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16 AÑOS DESPUÉS DE UNA REFLEXIÓN SOBRE LA HISTORIA DE CANTABRIA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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HACE YA 16 AÑOS publiqué un artículo en Alerta (10 de noviembre de 2001), que he querido recuperar. Escribía que un profesor de la Universidad de Cantabria había escrito un artículo sobre el que ustedes, lectores, podrán sacar unas conclusiones sin mucho esfuerzo mental. Su título: "Intolerancia en Cantabria a propósito de su historia", añadiendo en un sumario lo siguiente: "Los historiadores profesionales son presentados como enemigos de Cantabria por cumplir bien su tarea". Tomen nota, por último, de su clara voluntad manipuladora: "…desde la honestidad de nuestro trabajo, que, a propósito de la supuestamente indiscutible historia de Cantabria defendida por los que nos persiguen con la palabra, decimos lo que Galileo a los inquisidores:..eppur si muove". Como escribiera Racine, no hemos merecido honor tan grande -la respuesta de este ilustre profesor -historiador profesional - ni tanta injuria hacia la voluntad pacífica y armoniosa de nuestro pueblo.

Conste, en primer lugar, que el artículo en cuestión es una respuesta (sin citarme) a mis reflexiones en estas mismas páginas con el título "Descalificaciones ¡en nuestra propia casa! a la Historia de Cantabria" en el que criticaba que, con reiteración, algunos profesores de la Universidad que no consta que sean numerarios o correspondientes de la Real Academia de la Historia, tratan de sentar cátedra gracias a generoso dinero público - en este caso ¡asómbrense! de la Consejería de Cultura-, afirmando más o menos que carecemos de historia, que nuestro pasado tiene muchas sombras; en consecuencia, que no tenemos esa identidad que en el Estatuto de Autonomía sustenta el rango de Comunidad Histórica. Afirmaba que quienes han comenzado a sembrar estas tempestades sin argumentos convincentes son profesores que llegan de otras regiones que son bien recibidos aquí - los cántabros somos un pueblo integrador y no exclusivista - y, sin embargo, nos devuelven la ingratitud. Siempre insistiré con esta pregunta: ¿se atreverían estos profesores a negar la historia de su comunidad o, a publicar estudios contra la historicidad catalana, vasca o gallega?. Como estoy seguro de que en esas comunidades comulgarían con las corrientes oficialistas, me limito a recordar la frase de Gustavo Le Bon que "los libros de historia revelan, sobre todo, las carencias de sus autores".

Hecho este recordatorio, quiero hacerme eco de las llamadas de muchas personas lamentando profundamente que el articulista en cuestión hable de intolerancia, se arrogue su condición de historiador profesional -como si los demás no lo fueran-, afirme con total impunidad que se le persigue con la palabra y se refiera a violencia verbal y reacciones exaltadas, atribuyendo un carácter xenófobo a quienes defienden una línea cantabricista. ¡Un loquero, por favor!. Desde mi sentido común, creo que vivimos en una comunidad abierta, integradora, con un excelente nivel de convivencia, contexto que se palpa con nitidez día a día, lo que nos dice que el personaje polemista no puede ser creíble en su relato particular de la historia cuando se presenta, nada menos, como un perseguido, aquí en Cantabria, sintiéndose atacado como Galileo por los inquisidores.

No quiero pasar por alto otra de las "perlas" de tan abrupta irrupción en la prensa, cuando afirma que desde la creación de la Facultad de Filosofía y Letras, en 1977, se ha iniciado un nuevo ciclo historicista. Con respeto a cuantos brillantemente han pasado por ese centro, no creo que en valor intelectual todos juntos superen el pensamiento y sabiduría prodigiosa de nuestro universal Menéndez y Pelayo, quién entre muchas de sus frases destacamos la que nos dice que un "pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado a irrevocable muerte". Pues mal podemos inculcar nuestra historia cuando se nos la quiere cambiar, que no tendría importancia si se tratara de una iniciativa aislada; sin embargo, estamos ante un intento de llevar esa obra a las escuelas nada menos que con dinero público, que es como una puñalada al vientre materno de Cantabria.

Que sepamos, al editor de la obra que se refiere a la oscuridad histórica cántabra, nadie le ha faltado el respeto, ni amenazado, ni ha podido sentir los miedos que produce en otra comunidad la llamada kale borroka. Aquí, afortunadamente, no hay comandos ni locos, sino conciencias democráticas que expresamos legítimamente nuestra contrariedad por afirmaciones absurdas e irreales. ¿A que viene, pues, sus acusaciones tan falsas como genéricas?. Somos un pueblo de convivencia y armonía, aunque asumamos libremente el compromiso de rechazar en nombre de muchos estos ataques absurdos y gratuitos a la historia de Cantabria.

Nadie de quienes habitualmente defendemos nuestro pasado e identidad histórica, pretende patrimonializar el amor a Cantabria, aunque deseamos -y, sin duda, luchamos- para que se respete su historia, nuestro pasado milenario que recuperamos en el siglo XVIII gracias al padre Enrique Florez después de que durante tres siglos los historiadores pro-vasquismo usurparan la parte más valerosa de la historia cántabra. En un magnífico trabajo de Antolín José Herrera con el título "Cantabria según Zurita, Sota y Florez" en la revista Altamira, se pone de manifiesto cómo los historiadores más famosos de los siglos XVI al XVIII, empezando por Mariana y siguiendo por Ambrosio de Morales, Florián de Ocampo, Antonio de Nebrija, Esteban de Garibay, Ludovico Nonio, Ambrosio de Salazar, Antonio de Guevara, el príncipe Carlos de Navarra, el dominico Juan de la Puente, Fray Prudencio de Sandoval, etcétera, incluían dentro del territorio de la antigua Cantabria a las provincias vascongadas, convirtiendo a los vascos en los auténticos héroes ante las legiones infinitamente superiores del imperio romano. Fue aquello un secuestro a nuestra historia y una usurpación que, solo gracias a un hombre prodigioso como sabio, logramos reconquistar.

Tuvieron que pasar doscientos años, por tanto, para que el padre Enrique Florez demostrara que aquellas eminencias ante las que difícilmente se podía tomar la palabra y, mucho menos polemizar, habían errado profundamente en su análisis histórico. Hasta ahora, que sepamos, los historiadores profesionales de la Universidad no han desmontado ninguna de las tesis elaboradas por el Centro de Estudios Montañeses en su informe-estudio de 1978 o, de numerarios de la Real Academia de la Historia como Mateo Escagedo, Fernando Barreda y Ferrer de la Vega, Angel de los Ríos, Hermilio Alcalde el Río, Gregorio Lasaga Larreta, Tomás Maza Solano o Manuel Pereda de la Reguera, por citar a unos pocos de nuestros académicos de la Historia, que han escrito magníficas obras sobre nuestro pasado histórico.

Queremos a nuestra tierra, la veneramos y la sentimos, como aquél Pedro IV quién desde su orgullo barcelonés escribió "Cataluña es la mejor tierra de España" o, lo afirmado por el clérigo autor del Poema de Fernán González que llegó a la conclusión que "de toda España, Castilla es la mejor". Nosotros, los cántabros, tenemos, pues, derecho a proclamar que la tierra cántabra es la mejor, la más bella -una chulería de Dios, como afirmó un periodista reconocido-, la más histórica y la de mejor hábitat, si tenemos en cuenta los sentimientos positivos de cuantos con buena fe e intención se integran en nuestra sociedad como unos cántabros más.

El historiador Carlos Seco Serrano, académico de la Historia, en su trabajo para la interesante obra "España como nación" expresa su plena concordancia con lo que el gran político catalán Cambó escribió en 1935: "España será un país invertebrado...hasta que no se sienta nación de naciones; hasta que en nombre de España no se sientan celos por cada manifestación particular, porque el conjunto de estos particularismos es el único que puede fundar una gran España". Desde nuestra vocación de que España no es un amasijo artificial sino una realidad sentida, reclamamos que se respete la vocación autonómica de Cantabria sustentada en la historia, cuyas bases estudiadas y analizadas por el Centro de Estudios Montañeses no han sido - a pesar de la invitación pública de su informe de 1978 - rebatidas por la artificialidad de unos profesores que se otorgan en exclusiva el carácter de "historiadores profesionales", título que intentan patrimonializar para negarle a los demás.

Nosotros, los cántabros, tenemos derecho a ese particularismo basado en historia que ha sido precisamente raíz de España y que no permitimos que alguien, algunos, sean de aquí o de fuera, aspiren a escribir con renglones torcidos frente a lo ya escrito por prestigiosas cabezas, historiadores reconocidos y profesionales que alcanzaron asiento en la Real Academia de la Historia. ¿O es el editor de ese libro que habla de puntos oscuros de nuestra historia más que nuestros académicos que crearon obras, muchas de ellas irrebatibles, recibiendo el honor y reconocimiento de la Academia de la Historia?. Por favor, sea el editor de esa obra que, en parte, descalifica nuestro pasado, un poquitín modesto que no ha llegado su hora de merecer o alcanzar tales honores.

Recibimos de nuestros antepasados el espíritu tolerante y el respeto a opiniones abiertas a la discrepancia, que no impuestas y que tratan de borrar o alterar un pasado ya escrito. Hace ya más de cien años historiadores asturianos y cántabros se enzarzaron en las páginas de la publicación torrelaveguense El Cántabro sobre el lugar de nacimiento de don Pelayo. En plena polémica, la redacción de la publicación dirigida por el conservador canovista don Jenaro Perogordo, terció afirmando que, en ocasiones, la historia se impone -y más en aquellos tiempos- cuando el poder económico de las familias poderosas desequilibraba la controversia, denunciando que la mano benéfica de los Duques de Monpentsier habían levantado obeliscos que patentizaran y perpetuaran en Asturias la "memoria de hechos heroicos" sucedidos precisamente en la Liébana cántabra.

La polémica -recuerda el historiador torrelaveguense don Pablo del Río- fue dura, intensa y nadie renunció a sus posturas. La confrontación "historicista" terminó en una excursión de Liébana a Covadonga, dos puntos esenciales que alumbraron la Reconquista y la nueva España (época ésta en la que el territorio cántabro llegaba hasta el río Sella), si bien uno de los protagonistas, don Ildefonso Llorente, años después publicó su libro "Recuerdos de Liébana" exponiendo en uno de sus capítulos amplios fundamentos que demostraron que no solo don Pelayo, sino los Reyes don Alfonso, hijo de Pedro, Duque de Cantabria, Favila y Silo eran lebaniegos. ¿Será ésta otra pura invención para los insignes historiadores profesionales que nos quieren adoctrinar negándonos un pasado histórico?. No nos importaría repetir la merienda de aquellos historiadores cántabros y asturianos, que lo dejo como propuesta para cuando mentes calenturientas se den cuenta que aquí no hay kale borroka ni intolerancia.


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