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VIAJE EN EL TIEMPO CON UN FORD FIESTA

La historia de este Fiesta L discurre paralela a la TransiciÃ³n espaÃ±ola, con sus vaivenes polÃticos, sociales y econÃ³micos (en su radiocasete se escucharon el golpe de Estado de Tejero, la victoria de Felipe GonzÃ¡lez o el triunfo de EspaÃ±a en el Mundial); recorre el camino de un mundo analÃ³gico a otro hiperdigital en el que se ha pasado del encendido con llave a un botoncito de start/stop (Â¿Â«dÃ³nde estÃ¡ la entrada USBÂ»?, se preguntarÃa un milenial que viese el sobrio salpicadero de este Fiesta) y llega finalmente hasta una Ã©poca en la que los coches bautizados como Â«clÃ¡sicos popularesÂ» alcanzan suculentas cotizaciones (hay por ahÃ algÃºn 127 a la venta por mÃ¡s de seis mil euros).

Y si hablamos de cambios pensemos en lo que lo separa del Fiesta que se vende en la actualidad: si este coche se hubiese plantado en nuestro tiempo el dÃa en que saliÃ³ de la factorÃa valenciana de Almusafes, donde durante dÃ©cadas se fabricÃ³ este modelo para toda Europa, su conductor tendrÃa la sensaciÃ³n de haber aterrizado en Marte. Y no digamos nada si ese conductor fuera el periodista de motor que le hizo la prueba hace cuarenta aÃ±os para su revista y que hemos rescatado de la hemeroteca. Entre las virtudes de aquel modelo de 957 centÃmetros cÃºbicos de baja compresiÃ³n (uno como el que ahora Benigno mima en su garaje) el hombre citaba como principales virtudes: la estÃ©tica y el nivel de acabado, el equipo de climatizaciÃ³n y la conducciÃ³n Â«muy suaveÂ». Estamos hablando de un coche que no lleva direcciÃ³n asistida ni aire acondicionado y cuyas ventanillas se abren a mano. . QuizÃ¡s es que cuando Henry Ford IV mandÃ³ hacer para el mercado europeo que venÃa de la crisis de petrÃ³leo del 73 un coche pequeÃ±o pero extremadamente fiable estaba hablando muy en serio. Seguramente mucho mÃ¡s que cuando Carlos Herrera recuerda aquellas Â«ternuras horizontalizadasÂ» en su Fiesta Blanco (Â¿llevarÃa jersey amarillo?).