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CANTABRIA, EDAD MODERNA, JUNTA DE LOS VALLES Y EL SECUESTRO DE NUESTRA HISTORIA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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En esta Casa de Juntas de Puente San Miguel, con la solemnidad que este acto requiere aunque se trate de una sencilla conferencia, partimos de esta afirmación que, aunque innecesaria, nos parece exigible:   

 Sabemos cosas muy concretas de los habitantes de nuestra región de hace dos mil años, que nos aseguran una verdadera continuidad respecto a ellos: unos y otros nos llamamos igual: somos cántabros”. Es importante reflejar, por tanto, que después de veinte siglos las gentes de esta comunidad seguimos llamándonos con idéntico nombre.

Hecha esta confesión, afirmamos que al referirnos a la Edad Moderna hay que partir, más en este año en curso, de la figura de Miguel de Cervantes y Saavedra, fallecido en 1616, así como de su gran obra universal El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, que alcanzan una especial relevancia en el periodo histórico que conocemos por Edad Moderna que se inicia  en España con la conquista de Granada (1492) y culmina con el inicio de la Guerra de Independencia (1808),  tres siglos que presentan, entre otras, las siguientes claves: el despertar del mundo urbano en occidente, el debate religioso que preludia la Reforma, los síntomas de cambio en los comportamientos de la economía hacia formas precapitalistas y, finalmente, la alianza entre ciencia y tecnología.

Para la Montaña -cito La Montaña y no Cantabria porque fue el término más popular de este tiempo- el hecho más sobresaliente fue la construcción del Camino Real de Santander-Reinosa a la Meseta y ya al final de este periodo la constitución de la Junta de los Valles de Puente San Miguel con la creación de la provincia de Cantabria, aunque también me referiré, por su trascendencia, a la introducción de la imprenta y el protagonismo de ese burgalés de Villadiego,  el Padre Flórez, al que debemos algo tan esencial como la identidad de nuestro nombre cuando estuvo a punto de arrebatársenos en el siglo XVIII. Hay otros muchos hechos que sucedieron en la Edad Moderna pero el tiempo que tenemos para esta conferencia nos impide abordar todos. Lo haré sobre aquellos que considero más relevantes.

Por esta Edad Moderna discurrió también el Siglo de Oro, periodo de tiempo que alcanzó  parte del siglo XVI y del XVII.  El año de la muerte de Calderón de la Barca, en 1681, es generalmente aceptado como punto de referencia para apuntar el final de este gran periodo clásico, siendo más problemático fijar su comienzo. En este tiempo destacaron algunos poetas populares como Rodrigo de Reinosa, Juan de Agüero y Alonso de Selaya además del prosista Fray Antonio de Guevara, natural de Treceño (1480-1545), considerado el autor español que más influencia alcanzó durante el siglo XVI.

También sobresalió Jorge de Bustamante, canónigo, humanista y traductor. Pero, sin duda, en este Siglo de Oro destacaron tres egregios antepasados vinculados por su origen al solar cántabro: Félix Lope de Vega, Pedro Calderón de la Barca y Francisco de Quevedo y Villegas, tal y como destacaba El Libro de España que en nuestro tiempo de escolares nos adoctrinaba en valores nacionales.

Si grande y universal fue Cervantes para la literatura, también podemos considerar excepcional la biografía del montañés Juan de Herrera (1532-1598), uno de los principales arquitectos del Renacimiento con grandes conocimientos de matemáticas, geografía y náutica, así como inventor de máquinas para la minería y la construcción. Gran dibujante como humanista, su influencia en la arquitectura  fue enorme como creador de un estilo propio, el herreriano, caracterizado por la sobriedad decorativa, la simetría y la proporción, que tiene en El Escorial uno de los ejemplos más sobresalientes.

Al nombre de Juan de Herrera añadimos el de Rodrigo Gil de Hontañón (1500-77),  considerado uno de los mejores arquitectos del siglo XVI. Hijo de un maestro constructor de Rasines,  Juan Gil de Hontañón (1480-1526), fue su continuador en la dirección de las obras de la catedrales de Segovia y Salamanca. También destacó Juan de Rasines (1490-1542), que como cantero y maestro de obras dirigió la construcción de la capilla de los Escalantes de Santa María de Laredo (1540), un tiempo que en la Montaña  se construyeron iglesias, casonas y palacios de la arquitectura renacentista.

Entre otros acontecimientos –antes de entrar en una crónica más pormenorizada-, hay que destacar la fuerza que adquirió el puerto de Santander en la segunda mitad del siglo XVIII con la apertura del camino con la meseta y del canal de Castilla, logros que aportaron una época de gran vitalidad comercial a lo que contribuyó  la liberalización del comercio exterior con las colonias, en 1778, y la creación del Consulado de Mar y Tierra de Santander, en 1783, que representaron en su conjunto la emancipación de la dependencia del consulado burgalés.

Estas medidas, en su conjunto, determinaron un primer avance a través de una apuesta decidida por la mejora de las comunicaciones, prácticamente inexistentes hasta muy avanzado el siglo XVIII por cuanto "hasta que se concluyó el camino (a Reinosa), la tierra de Santander no tenía comunicación con provincia alguna de la península más que por mar".  Esta situación de prácticamente aislamiento total, se mantuvo hasta que en la segunda mitad del XVII Zanón de Somodevilla y Bengochea (1707-1781), Marqués de la Enseñada, propuso construir una red de carreteras y canales navegables con el fin de mejorar las comunicaciones para la formación de un mercado nacional de productos agrícolas.

En este tiempo, salir hacia la meseta por la zona del Besaya únicamente se podía ascender a pie o a lomos de caballería por la ruta de una antigua calzada romana (en la actualidad visitable el tramo de Somaconcha a Bárcena de Pie de Concha), con pendientes fuertes de hasta el once por ciento y no apta para un tránsito generalizado de carruajes.

Con la finalidad de superar estas graves deficiencias, Ensenada propuso al rey "perfeccionar el camino que llaman de La Montaña, y los exámenes de la posibilidad o imposibilidad de hacer canales en Castilla La Vieja que se den la mano con el referido camino", iniciativas que salieron adelante ya que entre 1749 y 1754 se puso en marcha su plan de comunicaciones consistente en tres proyectos pero uno esencial para nuestro territorio: construir un camino para el tránsito de carretas entre Castilla y  Santander. Así nació el Camino Real de Reinosa -que continuaba hasta Burgos- que durante años fue la principal vía de tránsito de los cereales castellanos gracias a una obra adelantada en el tiempo por la que apostó el Marqués de la Ensenada.

Estas transformaciones en infraestructuras en el discurrir de los setecientos, encontraron en el padre Francisco de Rábago  y Noriega una figura protectora (Tresabuela de Polaciones-1685-Madrid, 1763). Como miembro destacado de la Compañía de Jesús logró, con el apoyo del Rey Fernando VI del que fue confesor de 1747 a 1755, que el Papa Benedicto XIV expidiera la bula que autorizaba la creación de la sede episcopal, hecho que otorgó a Santander el título de Ciudad por el rey Fernando VI en 1755.

Para Santander los años finales de la Edad Moderna coincidieron con la introducción de la imprenta (1791), hecho revolucionario que se produjo con retraso respecto a otras provincias gracias a los auspicios y la subvención del Real Consulado y del Obispo Rafael Thomás Menéndez de Luarca, que permitió el establecimiento del  impresor de Palencia, Francisco Xavier de Riesgo y Gonzalorena.  Este  portentoso invento que tanto ha contribuido a propagar la civilización y cultura de los pueblos”, aconteció más de siglo y medio después de la muerte de Cervantes, óbito del que se cumplen cuatrocientos años.

En el siglo XVI se generalizó, a nivel popular y literario pero no administrativo, designar a gran parte de la comunidad con el nombre de la Montaña, que se utilizó en contraposición a la palabra Castilla con la que se aludía a la Meseta, distinción que ha llegado hasta la recuperación del histórico nombre milenario de Cantabria, tiempo éste en el que la principal característica de la sociedad montañesa fue la existencia de una numerosa hidalguía.

La constitución de un territorio provincial asentado sobre el núcleo de La Montaña facilita esta identificación. El país cantábrico como era conocida la Montaña desde  siglos antes, logró que lo montañés consiguiera un importante arraigo hasta convertir el montañesismo en un rasgo no sólo diferenciador sino también de afirmación de existencia de un territorio con personalidad propia. De esta manera, a partir del siglo XVIII comenzaría a tomar cuerpo lo que en el futuro sería la Provincia de Santander que en este tiempo se conocería como Montañas Bajas de Burgos, Peñas a la Mar o Montañas de Santander; en consecuencia, comenzaba la cuenta atrás para dejar al margen las “montañas de Burgos” dando consistencia a un territorio con un destino común.

Hay quien considera que con el uso del término montañés en la Edad Moderna, se pierde toda vinculación con el significado de Cantabria y “lo” cántabro en varios siglos. Entendemos que no es así, partiendo de la consideración de que la falsa pugna entre el término “montañés” muy extendido en toda España para designar a los habitantes de nuestra región a partir del siglo XVI, y el nombre “cántabro” ha dado lugar, al remansarse las aguas, a una sana convivencia en ambas denominaciones que, por otra parte, quieren decir lo mismo, ya que la etimología de cántabro, significa “habitantes de las peñas”. De hecho, el geógrafo Estrabón contemporáneo de las famosas guerras cántabras, utiliza indistintamente  para referirse a las gentes de este país los nombres de “kantabroi” u “oreioi” (montañeses).

En nuestra propia región el nombre de Cantabria, de nuevo recuperado, se va afianzado cada vez más. Así, en 1778 se crea en Puente San Miguel la nueva Provincia de Cantabria, una especie de federación de todos los valles y pueblos de la región. En 1791, queda constituida la Real Sociedad Cantábrica de Amigos del País, institución para el fomento de los estudios sobre la región y la promoción del progreso en las artes y la industria.

Los geógrafos de la antigüedad clásica señalaban como puntos clave de la identidad territorial de Cantabria tres factores determinantes, que unidos entre sí constituían la esencia geográfica del territorio. Estos tres datos significativos eran:

1. Las fuentes del Ebro, que nacen en Cantabria.

2. La costa norte que se extiende a ambos lados sobre el meridiano correspondiente a dichas fuentes, cuyo mar recibe el nombre inequívoco de Cantabricus Oceanus.

3. La Cordillera paralela por el sur a dicha costa.

En esto coinciden todos los geógrafos greco-latinos, desde Estrabón, a Ptolemeo. Existe, pues, una continuidad entre la Cantabria de entonces y la actual, que sigue incluyendo Fontibre, la costa y las montañas, si bien la Cantabria de hoy ve algo más reducida la amplitud de sus fronteras tanto por occidente como por el sur. Por tanto, después de veinte siglos seguimos llamándonos con idéntico nombre.

Señaladas algunas características de los cántabros de hace veinte siglos, que aun hoy nos causas perplejidad y admiración, evocando a nuestro escritores modernos hay que señalar que también sintieron ese orgullo de ser descendientes de aquel famoso pueblo. Así lo expresaba en el siglo XVI don Juan de Castañeda y en el siglo XVII tanto Sota como Cossío y Celis. La tradición llegará hasta los tiempos del novelista José María de Pereda, a finales del XIX, quien en su famosa novela Peñas Arriba entonará un canto a los antiguos cántabros, remotos ascendientes de los montañeses de su época.  Allí aparecen numerosas citas de Estrabón sobre las viejas costumbres de los cántabros, destacando siempre su heroismo.

El amor a la tierra que les vio nacer y el espíritu de independencia, han sido siempre  las características más singulares de nuestras gentes en estas épocas más modernas.  Quizá nada tan significativo de lo primero como lo que ha sucedido con el fenómeno de los indianos, gente que abandonaba su país por necesidades de la vida, pero que nunca lo olvidaban y, al final, lo demostraban legando a su tierra natal parte de sus triunfos y hacienda. 

O la defensa a ultranza de los fueros de esta tierra ya desde la Edad Media, teniendo como ejemplo el Pleito de los Valles que se desarrolló a lo largo de los siglos XV y XVI. Cuando finalmente les fue concedida la razón a los cántabros, para salvaguardar en el futuro la independencia de los Reales Valles frente a las pretensiones de otros magnates distintos del propio Rey, aquellos crearon la Provincia de Cantabria en la Casa de Juntas de Puente San Miguel, acontecimiento que data de 1727, si bien el estatuto no llegó a consolidarse definitivamente hasta 1778 para merecer la sanción real.

Precisamente en esa misma centuria, con el resurgimiento de los estudios clásicos, se renovó el interés por el antiguo pueblo de los Cántabros, que tantas veces aparecían citados por los autores griegos y latinos. Con este motivo surgió una polémica entre los historiadores a propósito de la localización del territorio que ocuparon, con victoria inicial para los vasquistas que impusieron durante tres siglos una tesis falsa dirigida a engrandecer el pasado histórico de su pueblo hasta que  las investigaciones y conclusiones del Padre Flórez, avanzado el siglo XVIII, nadie se atrevió a discutir. 

A lo largo de aquel tiempo, tanto los historiadores vasquistas como los pertenecientes a la escuela de Nebrija, supusieron que los límítes en cuestión correspondía a las Vascongadas, basando este hecho para  la justificación histórica de sus fueros. No obstante, ya en el siglo XVI el historiador aragonés Jerónimo Zurita, afirmaba que “los Cántabros, pueblos y nación de la España Citerior (…) se comprehendían en las Montañas de Asturias de Santillana y Trasmiera”. A su vez se conservan testimonios de montañeses de que se llamaban así mismos cántabros. Un tema éste de especial trascendencia sobre el que volveremos al final de la conferencia.

El territorio de la Cantabria medieval se mantuvo a grandes rasgos durante la Edad Moderna, salvo algunos cambios no sustanciales, estableciéndose por la autoridad real dos corregimientos: uno para las Cuatro Villas de la Costa y Trasmiera, el más extenso en su estructura territorial al abarcar desde la Peñamellera Alta y Baja y Ribadedeva (entonces parte del territorio cántabro), hasta Castro-Urdiales, corregimiento que permaneció bajo el dominio de la Corona sin vincularse al régimen señorial. El segundo Corregimiento se identificó con el territorio de Campóo.

Los grandes dominios de señorío existentes en estos inicios de la época moderna  se acomodaron a esta nueva estructura territorial. De esta manera, los Mendoza organizaron el Mayordomado de la Vega y el de Liébana, mientras que los Velasco siguieron ejerciendo su autoridad en el corregimiento que incluía los valles de Ruesga, Soba y Villaverde de Trucíos.

Otro tema de especial incidencia fue el referido a la expansión de cultivos nuevos: patata y maíz. La patata, inicialmente, se dedicó para alimentar al ganado, pero debido a las malas cosechas hubo de dedicarla al consumo humano, proceso que coincide, además, con una progresiva privatización de la propiedad y el cambio de bueyes por mulas debido a su velocidad en el trabajo para el desplaza­miento de una tierra a otra. En general, se  puso en práctica una repartición de tierras, lo que significó el triunfo de la mentalidad liberal.

La introducción a partir del siglo XVII del maíz en Cantabria representó una revolución económica, al traer una considerable mejora en la calidad de vida de los habitantes de la región.  No sólo representó un incremento de las rentas de los agricultores sino que sacó de una precariedad absoluta a los habitantes de la Montaña rural al representar acabar con el déficit endémico de grano y abrir vías para superar las hambrunas que generaban una alta mortalidad.

Hay que tener en cuenta que debido al tipo de especies cultivadas, trigo, mijo, centeno, propias de climas menos húmedos, las explotaciones agrarias daban una rentabilidad muy baja; de ahí que en ocasiones se recurriese al saqueo en tierras castellanas, a la importación por vía marítima de grano europeo o a la recolección de frutos como las castañas o bellotas. La introducción del maíz y de otros cultivos americanos marginaron en parte otras producciones, salvo en Liébana y Campóo que mantuvieron su tradición agrícola, en gran parte por su especial climatología.

Basada fundamentalmente en la agricultura, durante las tres centenas de la Edad Moderna la economía montañesa se puede considerar autosuficiente, en la que apenas sí había excedentes y cuyos resultados dependían en gran medida de factores orográficos, climatológicos y ambientales. Así, por ejemplo, a través de un pergamino impreso en Sevilla en el año 1582, se sabe que los valles de Cayón, Toranzo, Castañeda, Santander y Santillana, se vieron asolados por una fuerte inundación de aguas y a mediados del  XVI una plaga de roedores destruyó las cosechas de los valles de Cayón y Toranzo. Situaciones como éstas, además de la escasa productividad de la tierra, forzó a la emigración a zonas donde permanecieron de forma provisional o permanente como Andalucía o las Américas.

La ganadería, al igual que sucedía con la agricultura, cada concejo además de regular los aprovechamientos agrícolas y ganaderos bajo su jurisdicción, mantenía acuerdos con otros limítrofes para contratar pastores para sus ganados. Especial significación adquirieron en esta época las Mancomunidades como las de Campoo-Cabuerniga  y la Hermandad de Campoo de Suso que de alguna manera institucionalizaron acuerdos con otras zonas para la trashumancia estacional de los ganados. En otros casos, estos servicios se realizaban mediante contrato como el realizado en el  año 1600 por un vecino de San Román que pagó 360 reales por invernar 312 cabezas de vacas y 24 yeguas en la Villa de Torrelavega, tiempo en el que aun no se celebraban los mercados y ferias tradicionales en esta villa, que se iniciaron en los años finales del siglo XVIII.

La ganadería en su carácter complementario con respecto a la agricultura, producía el abono con el que labrar la tierra. Naturalmente, también se aprovechaba su carne y su leche, pero careciendo de la especialización actual al no existir, entonces, la vaca frisona. Las vacas solían ser autóctonas, aunque también comenzaron a llegar razas de otras regiones. Vinculada a la ganadería queda incluida en este tiempo la vida pasiega, destacando una especial forma de trashumancia, la llamada muda, que consistía  en el desplazamiento de animales con la llegada de la primavera a los pastos de altura, retornando a sus casas con la llegada del otoño.

Por su parte, el ganado porcino -debido a su total aprovechamiento- proporcionaba una parte importante de la dieta, siendo popular la matanza del chon. En el siglo XVI el cerdo se explotaba en régimen "ambiental": los cerdos se guardaban en piaras comunales. Asimismo, entre el ganado había caballos, asnos y ovino para la producción de lana, curtido del cuero y la construcción de barcos.

La pesca era, por otra parte, la actividad fundamental de las poblaciones de la costa. Aunque la más importante era la de bajura, también existía una flota dedicada a la de altura, con salidas a mares lejanos en busca del bacalao, la ballena y otras especies. También la pesca fluvial con los pozos salmoneros y la caza en los montes altos de Cantabria, ocupaban a los cántabros de esta época en la que también destacaron las labores de conservación del pescado.

Se explotaban también hierbas y forrajeras y, desde la Edad Media, vino. La buena producción en Cayón, Trasmiera, Castañeda y Piélagos fue la causa de que a mediados del siglo XVI se prohibiera la importación de vinos franceses. Además, en las fincas cercanas a los núcleos de población se cultivaba el lino para la elaboración de ropa, hortalizas y árboles frutales, entre los que destacaban los manzanos para elaborar la sidra. En general, desde los puertos de la costa se comerciaba con Inglaterra, Ámsterdam y Hamburgo.

Por lo que respecta a otro tipo de actividades, en los siglos XV y XVI las más importantes fueron las relacionadas con el hierro con la mina de Cabárceno de la que se extraía este mineral, como por la presencia en numerosos ríos del territorio de corrientes de agua que permitían el movimiento de fuelles y martillos en las ferrerías. Además, se producía importante actividad en torno a las masas forestales, capaces de suministrar la leña necesaria para la elaboración de carbón vegetal con el que fundir el hierro. Por todo ello, en numerosos valles cántabros existieron numerosas ferrerías -hasta 50 especialmente en la zona del Pas- que desarrollaron su actividad a lo largo de la Edad Moderna.

Otras instalaciones relacionadas con el hierro eran las fraguas, que pertenecían a los concejos que a su vez las arrendaban a herreros para que realizaran y reparasen azadas, martillos, hoces y otros aperos, época ésta en la que eran muy frecuentes los molinos harineros, los cuales aprovechaban la corriente de ríos  para moler.

Además de agricultores, ganaderos, herreros o molineros existían otros profesionales en la Edad Moderna. De esta forma, en los años setecientos se documentan profesiones de sastre, barbero, sangrador, tabernero, cerrajero, zapatero así como las liberales de notario, médico, maestro y abogado. Entre estas profesiones destacaron los artesanos, algunos de los cuales fueron maestros cotizados a mediados del XVII, llegando incluso a crear escuela.

Otro dato de este tiempo: el mantenimiento del pago en metálico o en especie, así como diversas prestaciones del vasallo al señor, si bien la frágil economía impedía prácticamente la circulación de moneda, siendo común que las transacciones comerciales se realizaran mediante el intercambio de mercancías y el pago en especie.

El 28 de julio de 1778 los diputados de los “Nueve Valles”, Cabuérniga, Cabezón de la Sal, Alfoz de Lloredo, Reocín, Piélagos, Camargo, Villaescusa, Penagos y Cayón, más los de Ribadedeva, Peñamellera, San Vicente de la Barquera y su jurisdicción, Coto de Estrada, Peñarrubia, Lamasón, Rionansa, Valdáliga, Provincia de Liébana, Villa de Santillana, lugar de Viérnoles, Buelna, Villa de Cartes y su jurisdicción, Cieza, Iguña y Villas y San Vicente y Los Llares, Villa de Pujayo, Villa de Pie de Concha y su campo de Bárcena, Anievas y Toranzo, se reunen en “el lugar de Puente San Miguel”, del Real Valle de Reocín. En este lugar de la Casa de Juntas manifiestan:

“…El conocimiento de los favorables efectos que regularmente produce la concordia y buena armonía de los pueblos ha excitado en los moradores de dichas villas, valles y jurisdicciones, un eficaz y firme deseo de unirse en un cuerpo de Provincia…” La Provincia de Cantabria, desde un conjunto de motivaciones de incuestionable mentalidad ilustrada: “..con el único objeto de fomentar la virtud, extirpar el vicio, sostener con menos dispendio los intereses comunes, desterrar discordias e inquietudes, y ser más útiles al Estado”.

Por tanto, las Juntas de Puente San Miguel tuvieron ante todo la virtualidad de configurar la personalidad de un territorio y manifestar el deseo o la voluntad colectiva de formar una Provincia política y administrativa, no perteneciendo de otras más grandes demarcaciones territoriales. Sus Ordenanzas plantearon la cohesión en torno a un cuerpo de territorio definido, especialmente a través de las normas de 1727 -Ordenanzas del Partido de las Cuatro Villas de la Provincia de Cantabria- y 1779 - Juntas de Puente San Miguel- fueron decisivas a la hora de conseguir del gobierno central el reconocimiento de aquella personalidad jurídico pública.

Así fue como se articuló administrativa y políticamente la Provincia de Cantabria y, en consecuencia, sus órganos de gobierno. Los Nueve Valles se constituían como una demarcación administrativa que tomó el nombre de “La Provincia de los Nueve Valles”.

Contó esta Provincia con su capital en Puente San Miguel, cuya elección no fue casual. Este lugar del valle de Reocín aparece ya en la documentación altomedieval como importante encrucijada de caminos por el que los viajeros se dirigen desde Castilla a la costa o desde las Asturias de Santillana a las de Oviedo. En un texto de 1678 se afirma:

En el río Saja que pasa por dicho lugar hay un puente que llamase de San Miguel y es el paso necesario que hay den estas montañas, así para conducir todas las vestimentas que salían de la costa para surtir la Corte como para otras ciudades y villas y lugares de ambas Castilla Vieja y Nueva…”

En Puente  San Miguel se levantó  la Casa de Juntas de Casa de la Provincia a la que se refiere en un estudio Marcelino Sanz de Sautuola, un edificio de piso bajo, con espacios para el pueblo y “una mesa de piedra para la presidencia, algo elevada sobre el suelo y por los costados de las paredes asientos corridos de piedra para los diputados”.

Las Juntas de Puente San Miguel estaban formadas por los Diputados designados por cada valle entre “personas hábiles y condecoradas” que serían quienes asistirían a las Juntas, prohibiéndose en el artículo 8 de las Ordenanzas de 1760 la entrada de caballeros particulares u otras personas, excepto cuando se trataran asuntos “arduos y de decisión muy difícil”.

Entre las funciones de la Junta destacaban la organización de la defensa militar de la costa de Cantabria y la regulación del archivo y la observancia de las Ordenanzas, siendo significativa su escasa autonomía financiera. Todo un proceso lento pero sin retorno ya que entre 1645 y 1778 se asistirá a un proceso de maduración de este embrión que posibilitaría la unión de los valles, villas y lugares de la antigua Cantabria.

En definitiva, estas Juntas de Puente San Miguel tuvieron ante todo la virtualidad de configurar la personalidad de un territorio y manifestar el deseo o la voluntad colectiva de formar una Provincia o un distrito administrativo singular, por tanto, no dependiente de otras más grandes demarcaciones territoriales. Sin duda que las Ordenanzas para afianzar la cohesión de las Juntas de Puente San Miguel a través de los cuerpos normativos de 1727 y 1779, fueron decisivos a la hora de conseguir del gobierno central el reconocimiento de aquella personalidad.

Aquella Junta tomó el camino dejado por la Hermandad de las Cuatro Villas de la Costa de la Mar (San Vicente, Santander, Laredo y Castro Urdiales) en 1727 donde se acordó la unión, pero no logro consolidarse, porque las ordenanzas que redactaron dando forma y órganos a la Provincia, no fueron ratificadas por el Rey.

Tras la convocatoria enviada por el Diputado General de Nueve Valles para que acudieran a la Junta que había de celebrarse en Puente San Miguel el 21 de marzo de 1777,   las jurisdicciones comprometidas mandaron a sus respectivos diputados con poderes suficientes para que pudieran decidir el agregarles a la Provincia de Nueve Valles, según decían unos, para unirse y acompañarse según otros, y en definitiva, para ser unos con los demás, como manifestó el Concejo de Pie de Concha.

En aquella Junta General se establecieron las bases y pusieron en marcha las gestiones que habrían de desembocar el año de 1778 en la unidad administrativa y jurisdiccional, gran objetivo institucional que culminó en el éxito de la Asamblea celebrada en la Casa de Juntas de Puente San Miguel el 28 de julio de 1778,  donde quedó constituida la Provincia de Cantabria, mediante el acto de aprobar las ordenanzas comunes, confeccionadas para aquél fin y previamente discutidas y aprobadas en los concejos de todas las villas, valles y jurisdicciones comprometidas.

Concluyendo, dentro de la Edad Moderna que se inició apenas cien años antes de que Cervantes escribiera El Ingenioso Hidalgo don Quijote de La Mancha, el siglo XVIII constituye, en general, una época de progreso de los conocimientos racionales y de perfeccionamiento de las técnicas de la ciencia. Fue una época de enriquecimiento que potenció a la nueva burguesía, si bien se mantuvieron los derechos tradicionales dentro del sistema monárquico absolutista. Sin embargo, la historia de los setecientos consta de dos etapas diferenciadas: la primera supone una continuidad del Antiguo Régimen (hasta la década de 1770), y la segunda, de cambios profundos, culminó con la revolución estadounidense, la francesa y la revolución industrial en Inglaterra.

Aislada en comunicaciones, las innovaciones de la conocida por etapa del despotismo ilustrado llegaron con retraso a Cantabria, aunque en este siglo XVIII se llevaron a cabo algunos proyectos y realizaciones que manifiestan la existencia de ilustrados cántabros preocupados por su desarrollo económico, social y cultural. Así, en  1791 nace la Real Sociedad Cantábrica de Amigos del País con el objetivo de impulsar su progreso en sus campos de actividad: agricultura,  pesca, industria y educación; el ejército que hace frente a los franceses toma el nombre de Armamento Cántabro y se crearán las unidades denominadas Husares de Cantabria y Tiradores de Cantabria.

Entre las iniciativas de esta época destacaron el colegio de los Escolapios de Villacarriedo y la Obra Pía de Espinama, que tuvieron como promotores a Antonio Gutiérrez de la Huerta Güemes y al indiano lebaniego Alejandro Rodríguez de Cosgaya.

La cuestión de los  límites territoriales y la localización geográfica de la Antigua Cantabria, motivó un gran debate en el siglo XVIII.  En efecto, hasta avanzado el siglo XVIII no se zanjó definitivamente la polémica  sobre la localización de la antigua Cantabria de forma favorable para nuestros intereses, gracias a los estudios exhaustivos del P. Enrique Florez (1702-1773), iniciador de una de las empresas historiográficas más monumentales y consistentes de España. De espíritu ilustrado y enciclopédico, en el tomo XXIV de su gran obra España Sagrada insertó el título La Cantabria. Disertación sobre el Sitio y Extensión, en cuya introducción puede leerse:

..Extranjeros y naturales al hablar de Cantabria, ponen como cosa recibida ser la que hoy es Vizcaya; yo mismo viví en esta opinión hasta que llegó el lance de examinar la materia de raíz consultando los autores antiguos de más de mil y seiscientos años, que escribieron cuando era conocida la región de los cántabros… La expedición de Augusto, la resistencia del cántabro y los movimientos del ejército, todos fueron contra la Cantabria geográfica y los cántabros, como habitadores de la Cantabria que nos describen los geógrafos y no contra los confinantes, vacceos, turmogos y autrigones, por cuya libertad y seguridad movieron sus armas los romanos contra el cántabro..”

Tras esta concluyente investigación avalada por fuentes documentales suficientes,  ningún historiador ha puesto en duda las tesis del padre Enrique Flórez que echaron por tierra, de forma definitiva, tres siglos de secuestro de la historia de Cantabria; consecuentemente la Cantabria de la época romana corresponde, aproximadamente, con los límites de la Comunidad Autónoma de Cantabria.  Con este apunte número 338 el historiador agustino Padre Flórez  despeja todo lo que se refiere a si el territorio de la Cantabria histórica corresponde al de la Cantabria geográfica.

Esta es una conclusión importante porque no sólo fue falso que en el territorio vasco existiera un pueblo no dominado y valiente en la defensa de su independencia frente al invasor romano, sino que fueron las legiones romanas los que protegieron con sus armas a los vascos de los impetuosos cántabros. En su apunte número 339, el historiador Flórez es concluyente:

Esto es lo que hallamos en la historia; pero ¿qué hay en esto en prueba de que la Cantabria histórica traspasase los límites de la geográfica?. Contra el territorio del cántabro es toda la historia de la guerra. A favor de sus confinantes viene Augusto; luego la Cantabria geográfica es la histórica, sin que por la historia se pueda alargar la región invadida: porque los historiadores distinguen bien al cántabro del autrigón, expresando que éste era el inquietado por el cántabro y defendido por el emperador. No puede, pues, decirse por los historiadores que el autrigón de Bilbao fuese cántabro, sino que no lo era”.

Fueron tres siglos de secuestro de nuestra historia como resultado de una alianza entre historiadores vasquistas y los de la escuela de Antonio de Nebrija, personaje entonces todopoderoso en la corte. La providencia de que un erudito como Flórez se dedicara a la tarea de poner en orden la historia antigua de Cantabria, permitió deshacer los entuertos y restablecer la relevancia histórica de nuestra comunidad, trabajo de investigación  que contó definitivamente con el aval de la Real Academia de la Historia.

Tres siglos en los que la historia impuesta intentó borrar todas las huellas de la antigua Cantabria, coyuntura solo salvada gracias al empeño de este burgalés de Villadiego, pueblo muy próximo a la mítica Amaya, de tanto simbolismo en nuestra historia antigua. Una deuda que tenemos todavía pendiente ya que sobre su significado, protagonismo y empeño de Enrique Florez en la recuperación de nuestra historia nada o muy poco saben nuestros ciudadanos. Hasta ahí llega el disparate, que nos hace un pueblo desagradecido con esta figura de la historiografía española a la que tanto debemos.

Hasta aquí esta conferencia que, por supuesto, han dejado a un lado otros acontecimientos significativos de la Edad Moderna. He tratado de presentar en voz alta unas sencillas  reflexiones en un amigable ambiente de charla y ante un público benévolo, que ha querido compartir sus ideas y matices conmigo -lo que les agradezco de corazón- desde la voluntad -de todos- de seguir difundiendo nuestra historia regional.


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