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EL VIAJE DE JOSE MARÍA DE PEREDA A CATALUÑA, 125 AÑOS DESPUÉS

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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En este mes de mayo y por estos días, de hace prácticamente ciento veinticinco  años, recorría don José María de Pereda las tierras catalanas de homenaje en homenaje con motivo de su gran discurso como mantenedor de los juegos florales de Barcelona en 1892, que significó una cierta culminación de las simpatías mutua que existían con los catalanistas, especialmente tras la publicación un año antes del capítulo trece de “Nubes de Estío” en el que puso de manifiesto su fuerte reacción contra el “monopolio literario centralista”, identificándose con los escritores catalanes. Las crónicas de la prensa catalana recogen que el 8 de mayo se celebró la fiesta y cumpliendo los estatutos, el discurso de Pereda, traducido al catalán por Oller, fue leído por Cabot y Rovira (1). Versó sobre el “Regionalismo” y en su mensaje el escritor de Polanco se declaró ferviente amante de su Montaña, de su región nativa y de todo lo popular y característico de la “patria chica”.

Este viaje que comentamos de José María de Pereda a Cataluña encontraba sus raíces en la constante y reiterada simpatía entre los escritores de La Montaña y los de Cataluña, siendo el de Polanco uno de los más firmes defensores de que los catalanes pudieran expresarse en su propia lengua (“…nacidos para volar muy alto, tengan que resignarse a “cantar” en los reducidos términos de su jaula, o a salir de ella en malas traducciones que vale tanto como condenarse a ser desconocidos en el resto del mundo), como afirmaría Pereda al referirse a ellos y como ya había puesto de manifiesto en su primer viaje a tierras catalanas (1884) en cuya estancia estuvo rodeado de los escritores más significativos de la Renaixença como Narciso Oller, Miquel y Badía, Milá y Fontanals y muchos otros, que celebraban, como una gran parte de la sociedad catalana, que un escritor de lengua castellana censurase las miserias de los periodistas madrileños y, al tiempo, reflejase en sus escritos un claro sentimiento anticentralista. No fue una sorpresa, por tanto, que a don José María de Pereda se le ofrecieran obsequios, banquetes y fiestas en su recorrido catalán y que incluso la “Lliga de Catalunya” celebrara una sesión pública en su honor, dejando en este acto un mensaje claro sobre su regionalismo:

    “El grande amor a la patria común tiene todas
    sus raíces y sus elementos nutritivos en el
    entusiasmo por la patria chica; que no puede ser
    ciudadano de ningún estado quien no repute a su
    terruño natal, por pobre y mísero que sea, por el
    mejor pedazo del mundo conocido”.

Tal y como señalan todos los estudiosos de Pereda, es evidente que en su regionalismo predomina el sentimiento sobre la ideología; un “montañesismo” profundo, sincero y romántico que pone de manifiesto toda su obra, con una constante exaltación de las costumbres típicas de nuestros pueblos, que se “nutre –su novela regional- del amor al terruño natal, a sus leyes, usos y buenas costumbres; a sus aires, a su luz, a sus panoramas y horizontes, a sus fiestas y regocijos tradicionales, a sus consejas y baladas, al aroma de sus campos, a los frutos de sus mieses, a las brisas de sus estíos, a las “fogatas” de sus inviernos, a la mar de sus costas, a los montes de sus fronteras y como compendio y suma de todo ello, al hogar en que se ha nacido y se espera morir, al grupo de la familia cobijada en un recinto o a las sombras veneradas que ya no existen de ella, pero que resucitan en el corazón y en la memoria de los vivos en cada rezo de los que piden por los muertos, entre las tinieblas y el silencio de la noche, la voz que jamás se olvida de la campana de la iglesia vigilante”. Así definió su obra el propio Pereda en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, rasgos que, `por otra parte, podemos encontrar en su novela Sotileza (1885).

A los catalanes de finales del siglo XIX llevó don José María de Pereda un reconocimiento no frecuente en aquellos tiempos cuando afirmó en su discurso de los juegos florales que “traigo guardado en el fondo del corazón, donde de antiguo anida y se nutre y cada día crece y se agranda, un tributo de adhesión y de cariño a vuestros usos y costumbres, a vuestras Letras regionales y a cuanto hay de venerado y ejemplar en vuestro espíritu de apego indestructible a las cosas del terruño nativo, a la patria chica”, para evocar de inmediato que “yo siento por la mía cobijada al amparo de los altivos montes de Cantabria, oreada por las brisas fragantes de una primavera sin fin, y avezada a aderezarse las galas de sus hermosura, compensadora de su pobreza, al arrullo del mar más bravo de cuantos baten los duros acantilados por las costas españolas, el mismo amor que sentís vosotros por la vuestra, más grande, más rica, más ilustre, pero no más bella” (2).

En el discurso de don José María hay un párrafo duro y concreto, dirigido a quienes se oponían drásticamente a aquellos leves movimientos regionalistas desde las letras y que tildaban de antipatriótico el regionalismo que se reivindicaba. “¡Peregrina manera de entender el patriotismo!” afirmaría el escritor de Polanco, par añadir: “¡La unidad de la patria!. ¡Buena andaría esa unidad sino tuviera otra solidez, otros vínculos de cohesión que la voluntad de unos cuantos hombres que turnan en el oficio de gobernarnos, y el prestigio de un puñado de cláusulas estampadas en un libro bajo el rótulo de Leyes del Estado!”. No faltó una confesión más íntima de don José María cuando afirmó que “en este sentido, soy regionalista como vosotros, y en la justa proporción, cómplice vuestro también en el delito de lesa patria común, atribuido a los que, como nosotros, viven enamorados de la región nativa, por los hospicianos de la patria grande”.

Termino este recuerdo de un acto que cumple ciento veinticinco años transcribiendo una hermosa definición del regionalismo literario que nos ha trasmitido el gran escritor de Polanco, perfectamente asumida para nuestros días desde una perspectiva constructiva de toda manifestación regionalista, que es la imagen más viva de lo que se siente y ama:

    “…la familia, el hogar, el panorama de su valle,
    la honrada labor de todos los días, la fiesta de
    los domingos, el son de las campanas desu iglesia,
    sus camaradas de recreos y fatigas… en suma,
    el terruño natal, entero y verdadero”.

En las obras y en los escritos de don José María de Pereda podemos encontrar algo tan apasionante como el amor limpio, honrado, tradicional y bello a esta tierra nuestra, que no podemos permitir que se olvide ni tergiverse.


::: NOTAS :::

(1). Del libro “La Sociedad española del siglo XIX en la obra literaria de don José María de Pereda” de Concepción Fernández-Cordero y Azorín. Institución Cultural Cantabria. 1970.

(2). Benito Madariaga en su obra “Crónica del Regionalismo en Cantabria”  en colaboración con la Consejería de Cultura (1986).

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