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NECESIDAD DE QUE VUELVA LA SOCIEDAD CIVIL

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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¿Quién dice o afirma que ya no estamos inmersos en la crisis? Solo hay que analizar el tipo de empleos que se crean para darnos cuenta de las dificultades por las que atraviesan los jóvenes que solo encuentran trabajos precarios o muchos han tenido que salir de su país.  Resulta difícil, por tanto, mirar para otro lado o dejarse llevar confiando en que las cosas se irán arreglando por sí solas. En ningún caso va a ser así, sobre todo si no somos capaces de situarnos por encima de cualquier posición cómoda, aun a riesgo de ganarnos las incomprensiones de unos y las declaradas hostilidades de otros. Lo que vemos a nuestro alrededor es lo que hay. La crisis sigue instalada y solo tenemos que dar una nueva por la ciudad –la nuestra, Torrelavega- para ver con nuestros propios ojos el alcance de la crisis.

 

No es nada nuevo. Cuando hace ya unos años escribimos de la crudeza de la situación y lo que se nos venía encima, fuimos tachados entonces de agoreros del pesimismo. Los hechos, tan inapelables, demuestran que no era la apuesta por lo negativo, sino una apuesta de ciudadanía, avisar entonces de lo que nos esperaba a la vuelta de la esquina. Por eso seguimos protestando.

 

Es necesario protestar, por ejemplo, cuando se anuncian como soluciones a casi todos los males lo que, por el momento, solo son meras expectativas, inflando los empleos o las previsiones, como puede suceder con lo que se viene afirmando con la vuelta a la producción de zinc en la antigua mina de Reocín. O por proyectarse  como solución a la crisis de la ciudad a raíz de la posible implantación de una gran superficie en la zona de Sniace, que sería tanto como dejar k.o. (definitivo) al centro comercial de la ciudad, es decir, lo comido por lo servido.

 

Sigue siendo necesario protestar cuando se mantienen políticas dirigidas a dar incentivos a empresas por instalarse aquí (el toco-mocho de dos empresas –una en Orejo de cuyo maldito nombre no me acuerdo y la otra conocida por Ecomasa- que en los últimos años  –gracias a la buena fe o a la capacidad de malversación de cargos públicos-  la pérdida de casi cien millones de euros para las arcas públicas), dejando abandonadas a su suerte a pequeñas y medianas empresas, que siendo parte esencial de nuestro tejido productivo y tras crear empleo digno y duradero demuestran día a día su vocación de producir en Cantabria, han quedado olvidadas en su drama.

 

Es difícil encontrar en nuestro entorno despropósitos más grandes que los que aquí se cometen, mientras se despilfarra sin tino en operaciones de dudosa rentabilidad social que tienen como objeto enmascarar con fulgores de escaparate lo que en realidad no se posee. No de otro modo se pueden entender –por citar algunos ejemplos- las listas de espera en la sanidad pública, y, sobre todo, la decepcionante promesa —por incumplida— de la atención a las personas dependientes.

 

 Se ha dicho alguna vez que la política es la profesión más noble cuando su objetivo es el interés general, y la más mezquina cuando se hace por interés propio. Por eso es obligado protestar contra el populismo, el clientelismo y el favoritismo. Lo indicamos porque en nuestra democracia –sin duda, el mejor sistema que nos podemos dar- ha surgido un nuevo caciquismo que se disfraza de falsa modernidad y opera con desparpajo en todo cuanto se pone a su alcance, desde las concesiones eólicas a las plazas de empleo público. Flaco favor hacen a la historia cuando por conformismo, comodidad o  bien otras razones en ningún caso justificadas, no se lleva a cabo algo tan necesario y que quiere la ciudadanía como la reforma de las estructuras del Estado.

 

Es así como uno de los síntomas más graves de la deriva se viene dando en el actual Estado de las Autonomías, cuando en los países de corte federal  se han establecido mejores pautas de relación y cohesión interna que las que se están dando en España en asuntos tan como la financiación autonómica, la educación, la ruptura de la unidad de mercado o el gravemente deteriorado principio de la igualdad entre ciudadanos.

 

De esta manera, cuando llevamos varios meses de legislatura después de casi un año de provisionalidad, vemos que aquellos que en las instancias ejecutivas tienen la obligación de ordenar la vida pública, por un lado, y quienes han sido facultados por el pueblo para ejercer la oposición, por otro, no están cumpliendo con el pueblo español. En el ámbito político, todo parece moverse en torno a los intereses personales o de grupo y en el terreno económico asistimos a una crisis causada por la avaricia de empresarios y dirigentes sin escrúpulos, cuyas malas prácticas han sido consentidas por los supuestos encargados de controlarlas e impedirlas.

 

En este contexto, pilares básicos de la vida en común se desmoronan de una manera lenta pero progresiva.  Miremos, por ejemplo, a dos situaciones concretas: los jueces, divididos como nunca, añaden problemas e incongruencias al más ineficiente de los poderes que rigen la vida de los ciudadanos y Hacienda, que al parecer somos todos, muestra una infamante doble cara: mantiene su exigencia ineludible al autónomo que en un revés pierde a sus clientes, mientras envuelve en mullidos cojines a sociedades anónimas que, como las deportivas, eluden sus obligaciones con el Estado (con todos nosotros) y acumulan deudas más que millonarias sin que nada ocurra, salvo el golpe temporal que provocan cuando el escándalo aparece en los medios de comunicación.

 

Al tiempo que todo esto ocurre, se percibe que una vez más apostamos por perder de nuevo el tren de la historia como las infraestructuras, la energía y el desarrollo tecnológico. Protestamos, pues, por lo que vemos y sentimos, cuando los indolentes callan. Quienes  somos conscientes de todo esto, somos los primeros en saber que el primer paso para afrontar con arrojo la solución de los problemas es dándoles la cara; poniéndose frente a ellos. Nunca de espaldas.

 

Dicen los manuales que nada se alcanzará sin una acción concertada, que sume esfuerzos para aprovechar las oportunidades. Un gran acuerdo, no solo entre políticos, que permita alcanzar un gran proyecto en el que todos podamos sentirnos satisfechos.   Se trata, pues, de pedir que vuelva la sociedad civil para que sea protagonista. No olvidemos –lo dicen también los manuales- que después de la depresión económica viene siempre la depresión social. En la que estamos ya.

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