en el Paseo de la Castellana. Recuperaba, de esta manera, su primitiva denominación que databa de 1890 al sustituir a la bautizada con el nombre de Buenos Aires. Entonces, el periodista y cronista oficial de la Villa, Pedro de Répide, escribió que con la calle se hizo honor a la memoria de uno de los mejores alcaldes que ha tenido la capital de España. Tiempo después, tras el final de la guerra civil, los vencedores impusieron el nombre del general Sanjurjo, el primer sublevado contra la II República.

Nacido el 1 de septiembre de 1830, pocos años después acompañó a su familia en su traslado a Madrid. En su Universidad Central se licenció en Medicina, más como no le fuese grato dedicarse a su ejercicio -relata el historiador Pablo del Río- decidió tomar a su entera responsabilidad la dirección de los lucrativos talleres de cantería establecidos por su padre -en los que trabajaban más de doscientos operarios- y que había heredado tras el fallecimiento de su progenitor.

José Abascal figuró desde muy joven en el progresismo y en 1854 fue nombrado capitán del Estado Mayor de la Milicia Nacional. En 1858 adquirió la mitad de la propiedad del periódico La Iberia, órgano del Partido Progresista Histórico. Diario liberal de la mañana, destacó por su atención preferente a la política, a la rica y variada información cultural, literaria o científica que ofrecía todos los días en sus páginas, más amplia y plural que la proporcionada por otros periódicos madrileños de su tiempo, en cuya redacción colaboraron escritores de la talla de Juan de la Rosa, Concepción Arenal, Patricio de la Escosura o Gaspar Núñez de Arce, entre muchos otros. En 1863 fue adquirido por el líder liberal Práxedes Mateo Sagasta, junto con José Abascal, quien lo dirigió hasta junio de 1866, alcanzando su máxima difusión y sirviéndole para organizar la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II.

José Abascal fue elegido concejal de Madrid en 1864, ejerciendo el cargo de teniente alcalde del distrito centro, puesto desde el que prestó relevantes servicios a la población con motivo de la epidemia del cólera. El Ayuntamiento, por voto unánime de todos los concejales, cedió a su favor la Cruz de Beneficencia de primera clase que el Gobierno había otorgado a la Corporación.

Los avatares políticos fueron muy pronto en contra de sus ideas. En 1866 se vio obligado a exiliarse y tras regresar un año después fue encarcelado. Puesto en libertad, trabajó sin desmayo en favor del éxito de la revolución de septiembre de 1868. Fue entonces cuando Abascal, miembro de la Junta Suprema y en representación de ésta, acudió con otros líderes a notificar al general Serrano su nombramiento como presidente del poder ejecutivo. En las elecciones constituyentes de 1869 fue elegido diputado, cargo que renovó en varias ocasiones.

El 10 de febrero de 1881, por Real Decreto, fue nombrado alcalde del ayuntamiento constitucional de Madrid. De su nobleza y honradez políticas, la prensa de la época destacó que en la primera sesión municipal de su mandato anunció con energía que asumía personalmente toda la responsabilidad que podía caber a los alcaldes y Consistorios anteriores. De esta manera no permitió que se lanzaran ataques a la gestión administrativa de quienes le habían precedido en el cargo. En los dos mandatos en los que ejerció este alto cargo, José Abascal se distinguió por su lucha contra la picaresca de aquel comercio decimonónico muy dado a la adulteración de los alimentos y engaño en los pesos. De esta manera se ganó merecida fama y un reconocimiento general.

Sin quererlo, Abascal Carredano fue el creador de la costumbre madrileña de despedir el año en la Puerta del Sol. Se narra que en aquellos tiempos se vivía en Madrid una noche de Reyes bastante movida con ruidos callejeros en exceso. Por esta razón, en diciembre de 1882 publicó como alcalde un bando en el que prohibía beber en las calles y organizar ruidos la noche del 5 de enero bajo multa de cinco pesetas. Enfadado un grupo de madrileños por esta solución, decidió tomar la calle en otra fecha clave, pero además bajo la premisa de ridiculizar a la clase pudiente que organizaba fiestas en Nochevieja. Así que salieron rumbo a la Puerta del Sol llevando consigo bebidas baratas con las que irónicamente intentaban parodiar y satirizar los festejos de la alta burguesía y para ello se llevaron fruta. Al oír las campanadas del reloj, a alguien se le ocurrió echarse a la boca una pieza de fruta con cada campanada, pero de entre todas, la única que permitía llevar el ritmo era la uva.

Aquello caló pronto entre los madrileños más castizos y sencillos al punto que un 31 de diciembre de 1885, el mismísimo Presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, acudió a la Puerta del Sol a despedir el año con cuantos se dieron cita en aquella plaza. La prensa ya anunciaba en 1897 que aquello se había convertido en una tradición y publicaba: “Es costumbre madrileña comer doce uvas al dar las doce horas en el reloj que separa el año saliente del entrante”.

La tradición se fue extendiendo gracias a la prensa que comenzó a difundir aquella curiosa forma de saludar el nuevo año. Después de celebrarse en muchas provincias -en algunas gracias a excedentes de uva-, Televisión Española terminó arraigando el festejo en torno a las “uvas de la suerte” al retransmitir por primera vez la fiesta en 1962. O sea, que José Abascal, sin proponérselo, provocó esta tradición en la capital de España, unida a la ética de sus convicciones personales.

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