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ÉTICA HUMANA Y PÚBLICA DE FERNANDO ÁLVAREZ DE MIRANDA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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La muerte de Fernando Álvarez de Miranda y Torres (Santander, 1924) aconseja trazar unas líneas en forma de despedida de quien fue un personaje público de extraordinaria honradez personal y pública. Lo afirmo desde mi admiración de este viejo democristiano que tuvo que sufrir un confinamiento en la etapa franquista por defender el ideal europeo la libertad, dos valores permanentes de su vida política. Fue uno de los grandes protagonistas del calificado por el régimen anterior como “contubernio de Munich” y  en 1962 y tras defender el derecho de España y los españoles a vivir en democracia y libertad, no tuvo inconveniente en regresar a España sabedor de que recibiría sanciones de la dictadura que estaba moviendo los hilos para una gran campaña interna dirigida a calificar de traidores a España de quienes habían acudido a la ciudad alemana para defender el ideal de libertad.

Tuve en la etapa de la transición una relación especial con Fernando Álvarez de Miranda ya que uno de mis trabajos en la redacción de Pueblo se centró en seguir la actualidad en la dispersa familia democristiana: José María Gil Robles, Joaquín Ruiz Giménez, Fernando Álvarez de Mirada y Alfonso Osorio, ministro de Presidencia con Arias y vicepresidente político con Adolfo Suárez. En aquellos meses fue clave la figura de Fernando al desligarse de un camino a ninguna parte de Gil Robles y Ruiz Giménez y la necesidad de articular un gran centro teniendo como líder a Adolfo Suárez que se había convertido en apenas unos meses como líder indiscutible en una operación de centro. En este sentido, la aportación de Álvarez de Miranda a UCD fue decisiva ya que el líder democristiano contaba con todas las credenciales democráticas de las que carecían muchos políticos que se acercaban en olor de poder a UCD.

De aquellos contactos habituales con Fernando Álvarez de Miranda recuerdo lo que sucedió el martes siguiente a la legalización comunista, que relato en mi libro Adolfo Suárez, la Memoria del Silencio. Aquella tarde Me acudí a la calle  Fuenterrabía, donde tenía su despacho de abogado. Era el día de la presentación del Partido Demócrata Cristiano, fruto de la fusión del Partido Popular Demócrata Cristiano y la Unión Democrática Española, partido éste en el que militaban cuatro ministros: Osorio, Reguera, De la Mata y Carriles. Fernando tenía entonces un destartalado  Seat 1.500 familiar en el que nos trasladamos al hotel donde se iba a desarrollar la presentación del nuevo partido. Le acababan de confirmar las declaraciones de Manuel Fraga acerca de la legalización del PCE: “Me parece un grave error político y una farsa jurídica…”. afirmó el líder de la derecha para terminar calificando la medida como “golpe de Estado” al entender que la reforma, tras la legalización de los comunistas, se transformaba en ruptura.

Álvarez de Miranda estaba aquella tarde preocupado. Tras confesar que confiaba en el Ejército, expresó su deseo de que también las Fuerzas Armadas comprendieran la medida como necesaria para culminar el proceso de democratización del país. En el hotel Eurobuilding, ya esperaban al líder democristiano. Había animación, discursos y mucho calor. Relato en el libro que llegadi el momento en el que Álvarez de Miranda tomó la palabra, se refirió a la legalización del PCE,  felicitando al Gobierno. De repente, se refiere a Fraga al que acusó de que con sus declaraciones “ha intentado una sedición en el Ejército”. La sala explotó en aplausos. El entonces Centro Democrático se posicionaba apoyando, decididamente, la decisión de Suárez, si bien ponía en alerta sobre las intenciones eurocomunistas.

Conformada la UCD y tras la victoria de Adolfo Suárez en las elecciones del 15 de junio de 1977 –en las que Álvarez de Miranda se presentó como cabeza de lista en Palencia- el presidente reelegido en las urnas llamó a Fernando para ofrecerle un ministerio en el nuevo Gobierno. Sin poner objeción a la invitación, respondió a la propuesta de Suárez confesándose que su aspiración pasaba por la presidencia del Congreso. Adolfo en aquél momento no le contestó afirmativamente, pero días después hizo oficial la propuesta. Si la legislatura iba a ser finalmente constituyente, nadie mejor que un demócrata convencido para presidir la Cámara Baja.

Sobre este  importante cargo que ostentó, tengo una anécdota que relatar. Una tarde estaba viendo el programa Saber y Ganar de la TVE2, cuando se preguntó por el presidente del Congreso en la primera legislatura democrática. El concursante contestó dando el nombre de Antonio Hernández Gil, respuesta que se dio por válida.  Mandé una carta a la dirección del concurso indicando que el presidente había sido Fernando Álvarez de Miranda y que Hernández Gil ostentó en aquella etapa el puesto de presidente de las Cortes Generales que se mantenía según la ley para la Reforma Política. Nunca tuve respuesta ni tampoco se rectificó por el programa.

También recuerdo que en el verano de 1977 viajó a Santander y acudí a esperarle a la estación, después de hacer el viaje en el expreso. Con apenas una seguridad de dos policías, pernoctó en su casa de la calle Juan de la Cosa. El viaje fue para pronunciar el pregón del día de Cantabria invitado por el Ayuntamiento de Cabezón de la Sal y su alcalde, Ambrosio Calzada. Con este motivo, celebró una rueda de prensa en el hotel Bahía a la que asistieron periodistas como Juan Antonio Sandoval y Dapena de la Lastra, ya fallecidos; Manuel Ángel Castañeda, Francisco Freixinet, Leandro Mateo y algunos más.  

Hace algunos años –cuando Fernando estaba cargado de años y de honores- pedí al Parlamento de Cantabria que se le diera la Medalla de la Cámara. Tenía razones para hacer esta petición; por un lado, la distinción se creó a mi iniciativa, lo mismo que pedí que la primera medalla se concediera a Adolfo Suárez, lo que ocurrió el día del a Constitución de 1998. A pesar de los valores humanos, éticos y de defensa del humanismo democrático y la libertad, además de haber nacido en Santander, no se tomó en consideración la propuesta. Me entristeció el hecho, teniendo en cuenta los altos valores personales y democráticos de Fernando Álvarez de Miranda.  

Convertidas en Cortes constituyentes, las Cámaras elegidas por los ciudadanos en las primeras elecciones libres en cuarenta años, elaboraron la Constitución con Álvarez de Miranda en la presidencia del Congreso. El suyo no fue el papel de protagonista de aquella obra clave de la Transición, sino el de figura institucional que, en un segundo plano, contribuyó a que no descarrilaran las tareas de los elegidos como padres de la Constitución en las difíciles negociaciones que dieron origen a la máxima ley.

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