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LAS"CLAVES" DE LA DESIGNACIÓN DE OSORO, UN CÁNTABRO QUE LLEGARÁ A CARDENAL
FERNANDO CANELLADA, experto en temas de Iglesia del diario Levante, ha escrito un artículo muy interesante sobre las "claves" de la designación por el papa Francisco, de Carlos Osoro como arzobispo de Madrid. Un artículo que reproducimos para introducirnos en este nombramiento que ha sorprendido en el seno de la iglesia católica. Fue un flechazo a primera vista el que
se produjo en el Papa Francisco cuando supo del estilo pastoral de
Carlos Osoro, pero la designación de éste como sucesor de Rouco en
Madrid se interpreta también como un dardo contra los propios principios
de Bergoglio. Todo ha sido sorprendente. Incluso el propio Antonio
María Rouco Varela se fue a Alemania de vacaciones este mes de agosto
sin conocer quién iba a ser su sucesor como arzobispo de Madrid ni
cuando iba a hacerse público el nombramiento. Su regreso, previsto para
el 6 de septiembre, se ha adelantado. La decisión del Papa Francisco de
colocar en lo más alto del episcopado español a Carlos Osoro ha sido el
resultado de una de las pruebas más complejas a las que la iglesia
española sometió a Jorge Mario Bergoglio. Rouco lo intentó hasta
el último momento. Su apuesta era Fidel Herráez, su obispo auxiliar y
mano derecha desde 1996. El cardenal también intentó que su sucesor
fuera alguno de sus arzobispos más afines, como Braulio Rodríguez
(titular de Toledo), y Juan José Asenjo (de Sevilla), pero encontró
obstáculos insalvables. Como insuperable fue la negativa del arzobispo
gallego para aceptar el paso del cardenal Antonio Cañizares de Roma a
Madrid. Las fricciones entre Rouco y Cañizares habían sido fuertes en el
pasado. Y cerrado el camino en Madrid y Barcelona, el apropiado retorno
para un cardenal español que deja el Vaticano se encontraba en
Valencia, segunda diócesis de España en tamaño. Así de derecho, aunque
con renglones torcidos, resultaron los designios del Espíritu que llevan
a Osoro a Madrid, pese a que su nombre no estaba en la mente de Rouco,
quien dijo alguna vez que Osoro ya había tocado techo suficiente en
Valencia. También sorprende el nombramiento de Carlos Osoro en el
clero y en el episcopado por contraste con el perfil de obispo del que
ha hecho varias alusiones el papa. No coincide mucho en sencillez, en
trabajo en equipo con sus colaboradores (se quedó sin auxiliares en
Valencia), por ejemplo. Es personalista, de mesa regia, no huele a
oveja, según sus detractores. Su mayor afinidad es con los
«Kikos», los neocatecumenales de Kiko Argüello, y también disfruta de
grandes simpatías del Opus Dei y de la Asociación de Propagandistas, muy
presentes en Madrid. Pero pese a las críticas del Papa al carrerismo de
los obispos, insinuando que las diócesis han de ser para ellos como la
esposa indisoluble, a Carlos Osoro le ha concedido la cuarta. Con
algunos amigos influyentes en Roma, Osoro se ha labrado un prestigio en
Valencia que ha eclipsado borrones anteriores en Orense y,
principalmente, en Oviedo. A su amistad con el cardenal Sandri, prefecto
de la congregación para las Iglesias orientales, hay que unir los
esfuerzos del prelado de origen cántabro por traer a España a notables
conferenciantes y celebrantes de la curia vaticana, sin olvidar que una
cofradía mediática de continuo seguimiento y permanente exposición
pública han hecho de un profesor de educación física la máxima
representación de los obispos españoles. Osoro sabe bien como
promocionar su propia imagen y desde sus primeros asos en elepiscopado
no le faltan consejos y afectos de acreditados hombres de negocios. La
inmensidad de la diócesis valenciana, con sus grandes parroquias, ha
facilitado la pastoral de este obispo de vocación tardía, ya que como
relataba un buen conocedor de la iglesia valenciana «no se metía con
nadie y nadie se metía con él». Su acierto en la renovación de los
responsables de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir
ha sido otro de los datos a su favor que llegaron a la casa Santa Marta,
residencia del Papa Bergoglio. Pero, así todo, ni en Roma ni en Madrid
se pensaba en Carlos Osoro. Algunos creyeron que Ricardo Blázquez, tras
lograr el consenso del episcopado con su clara victoria en la
Conferencia Episcopal, sería el elegido. Pero la edad, ante los 72 años
de Blázquez, jugaba de nuevo a favor de los 69 años de Osoro. Las
esperanzas en un arzobispo «del fin del mundo» (un misionero, por
ejemplo), fueron vanas ilusiones o murmuraciones de sacristía. No faltó
quien personificó en Juan José Omella, obispo de Logroño, el estilo de
Francisco, de los pastores que huelen a oveja y pisan la calle. Hasta se
citaron obispos misioneros, como el de Tánger, Santiago Agrelo, y
tantos candidatos del tipo Francisco para sustituir a un arzobispo
gallego que ha ha moldeado la Iglesia española durante veinte años. Pero
Francisco se ha decidido por Carlos Osoro, cuyo nombramiento
comoarzobispo de Madrid se hace público hoy. Ya en la reciente visita
«ad limina» de los obispos españoles, el pasado marzo, el Santo Padre se
había fijado en el arzobispo de Valencia, al que personalmente le había
puesto un nombre: «peregrino, porque está usted de un lado para otro»,
le dijo Bergoglio a Osoro, según se leía en los medios diocesanos, como
si se tratara del aludido flechazo. Y el «peregrino» se dirige, de
nuevo, a la sede madrileña tras dejar atrás Orense, Oviedo y Valencia.
Para unos, detrás está la decisiva intervención de Renzo Fratini, nuncio
del Vaticano en España, y agradecido a las labores pastorales y
económicas del cántabro. Para otros, el empujón definitivo ha sido de
Santos Abril, cardenal de confianza de Bergoglio y arcipreste de la
basílica romana de Santa María La Mayor. Se dice que los ojos de Abril
son los del Papa en España y el propio cardenal, natural de Teruel,
visitó el año pasado Valencia y contempló el esplendor litúrgico
mediterráneo de la mano del oportuno anfitrión Osoro. Profesor de
gimnasia antes que sacerdote, llega al arzobispado de Madrid en medio de
uno de los relevos episcopales más trascendentales de la historia
reciente en la Iglesia española. Y ser arzobispo de Madrid implica
recibir tarde o temprano la púrpura de cardenal. Hace unos diez años,
siendo arzobispo de Oviedo, Osoro cenaba con un amigo, laico y de
importante profesión liberal, en un prestigioso restaurante de Gijón.
Como el mitrado ya se había granjeado malos tragos en Asturias, su
confidente le consoló: «Tú tranquilo hasta el cardenalato». Y ahora el
flechazo acabará seguramente en rojo cardenal.
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