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PEDRO J. PIDE LA CABEZA DE SORAYA, LA VIRREINA DE CATALUNYA

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Pedro J. Ramírez tiene un particular instinto para oler la sangre y adelantarse a señalar a las víctimas de una crisis e incluso las mismas crisis. Que se lo pregunten a Rodrigo Rato, por ejemplo, o a Iñaki Urdangarín. Su editorial de este domingo es una diana sobre la cara de Soraya Sáenz de Santamaría, la vicepresidenta del gobierno español, en su papel de “virreina de Catalunya”. Carga toda la responsabilidad de la situación en ella (“Cataluña era coto exclusivo de Soraya”), cuya gestión califica de “fracasos estrepitosos”, “calamitosa”, “nada de nada”, etcétera, etcétera.

En verdad no es un editorial. Es una ametralladora giratoria.

Lo peor, según el director de El Español, es que pese al poder omnímodo de que disponía la vicepresidenta, las elecciones del 21-D en Catalunya no concluirán con una “mayoría constitucional”.

Conclusión: Soraya dimisión. Por dos cargos. Uno, la carpeta catalana, donde “todas y cada una de las fases de su actuación se han saldado con fracasos tan estrepitosos como para que alguien con mayor sentido del pudor se hubiera quitado ya de en medio”. Dos, la retirada de la euroorden (“una catástrofe tanto para el prestigio de España, como para la autoestima de los españoles”), “que [debería ir] acompañada por la destitución del general Sanz Roldán como director del CNI y/o por la dimisión de Sáenz de Santamaría como vicepresidenta del Gobierno”.

'Papaíto Piernas Largas'

De la furia de Pedro J. tampoco se salvan Mariano Rajoy ni la prensa madrileña. El primero (“Papaíto Piernas Largas de las tiras cómicas del siglo pasado”) por “promocionar a su Annie la Huerfanita”, de cuyos “derrapes de conductora ebria” es “responsable final”. Si no se produce en Catalunya “el milagro de una mayoría constitucional que, de momento, ningún sondeo ni remotamente huele, será a Rajoy a quien estemos esperando, después de Navidad, con el ‘segundo sobre’ en ristre”.

A la prensa capitalina la acusa de pasar de puntillas por la gestión de la vicepresidenta por “la rendición de los principales medios (…) al pesebre monclovita que gestionan [los] comisarios políticos [de Soraya]”. Más adelante habla de “periodistas serviles y (…) editores traidores que conspiraban para apuñalar a quienes no eran ni lo uno ni lo otro, (y) se arrastraban como alfombras a sus pies [de Soraya, claro]”.

Soraya, Soraya, Soraya. El foco de su catilinaria no sale bien de ninguna. Ni previó ni alertó de los planes de exilio de Puigdemont (“¿No lo hizo porque estaba en babia o porque Catalá y Zoido no son lo suficientemente sorayos como para compartir con ellos sus dosieres y sus cuitas?”); mandó “a Rajoy y al rey Felipe al insultódromo de la manifestación posterior a la masacre islamista de las Ramblas”; “la calamitosa gestión de la jornada del 1-O, con sus palos de ciego por doquier"; y “la más inapropiada, inconveniente y disparatada convocatoria electoral que imaginarse pueda, fruto de la precipitación y el miedo”.

No faltan anécdotas jugosas. Tras el 1-O, “una de las grandes agencias de calificación de riesgos llegó a preguntar formalmente a un [ministro] si España se precipitaba hacia una nueva guerra civil”.

El 155 duro

El meollo de la cosa es Catalunya. Los planes del 155 debían ser muy otros. “Como acaba de declarar a El Español, casi al borde del llanto, un compungido García Albiol, lo suyo era ‘un 155 de un año o año y medio’, no sólo para ‘corregir las desviaciones’ calcificadas en competencias clave de la Generalitat, sino para haber dado tiempo a que la Justicia persiguiera, juzgara y condenara a los golpistas del 1-O y la DUI, trazando la línea infranqueable de las penas de inhabilitación que les hubiera impedido ser candidatos”.

Contribuirían a esos deseos de Albiol dos factores poderosos, según Pedro J. Primero, la decisión “del presidente de la Sala Segunda [del Supremo, Pablo Llarena] (…) que (…) estaba en condiciones de culminar su trabajo en la mitad de ese plazo máximo”. Segundo, que “PSOE y Ciudadanos (…) habían dado ya por bueno el lapso de seis meses para la convocatoria y por lo tanto de ocho para poner las urnas”. Conclusión: “Habríamos tenido elecciones el curso que viene y con los deberes políticos y penales hechos”, es decir, con el independentismo político en la cárcel (por “delitos gravísimos”), el independentismo civil acoquinado ante esa represión, y el campo electoral libre para los partidos unionistas.

Si Pedro J. representa algunas sensibilidades del Madrid del poder y los negocios, el proyecto de ese mundo no era (no es) muy halagüeño para la Catalunya del 155 ni seguramente para la de después del 21-D.

Lamentablemente para el periodista riojano, la versión dura del 155 no pudo ser porque “a la hora de la verdad, resultó que Soraya no tenía plan alguno ni para impedir el choque de trenes ni para afrontarlo, tampoco tenía plan alguno para despejar la vía tras el achatarramiento. (…) No tenía un diseño burocrático, ni una hoja de ruta política, ni una estrategia de comunicación. Nada de nada”.

El cierre es tremendo y tremendista: “Soraya o la borrachera del poder sin consistencia. El suyo es el último ejemplo de cómo se construyen grandes andamiajes sin nada sólido detrás”.

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