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PROTECCIÓN DEL TERRITORIO PASIEGO: DEMANDA SOCIAL E IDENTIDAD

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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Uno de los objetivos permanentes de unas instituciones de autogobierno pasa por proteger los valores que conforman su rico patrimonio como parte consustancial de la identidad del territorio. Se trata de un legado que como deber moral hacia nuestros antepasados debemos conservar y potenciar. No es de extrañar que en los últimos tiempos voces profesionales de significativa credibilidad y competencia, se hayan dejado escuchar sobre la necesidad de tomar medidas urgentes para proteger los territorios pasiegos de Cantabria y, en especial, de sus cabañas que en número superior a las cinco mil existen en varios municipios –San Roque de Riomiera, Vega de Pas, Selaya, Villacarriedo, Luena, Saro, San Pedro del Romeral y Miera- que forman lo que podemos considerar el mapa pasiego cántabro -en el que también podrían incluirse algunos municipios más-, amplia zona del interior cántabro en el que encontraremos antiguas cabañas pasiegas acondicionadas al estilo urbanistico de otras comunidades autónomas, lo que no deja de ser un sacrilegio y ejemplo del abandono de este rico, extenso y peculiar patrimonio.

Uno de los rasgos que más ha marcado a los pasiegos ha sido su secular aislamiento, hecho este que ha permitido que muchas de sus costumbres y tradiciones se hayan conservado intactas. La difícil climatología y la configuración del terreno con grandes desniveles, ha propiciado estas situaciones en cuanto a un mundo cerrado que, sin embargo, está viéndose amenazado por oportunistas que no tienen inconveniente en adulterar ese gran patrimonio de las cabañas, exportando a Cantabria sus propios modelos arquitectónicos entre la pasividad manifesta de las autoridades y el clamor de voces profesionales cualificadas, que piden acciones inmediatas como la protección del territorio pasiego. Un patrimonio que sigue esquilmándose si analizamos en Internet las oferta de venta de decenas de estas cabañas sobre las que debiera existir una normativa de obligado cumplimiento en cuanto a su exigible rehabilitación por parte de los compradores. Hace unos días, en Torrelavega, con motivo de unas conferencias sobre la obra Los Pasiegos del escritor de Viérnoles, don Gregorio Lasaga Larreta, se proyectaron imágenes que mostraban esa grave adulteración de un patrimonio cultural y tradicional de nuestra Comunidad Autónoma.

Para los expertos, la cabaña pasiega es una de las muestras de arquitectura rural más representativas, formando parte de ese legado sagrado de uno de los pueblos más sacrificados y aislados, como es el de los pasiegos. Construidas sobre piedra y lastra, la cabaña pasiega representa uno de los ejemplos más significativos de la adaptación del hombre al entorno. La cocina es el único núcleo vivencial, con un espacio reducidísimo para las camas de colchón de hierba y todos los utensilios necesarios para hacer posible la supervivencia en los largos inviernos. El calor generado por el ganado –en la planta inferior- más el de la lumbre, proporcionaba una temperatura adecuada; cabañas, hoy, en su práctica totalidad abandonadas aunque en pueblos como Calseca no hace mucho comprobé con espanto como vivían familias hacinadas en situaciones de hábitat propias de hace cien años. Durante siglos, en estos ambientes, se desarrolló la vida de los pasiegos, país del que salieron eficientes comerciantes que labraron buenos negocios –ejemplos numerosos tenemos en Torrelavega- que en su callejero contó, en otros tiempos, con la calle Los Pasiegos en honor a los comerciantes que en la ciudad se habían instalado en el último tercio del siglo XIX y principios del XX.

Todavía estamos a tiempo de recuperar este patrimonio, pero cierto es –y ahí están otras voces mucho más cualificadas que la mía- que vienen insistiendo en que si se mantiene la política de dejar hacer, de que a Cantabria se exporten y se impongan otros modelos arquitectónicos sobre los que ya tenemos cientos de vergonzosos ejemplos en la costa y en el interior, dentro de unos años posiblemente no haya nada para recuperar. En este sentido, los colegios profesionales de los arquitectos y arquitectos técnicos han señalado un camino adecuado para intervenir con urgencia: ordenar, catalogar, conservar y rehabilitar lo que es un rico patrimonio, al tratarse de construcciones muy integradas en el paisaje que por esta razón demandan, cuanto antes, controlar las rehabilitaciones y que se pare cualquier obra que adultere el legado pasiego. Los dos objetivos prioritarios pasan, pues, por impedir que terminen en ruina y, proteger su rehabilitación, acabando con acciones anárquicas ajenas a su secular estética.

En unos tiempos en los que la regresión ganadera es un hecho con un declive de las formas de vida y existencia en el territorio o país pasiego, con un paisaje excelentemente conservado por el momento, ha llegado la hora de actuar sin dilaciones. Las posibilidades son imensas si tenemos en cuenta que la zona pasiega representa un ejemplo de equilibrio entre explotación y mantenimiento, siendo uno de los parajes más singulares de España que bien podría ser declarado Patrimonio de la Humanidad y que, todavía en Cantabria, no ha alcanzado la categoría de Bien de Interés Cultural. Los propios pasiegos, las instituciones municipales que tienen este patrimonio único, deben ser protagonistas del diseño de ese futuro que todos anhelamos para el mundo pasiego que ofrece, además, otras singularidades como los valores etnolingüistícos, su historia y vida, tal y como parecen fielmente retratados en obras de José María de Pereda, Amós de Escalante, Manuel Llano y Ángel de los Ríos, que nos presentan al pasiego como tipos excepcionales que han sabido vencer las dificultades de la orografía y del clima riguroso.

En esta evocación de la singularidad pasiega, quiero evocar una figura excepcional que debiera alcanzar más relieve: el doctor Enrique Diego Madrazo y Azcona, natural de la zona pasiega que murió en 1942 entre excepcionales medidas de seguridad al ser considerado un peligroso liberal por el régimen franquista, enterrado casi en secreto, pero cuya muerte fue muy sentida por los ciudadanos. Renovador de la cirugía española, filántropo, sociólogo, mecenas de la cultura, en 1894 construyó un sanatorio en Vega de Pas; más tarde un centro escolar y, finalmente el primer sanatorio privado de Santander, que llevó su nombre. Demócrata, republicano, hombre de bien, es un ejemplo de pasiego erudito, cuyo nombre los cántabros tenemos razones de peso para no olvidar, sino encumbrar aún más su memoria y recuerdo.

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