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DOS AÑOS SIN ADOLFO SUÁREZ, EL GRAN REFERENTE ÉTICO DE LA POLÍTICA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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FUE HACE DOS AÑOS CUANDO MURIÓ, si bien eran varios los años que ya no estaba, pero lo seguíamos viendo como si estuviese con todos nosotros.

Hay que decir que en años especialmente difíciles para la convivencia entre españoles, dirigió el país con su don de convicción, su coraje, su deseo de hacer algo grande por la historia de una España sin vencedores ni vencidos. Fue el símbolo de una complicada transición en la que unos y otros tiraban hacia los extremos y él fue capaz de conducir el país hacia la tolerancia que no había existido en el último medio siglo. Con su clarividencia nos sacó de las catacumbas políticas para encender las primeras luces de la libertad. Nos abrió el camino para pasar de súbditos a ciudadanos.

Hay tres momentos claves que definen a este gigante de nuestra historia: cuando logró que unas Cortes heredadas del régimen anterior aprobaran la ley para la Reforma Política, apenas cuatro meses después de llegar a la Presidencia del Gobierno; la legalización del Partido Comunista a los ocho meses de su mandato y, por último, su fuerza personal cuando como presidente en funciones se enfrentó a los sediciosos el 23 de febrero de 1981. Basta recordarlo en pie, con esa valentía ética y moral que jamás lo abandonó, para constatar que hombres como Adolfo Suárez pueden contarse, en cada generación, con los dedos de una mano.

Han tenido que pasar casi cuarenta años para que se reconozca que Suárez fue, sobre todo, un hombre de Estado en el sentido que el canciller Bismarck atribuía a dirigentes de esta condición y que definió como aquellos que piensan en las próximas generaciones y no en las inmediatas elecciones. Y en el ejercicio de este valor supremo de pensar en el país, en todos, por encima de apetencias personales, Adolfo fue conciliador, valiente, tolerante, sufridor, decente, entusiasta, servidor, líder y ejemplo de buen español. Encontró un país lleno de descosidos y nos ofreció una Constitución acogedora, definida por la concordia y no por la imposición de medio país al otro medio.

Por fin, la inmensa mayoría de españoles reconocemos su labor. Con reparos, como ocurre en toda obra humana, pero sabemos agradecer el trabajo inmenso que llevó a cabo en aras del bien general. Dejó como testamento político una vida de ejemplo. Pero, desgraciadamente, pocos han practicado sus enseñanzas. En estas horas, escuchamos muchos elogios sobre sus muchas virtudes a los poquísimos que lo defendieron y a los muchísimos que lo vilipendiaron. Llegan hasta el extremo de colocarlo como un maestro, un referente en sus formas de entender el servicio a los demás e incluso se atreverán a decir que los guían sus mismos principios. No les hagan caso. Nos siguen mintiendo.

Yo fui de sus votantes. Cuando se cumplen dos años de su muerte, estoy plenamente convencido de que pocos políticos han merecido más y han utilizado mejor que él los sufragios que le fueron entregados. Aunque en democracia eran para una opción, su responsabilidad de estadista los puso al servicio de los grandes ideales de un pueblo que históricamente había afrontado muchas tribulaciones.

En estos momentos de tensión por demandas territoriales, crisis
económica, política de bajo nivel y corrupciones, España sin gobierno y en funciones, el segundo aniversario de la muerte de Adolfo Suárez hace resurgir los valores que adornan a un hombre de Estado. Se le podrá acusar de desaciertos, pero nunca se negará que todo su esfuerzo lo fue por España y los españoles. Se le recordará durante largo tiempo.

. Escritor y Doctor en Periodismo. Autor del libro “Adolfo Suárez, la memoria del silencio”.

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