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PUBLICADO UN LIBRO SOBRE ROSALÍA MERA, COFUNDADORA DE ZARA

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Tenía 4.600 millones de euros cuando un ictus acabó con su vida en el verano del 2013, pero seguía yendo a la playa del Orzán a tomar el sol y volaba en clase turista. Rosalía Mera era mucho más que su dinero, siempre luchó por ello, por construirse como persona superando los avatares de una existencia nada fácil: de eso va la primera biografía que se publica sobre la cofundadora de Zara y que escribe el periodista gallego Xabier R. Blanco, quien firmó también el primer texto sobre Amancio Ortega (De cero a Zara).

Publicado por La Esfera de los Libros, el volumen estará en las librerías el martes y en sus más de doscientas páginas se desgrana la vida de una mujer única. Porque, ¿quién era Rosalía Mera? Esa es la clave del libro. Podría centrarse en su afán por el control, especialmente del dinero, que le valió críticas por tacaña, y de la hay muchos ejemplos: reclamaba en el cine el descuento de mayores de 65 años, a los ponentes que acuden a Paideia los alojaba en un apartamento en la fundación e invitaba si sabía que iba a ser correspondida. También podría ser una biografía centrada en su figura política, en el feminismo del que hizo gala y en la rebeldía de una mujer que era insumisa y no pagaba el peaje de la autopista A Coruña-Carballo, que cogía a diario para ir a Sabón; que criticaba los recortes, la reforma de la ley del aborto y que recibió al Consejo de Ministros reunido en María Pita tras el desastre del Prestige con una bandera de Nunca Máis colgada del balcón de la Fundación Paideia, situada frente al consistorio.

Pero no. Porque Rosalía fue más que esas anécdotas divertidas y sorprendentes que salpican todo el libro. Ella fue sobre todo una mujer que se rehízo, que se reconstruyó, «era dueña de su vida». El dinero no marca la esencia de Rosi, sino otro hecho, fundamental: el nacimiento de su hijo Marcos, el 1 de mayo de 1971 con una profunda discapacidad: retraso mental y parálisis cerebral; Marcos lo cambia todo.

 Rosalía Mera era Rosi cuando creció en el Matadero, un barrio cuyo nombre lo dice todo, entre estrecheces y el cariño de un padre afable y una madre que ambicionaba una vida mejor; a los 11 años se puso a trabajar y a los 16 era dependienta de La Maja, tienda adonde acudía la clase media coruñesa, esa que para Rosi, la hija de O Piocho, trabajador de Fenosa, era un mundo inalcanzable. Era alta, y por eso hacía de modelo de los bañadores, pero ennovió con un dependiente, Amancio Ortega, y dejó de posar, algo que a ella le pareció natural. Porque Rosalía Mera, cuando ya era Rosalía, asumía que su papel en Zara había sido de apoyo: «Las mujeres secundamos, antes y ahora, los proyectos de otros, en este caso tu pareja». Los Ortega -Josefa, Antonio y Amancio- soñaban con fabricar y vender sin intermediarios, y empezaron con batas de guata más baratas que las catalanas pero de igual calidad. Ella y su cuñada, la mujer de Antonio Ortega, Primitiva Renedo, deshicieron una bata para ver el patrón «con muy poquitos recursos y muchos errores», que es así como «se pone a prueba el deseo».

De la casa de Primitiva y Antonio saltaron a un local en la Sagrada Familia, después a Os Mallos y más tarde a A Grela. Ellas cosían sin descanso -«en España era muy duro vivir»- y sus maridos viajaban vendiendo el producto -dos millones de kilómetros en un año-. En 1975 abrieron el primer Zara en Juan Flórez. El resto ya es historia.

«Muerte del hijo esperado»

La vida de la pareja transcurría atada al trabajo hasta el nacimiento de Marcos. En estos casos, la prueba une más a la pareja o la rompe, como ocurrió con los Ortega Mera. Él se centró en el trabajo, ella buscó respuestas en el psicoanálisis. Tenía 30 años y se sentía desorientada por «la muerte del hijo esperado», como ella misma definió su situación, que puede ser «peor que una muerte». Decide estudiar, formarse, y en eso estuvo desde entonces. A través de la Fundación Paideia (en griego educación) y otras empresas apoyó el empleo de los jóvenes, las mujeres del rural y las personas con discapacidad. Impulsaba, animaba a los demás para que fuesen realmente ellos. Sin adjetivos.

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