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BUEN PERIODISMO Y REDES SOCIALES

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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HAY QUE PARTIR DE LO SIGUIENTE: un ciudadano contando desde las redes sociales un acontecimiento por muy relevante que sea no es un periodista, igual que por el hecho de pillar in fraganti al asesino nadie se convierte en juez, ni cualquiera puede tenerse por policía al retener a un raterillo. Podrá ser considerado un testigo valiosísimo pero eso no permite atribuirle la categoría de periodista en el sentido profesional que define el término: el de un experto que narra, ordena y analiza unos hechos para que la denominada opinión pública pueda analizarlos desde sus valores y de esta manera los interprete para entender mejor el mundo en el que vive.  

Por mi experiencia profesional a lo largo de los años puedo afirmar que el oficio de periodista se enseña en las facultades pero se aprende en las redacciones, ese espacio donde conviven, del día a la noche y de la noche al día, profesionales que trabajan con un material sensible. Escribo, pues, desde la experiencia personal: llegué a Pueblo, diario madrileño, antes de hacer la carrera y afirmo que aprendí más en la redacción que en las entonces nacientes facultades de Ciencias de la Información entre las que destacó la Universidad Complutense en los inicios de la década de los setenta.

En las redacciones, la experiencia y el conocimiento de unos ayuda a desarrollar y engrandecer el conocimiento y la experiencia de otros, algo que hoy por hoy parece imposible en internet que nos permite el acceso a las llamadas redes sociales. Hacer periodismo es narrar sin parcialidad, con fidelidad, independencia, rigor y amenidad lo que ocurre. Y, sobre todo, con veracidad.

No discutiremos que las redes sociales son plataformas en internet con capacidad de conectar usuarios que se utilizan para compartir información, conocimiento y opiniones. A diferencia de los medios tradicionales donde los mensajes son unidireccionales, las redes sociales se caracterizan por una gran interacción donde el ciudadano es el motor y centro de la conversación.

Admitir esta realidad no significa renunciar a principios que definimos a continuación, comenzando por  ese idiotismo de la era digital en que nos hallamos inmersos que parece consistir en acabar con el mensajero. Es la ingenua fantasía que extiende una creencia errónea: la de que la red supone la democratización total por sus facilidades para posibilitar la participación, la inmediatez, el acceso sin restricciones y la libertad absoluta.

En este sentido, conviene señalar que en su afán por domesticar a la ciudadanía, conviene al poder que esta previsión avance y gane adeptos. Fomentar el amateurismo, tanto falso periodismo como circula por la web, atomiza la capacidad de control y la entorpece, lo que hace más cómoda la vida del gobernante y, en ocasiones, su impunidad. Opacidad consiste tanto en vedar cosas como en camuflarlas en un tsunami de datos. Como señala el filósofo Daniel Innerarity, «la democracia hoy está más empobrecida por los discursos que no dicen nada que por el ocultamiento expreso de información».

La sobreinformación, hábilmente manipulada, es la falacia de internet. Una borrachera de papeles no garantiza que la ciudadanía comprenda lo que pasa ni que brille la transparencia. Tener datos al alcance no basta: se precisa alguien que los sitúe en su contexto, los ensamble, les articule con sentido al relacionar hechos presentes y pasados y, finalmente, pondere una valoración crítica. Ese papel corresponde en general al periodista. Lo conquista cultivando la credibilidad que le otorga su trabajo y su cabecera, algo que jamás asumirá un bloguero solitario. Sin mediación, léase periodismo, el mundo es menos inteligible y más ingobernable. Hace falta separar el grano de la paja, y en esa tarea son inevitables los periodistas. Siempre los buenos periodistas.

Sólo los grandes medios de comunicación tienen a su alcance la capacidad para explorar las toneladas de información que se producen actualmente. Anticiparse, orientar bien a su audiencia, es función de la mejor prensa. Justamente  la que tanto desagrada a nuestros gobernantes, que prefieren unos medios dóciles controlados con recursos que casi siempre proceden de los impuestos ciudadanos.

Los amigos del augurio consideran que el impacto de lo digital superará pronto a los medios que se consideran tradicionales y en los que alcanzan su protagonismo los periodistas. Conciben a internet como un nuevo medio en sí mismo o como un simple canal de distribución que, desde luego, ya entenderán que no será nada sin el aliento y el trabajo del buen periodismo.

Vivimos, sin duda, tiempos confusos, pero por ello propicios para el fortalecimiento del periodismo serio y riguroso, ese que convierte a los periodistas en imprescindibles. La indignación no puede suplantar a la reflexión ni al esfuerzo por entender.

Porque creemos en la bendita manía de contar lo que nos ocurre y de tratar de explicarlo, creemos también en el futuro de los medios de comunicación y, sobre todo, en el lector, en nuestro afán como profesionales de contar a la gente lo que le pasa a la gente. Y tratamos de hacerlo con humildad. En medio de tanto ruido, aún queda sitio para buscar y encontrar la verdad.

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