Adolfo Suárez entregó su confianza a Osorio en la formación del Gobierno que pilotó la transición.  Con un estilo propio de centro y la presencia de destacados democristianos  que habían planteado las primera ideas para una reforma del régimen surgido de la guerra civil, en apenas once meses se crearon las bases para las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977. ">
 
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ALFONSO OSORIO Y SU PROTAGONISMO EN LA TRANSICIÓN A LA DEMOCRACIA

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Por JOSÉ RAMÓN SAIZ.


Alfonso Osorio García (1923), cumplió 94 años el pasado 13 de diciembre. Dicen de él que es un hombre de palabra y de honor, es decir, de otro tiempo. De los que dimiten por ideología y, sobre todo, de los personajes que dan valor a la palabra y al silencio cuando corresponde. Persona de confianza del Rey Juan Carlos, formó parte del primer Gobierno de la Corona, siendo vicepresidente político con Adolfo Suárez a partir de los primeros días de julio de 1976. Abandonó UCD cuando este partido, a su juicio, viró al centro izquierda. Desde entonces, apostó para por una derecha moderna, con la que fue diputado en varias legislaturas. Cuando intentó moderar a Manuel Fraga en Alianza Popular y fracasó porque aquello  “era imposible”, dejó la política atrás.


Ejerció puestos secundarios en el franquismo hasta que el diciembre de 1975 participó en el primer Gobierno de la Monarquía por propia indicación del Monarca. Arias Navarro tuvo que aceptar y remover a su hombre de confianza, Antonio Carro. Desde días antes de la formación del primer Gabinete, recibió una confidencia que no desvelaba que ministerio pasaría a dirigir. Fue, finalmente, el de Presidencia (en un palacete de Castellana, 5), departamento desde el que  trabajó en la institucionalización y funcionamiento de la Corona.


La sociedad española era en 1975 muy distinta de la de cuarenta años antes. Tras el importante crecimiento económico –promovido por los ministros tecnócratas- y la mejora de condiciones de vida en la década de los sesenta, el régimen entonces vigente acusó su incapacidad para acometer un desarrollo político en periodo de bonanza; reformas políticas que debieron afrontarse años más tarde con el inicio de la etapa de la Monarquía –siendo presidente del Gobierno Adolfo Suárez– en condiciones económicas mucho más difíciles.


La concesión y entrega, hace unos años, de la Medalla de Oro de Cantabria a Alfonso Osorio García representó un acto de justicia y reconocimiento al protagonista de una de las tareas más importantes desempeñadas por un cántabro en un momento crítico de la reciente Historia de España, como significó la Transición a la Democracia culminada con las elecciones del 15 de junio de 1977 de cuyo acontecimiento se han celebrado recientemente cuarenta años. Ministro de la Presidencia por expresa indicación del Rey al primer Jefe de Gobierno de la Monarquía –que lo fue el último de Franco-, en julio de 1976 fue nombrado vicepresidente político en el Gobierno de Adolfo Suárez que, ya sin titubeos y con valentía política, llevó el país a un cambio de régimen, desatando el nudo del pasado a través de una reforma en la que se pasó de la ley vieja a la ley nueva. Esta tarea la confió el Rey a Adolfo Suárez, que eligió como principal colaborador político a Alfonso Osorio, vinculado desde su juventud a principios demócrata-cristianos.


INICIOS POLÍTICOS CON HERRERA ORIA. Los inicios de la inquietud política de Alfonso Osorio hay que buscarlos en el grupo de jóvenes santanderinos de inspiración cristiana en el que participó, entre otros, el profesor y catedrático, Eduardo Obregón Barreda, así como miembros del conocido Frente de Liberación Popular o FLP (conocido coloquialmente como FELIPE), profundizando en una amistad con el entonces sacerdote de la parroquia de Santa Lucía, Ángel Herrera Oria, Obispo de Málaga en los años cincuenta y elevado a Cardenal en los sesenta por el Papa Pablo VI. 


Después de ingresar por oposición en el cuerpo de abogados del Estado, Alfonso Osorio comenzó a ejercer distintos cargos en la Administración en los finales de los años sesenta –Subsecretaría de Comercio y Presidente de Renfe-, etapa ésta en la que se distinguió por lograr en Madrid el apoyo a proyectos de gran interés de numerosos municipios de la entonces Provincia de Santander. Siendo presidente de Renfe ofreció una alternativa –enlace con Reinosa- del Santander-Mediterráneo, opción que fue rechazada por las autoridades provinciales. Ya entonces era consciente que el Banco Mundial no financiaba la construcción de más líneas ferroviarias, lo que indicaba que el Santander-Mediterráneo estaba condenado, salvo si se ofrecía la alternativa de enlace con Reinosa. En esa misma línea actuó como Procurador en Cortes por el tercio familiar.


Hay que destacar, por otra parte, que en aras de lograr el cambio de régimen (del sistema autoritario a la democracia), Alfonso Osorio aportó sus buenas amistades entre congresistas americanos. A partir de 1961 fue el primer español invitado al Desayuno de la Oración, que reunía a los más altos mandatarios norteamericanos. Sus contactos sirvieron especialmente para que años después influyentes sectores de la política norteamericana entendieran el objetivo democratizador abierto tras la llegada del Rey a la Jefatura del Estado.


Este compromiso de Alfonso Osorio se venía concretando desde mediados de los sesenta cuando se entregó a una causa que entendió vital para la reconciliación: la defensa de la “solución Príncipe don Juan Carlos” para la sucesión en la Jefatura del Estado. A esta iniciativa sumó su trabajo y coordinación en la creación de equipos de pensamiento –ejemplo de Tácito que se destacó por la publicación de artículos defendiendo una transición a la democracia- o de  grupos de orientación democristiana como Unión Democrática Española (UDE) y Partido Demócrata Cristiano, éste último con personalidades que venían de la oposición moderada al franquismo como el también santanderino Fernando Álvarez de Miranda y Torres, primer presidente del Congreso de los Diputados (1977-79). En aquellos años sesenta, Osorio formó parte del equipo de Jacobo Cano, el hombre del Príncipe, fallecido en accidente de tráfico.


CLAVES PARA UN CAMBIO EN PROFUNDIDAD. He narrado en alguna de mis crónicas de la Transición que en los días anteriores a julio de 1976, existieron una serie de claves sobre el cambio que se preparaba en la cabeza del poder ejecutivo. Uno de estos guiños ocurrió el sábado, 26 de junio, en el palco del Bernabeu, con motivo de la final de Copa que disputaron el Atlético de Madrid y Zaragoza. Tras entregar el trofeo a los colchoneros que vencieron por un gol a cero, el Rey en conversación con Alfonso Osorio y Adolfo Suárez - teniendo cerca al ya octogenario presidente madridista, Santiago Bernabéu-, les dijo que eran tiempos de presidentes jóvenes. Osorio ha recordado que más o menos el final de la frase fue como sigue: daros por enterados de lo que pienso. Los dos ministros que figuraban en los planes de La Zarzuela, cogieron claramente el mensaje. Fue la manera real de dar a conocer que estaba gestando una crisis política de gran alcance al afectar al presidente, Carlos Arias Navarro.

 

Algunas de los sucesos que ocurrieron en este tiempo se desvelaron, en parte, en el desarrollo de unas jornadas que sobre sobre la ley para la reforma política organizó en 1996 la Caja de Ahorros de Santander y Cantabria en colaboración con la UIMP, a las que acudieron exministros de Suárez y políticos franquistas. Personalidades distinguidas de aquel momento político en el que el Gabinete Suárez logró el éxito de la reforma por encima del inmovilismo o la ruptura, se dieron cita en este encuentro, entre otros el  exvicepresidente Alfonso Osorio, Landelino Lavilla, Fernando Suárez, Abril Martorell, Gonzalo Fernández de la Mora, y Raul Morodo, quienes coincidieron en esta apreciación: el Gobierno Suárez, que inició su gestión en julio de 1976, modeló bien los tiempos trabajando desde el primer momento con unos objetivos concretos y un calendario, finalmente cumplido, que anunció en su primera declaración la convocatoria de elecciones libres en el plazo de un año.


Tuve la oportunidad de escuchar a los principales protagonistas de aquellos primeros meses del Gobierno Suarez: Osorio-Abril Martorell-Landelino Lavilla, que desde el gobierno impulsaron la Ley para la Reforma Política y Fernando Suarez, ex-vicepresidente en la etapa de Franco y que, como procurador en Cortes, fue ponente de la Ley y apoyó decisivamente su éxito en el difícil paso por las viejas Cortes. Manifestaciones, convicciones y confidencias, de todas ellas quisiera concretar las siguientes reflexiones:


1.- Mientras la prensa extranjera celebraba la anunciada inclusión de José María de Areilza en la terna del Consejo del Reino para suceder a Arias Navarro en julio de 1976, desde dentro del sistema se sabía que el entonces ministro de Exteriores era el candidato imposible. Areilza no hubiera sido un jefe de gobierno capaz de convencer a las Cortes sobre la reforma. Se le veía como enemigo y si el Rey hubiera apostado por su candidatura, la vía para alcanzar la democracia sólo podría conducirse por otros caminos. No desde dentro del sistema, sino fuera del sistema, con riesgos imprevisibles.


2.- Adolfo Suárez era el candidato más idóneo: tenía la confianza de las viejas Cortes y, a la vez, estaba en sintonía con los objetivos democratizadores de la Corona. Suárez encontró, además, la ayuda de Alfonso Osorio para formar un Gobierno hacia el centro, pilotado por democristianos que habían planteado las primera ideas para una reforma del régimen anterior.  

3.- La declaración programática del Gobierno a los diez días de constituirse el Gabinete, recogió muchos de los derechos dos años más tarde asumidos por la Constitución Española. Esta tesis de Alfonso Osorio reafirma que el Gobierno sabía lo que quería y que sus propuestas eran realistas como seguras, y que aquel Gabinete que se bautizó de “penenes” demostró el bagaje intelectual y coraje político precisos para diseñar y culminar la operación reformista.

 

4.- La operación reformista tuvo sus momentos más difíciles con el secuestro de Oriol y Urquijo y los asesinatos de Atocha, pero ambos sucesos no apartaron al Gobierno de su voluntad de llevar a efecto la transformación política de España, que era firme: la decisión de hacerlo desde la vigente legalidad, que fue clara; y la fe sobre la posibilidad de lograrlo, que se demostró cierta.


MINISTRO EN EL PRIMER GOBIERNO DE LA MONARQUÍA. Iniciada la etapa de Monarquía, Alfonso Osorio, participó como Ministro de la Presidencia en el primer Gobierno de la Corona, alineándose con los ministros que defendían la democratización del sistema desde el principio de una transición que integrara en los objetivos nacionales a la oposición democrática. En este tiempo fue Adolfo Suárez uno de los ministros con el que compartió afinidad y propuestas de avanzar sin demora en la democratización.

En estos meses del Gabinete de Arias Navarro –un paso adelante y dos atrás- tuvo la oportunidad de presentar la imagen de la nueva España en los Estados Unidos, en concreto ante los congresistas americanos. A pesar de este tipo de apoyos –y el de Osorio era importante y significativo-  Carlos Arias fue un obstáculo en el objetivo democratizador. El propio Osorio observó esa actitud cuando el 29 de abril le presentó un proyecto que defendía la celebración de unas elecciones para Cortes constituyentes. El presidente no dio su placet. Para entonces ya habían fracasado otros textos reformistas. 

En esta etapa acontecieron los sucesos de Vitoria, con el vicepresidente y ministro de la Gobernación, Manuel Fraga, fuera de España. Alfonso Osorio como titular de la Presidencia estaba muy al corriente de lo que venía aconteciendo en Vitoria después de mantener una reunión con un íntimo amigo, Julián Gómez del Castillo, dirigente de las Hermandades Obreras de Acción Católica, que estaba muy preocupado por las huelgas organizadas por un sindicato abertzale. Cuando se producen los hechos, Adolfo Suárez era ministro de Gobernación por ausencia del titular, a quien acompañaron Osorio y Martín Villa por petición expresa del presidente del Gobierno. La actuación de Suárez en esta grave crisis fue, a juicio de Alfonso Osorio  una de las razones por las que unos meses más tarde se convirtió en presidente del Gobierno. Confiesa Osorio que el Rey me preguntó: «¿Adolfo ha estado tan bien como se dice?». Y Alfonso le respondió: «Estupendamente».


LA ALIANZA DE SUÁREZ Y OSORIO. Convencidos de que uno de los dos podía ser el sustituto de Arias Navarro, de alguna manera trazaron un compromiso no escrito y, posiblemente, no hablado pero en la mente de ambos: el que no fuera presidente asumiría el cargo de vicepresidente político. Durante su etapa de ministro con Arias, Osorio hizo una excelente amistad con Suárez, siendo consciente en su análisis –más después del discurso de Adolfo ante las Cortes sobre asociacionismo del 9 de junio- que si la terna del Consejo del Reino incluía a Suárez y si éste era finalmente el designado por el Rey,  podrían formar un buen tándem político. Fue sí como el nombramiento de Adolfo Suárez selló la colaboración política entre estos dos hombres del Rey.


Alfonso Osorio tuvo muy claro desde el primer momento que él no sería el candidato para presidir el Gobierno. Confiesa que Juan Carlos acertó nombrando a Adolfo Suárez, porque había que abrir la llave del Consejo Nacional para el cambio y la reforma política. Para las gentes del Consejo del Reino, Osorio era un peligroso liberal, de ahí que sus opciones eran nulas.

 

En la tarde-noche del 1 de julio, Alfonso Osorio no pudo llegar a tiempo al Consejo de Ministros extraordinario convocado por Arias para presentar su dimisión. Cuando desde Barajas accedió a Castellana, la reunión del Gabinete había finalizado. Decidió subir a su despacho, donde le transmitieron un recado de Adolfo Suárez. Su colega de Gabinete le pedía que contactara con él, lo que hizo Osorio. Después de un intercambio de confidencias y recordar el preaviso del Rey sobre la crisis ya abierta, acordaron verse al día siguiente.


Es viernes, 2 de julio. Adolfo Suárez en su despacho de la Secretaría General del Movimiento en el edificio de Alcalá, cumplió su agenda con las actividades previstas, aunque vivía una no disimulada inquietud. Sabía que era su ocasión. Habló con sus colaboradores, entre ellos el vicesecretario Ignacio García López, y el jefe de su Secretaría, su cuñado Aurelio Delgado. Por teléfono lo hizo en dos o tres ocasiones con el democristiano Alfonso Osorio, ministro de la Presidencia. Uno y otro sabían que había llegado la hora del Rey en cuanto a tener las manos libres para designar un jefe de Gobierno de su confianza.


Esa misma noche mantuvieron una reunión en el domicilio de Suárez, en la calle San Martín de Porres, que se alargó hasta las seis de la madrugada. En esta conversación, Alfonso Osorio le confesó que para lograr la democracia sin romper la legalidad se precisaba tener la llave del Consejo Nacional del Movimiento y, categórico, le apuntó: “Esa llave la tienes tú, Adolfo”. Este fue el mensaje que significaba que Osorio le apoyaba en su carrera presidencial. 


El complemento entre estos dos personajes era idóneo. Alfonso Osorio brillaba en algunas áreas en las que Adolfo Suárez menos destacaba, ya que era abogado del Estado, tenía solidez y formación intelectual y contaba con un equipo con fuertes afinidades ideológicas como el de los propagandistas católicos, fieles al legado del cardenal Herrera Oria. Suárez, por su parte, tenía coraje político y conocía perfectamente la estructura del Movimiento, indispensable para abrir el cambio a través de un proceso definido como “de la ley a la ley”.


A estas alturas de la crisis, Alfonso Osorio era, pues, consciente de que su nombre no contaba con posibilidades de entrar en la terna, dada la composición del Consejo del Reino. Sin embargo, era conocedor de un secreto que le confiara el marqués de Mondéjar, quien le había expresado que en los planes del monarca no estaba que un exministro de Franco pilotara la Transición y que el presidenciable saldría de las filas del primer Gobierno de la Monarquía. Osorio siempre dio un gran valor a esta confesión del jefe de la Casa del Rey. 


El democristiano y ministro de la Presidencia contaba con suficientes pistas sobre las opciones presidenciales de Adolfo Suárez al reunir varias características de idoneidad: juventud, valentía e intuición política. Pero, sobre todo, era ministro secretario general del Movimiento y podía contar con el apoyo del Consejo Nacional que Osorio consideraba imprescindible.


Coincidiendo con el acto de jura del Presidente en la Zarzuela –en la mañana de lunes, 5 de julio- Alfonso Osorio mantuvo varios encuentros con ministrables en Castellana, en concreto, el abogado y jurista cántabro Eduardo García de Enterría, al que ofreció Educación y Ciencia, y el economista Enrique Fuentes Quintana, candidato a la cartera de Comercio. El reconocido catedrático de Derecho Administrativo contestó muy pronto, confesando días después que se inhibió por razones personales.


La actividad de Osorio como principal gestor del Gobierno de Suárez, quedó de manifiesto con éstos y otros contactos; así, a media tarde de aquel día 5 de julio recibió desde Oviedo una llamada telefónica para trasmitirle el ofrecimiento de  Aurelio Menéndez, que podían disponer de su colaboración siempre que desde el Ejecutivo se precisaran sus servicios. Finalmente sería otro fijo en el Gobierno, después de la negativa de Eduardo García de Enterría.  


Tras acceder Adolfo Suárez a la Presidencia en julio de 1976, Alfonso Osorio asumió la vicepresidencia política del Gobierno, incorporando al Ejecutivo a personas de la democracia cristiana cuya participación fue decididamente a favor de los cambios, ejemplo del también cántabro, Eduardo Carriles, titular de Hacienda; Andrés Reguera (Información); Enrique de la Mata (Sindicatos) y Virgilio Oñate (Agricultura).  Como principal colaborador de Suárez en aquel Gobierno que fue clave en la Historia de España, impulsaron todos los pasos legales para el éxito de la Transición, siendo decisiva su participación en convencer a un buen número de procuradores de las viejas Cortes para que apoyaran la reforma política que era esencial para desatar desde la legalidad vigente el nudo del pasado.

Superadas aquellas horas de sorpresa por la elección de Suárez, la noche del 6 de julio -bien pasadas las once de la noche- con  todo un país en vilo, se daban a conocer los nombres de los ministros que componían el nuevo Gabinete. Balance: diez hombres nuevos, tres que continuaban y «sin novedad» en el Ejército. La mayoría de los ministros dieron algún trabajo para localizarlos en el panorama público del país. Todo fueron cábalas para amortiguar las primeras sorpresas: ¿Un equipo de gente joven sin desgastar todavía? ¿O, incluso, sin hacer? ¿Un grupo de propagandistas católicos? ¿Un «puzzle» de independientes? ¿Quién era quién?

En aquel tiempo se escribió que Adolfo Suárez había nombrado un Gobierno de “excelentes subsecretarios». Esta era la impresión, casi unánime, en aquellos momentos políticos de incertidumbre. A primera vista, lo que distinguía a este Gobierno del anterior era precisamente la falta de grandes figuras, es decir, tenía características para ser un gabinete homogéneo. Del primer Consejo de Ministros de este gabinete que presidió el Rey, Alfonso Osorio se quedó con esta frase elocuente del Monarca: “obrad sin miedo”.  


EL PROYECTO DE LA REFORMA. Con la iniciativa política en sus manos, el presidente mostraba dominio de los cambios y sus plazos. El texto de reforma se perfiló en sucesivas reuniones del Gabinete en las que se abrió un análisis sobre varios borradores con el fin de elaborar un proyecto definitivo que urgía aprobar para iniciar su trámite. En estas semanas los ministros contaron con al menos tres estudios elaborados por expertos de los ministerios de Presidencia, Gobernación y Secretaría General del Movimiento. Uno de estos borradores fue descartado por Suárez, en concreto el elaborado por Miguel Herrero de Miñón que defendía una reforma sin participación de las Cortes. El presidente lo desechó porque en aquellas circunstancias era imposible y tanto su voluntad, como la del Rey, se basaba en hacer la reforma desde las instituciones vigentes.

 

El martes 17 de agosto –una semana antes del Consejo de Ministros del día 24– el presidente mantuvo una larga reunión con Torcuato Fernández-Miranda, quien le entregó el borrador de proyecto de reforma que tres semanas antes se había comprometido a elaborar. Sin embargo, la decisión final sobre el proyecto de ley correspondió al Consejo de Ministros que, por un lado, se decantó por la redacción de un proyecto esquemático más que prolijo en sus contenidos y, por otro, sobre el borrador del presidente de las Cortes se decidió incorporar dos principios esenciales para lograr un texto creíble para la oposición, en concreto, mención expresa de la soberanía popular y que la Cámara alta o Senado respondiera igualmente al sufragio universal. Desde este espíritu democrático, se alcanzó un proyecto resultante de los borradores ministeriales y del que tenía como autor a Fernández-Miranda.


En general, podía afirmarse que todo el Gobierno –urdido por Alfonso Osorio y el propio Suárez- consideraba que la recuperación de las libertades tenía que hacerse a partir de la propia legalidad vigente. Pero al mismo tiempo que se trataba de una reforma instada desde la legalidad, su objetivo final era cambiar la propia legalidad. Se trataba de una premisa ética. Desde el Rey, pasando por Suárez, los ministros y los gobernadores, todos habían jurado acatar las Leyes Fundamentales y los Principios del Movimiento, que incluían un mecanismo muy concreto para su modificación. En una toma de posesión de este tiempo, el vicepresidente Osorio definió el reto con estas palabras: “Gobernar es también intuir y prever el futuro, avanzar hacia él con decisión”.


Desde el momento que se definió el plan de la reforma, la aceleración de la vida política fue constante. El vicepresidente militar De Santiago, que no aceptaba especialmente los cambios en el campo sindical, dejó el puesto y Suárez en un acto de coraje político nombró para el cargo al teniente general Manuel Gutiérrez Mellado. Al mismo tiempo se celebraron encuentros –de Adolfo y Osorio- con distintos dirigentes del asociacionismo franquista, concretamente  con los dirigentes de las asociaciones Anepa y Reforma Social Española, así como con Manuel Fraga Iribarne.

 

De un Consejo de Ministros de septiembre de 1976 podemos ofrecer algunos datos sobre el contexto del momento: el Gobierno acordó la revisión del salario mínimo que se fijó en 380 pesetas diarias que afectaría a unos ochocientos mil españoles. De los informes que conoció el Gabinete, se destacaba el referido al déficit exterior de la balanza comercial, que ascendía a 5.860 millones de dólares –inferior al de 1975– y el incremento en un ocho por ciento de la llegada de turistas en el mes de agosto, al registrarse la entrada de 6.158.629 visitantes. Hasta dicho mes, habían visitado España un total de 22.058.087 personas.


ACTIVISMO REFORMISTA. Desde esta posición el Gobierno inició conversaciones para alcanzar un pacto con mensajes conciliadores pero no exentos de firmeza. Hasta entonces –salvo graves imprevistos– se decidió esperar y ver qué podía suceder. Tanto Suárez como Osorio estimaban que la reforma podía superar el paso por las Cortes sin modificarse sus criterios fundamentales referidos a la soberanía popular, elecciones antes del 30 de junio y sistema proporcional para el Congreso y mayoritario para el Senado.


Desde el Gobierno se hicieron los primeros cálculos. Tenían que votar 531 procuradores, según la composición definitiva dada a conocer por el presidente de las Cortes. El Gobierno necesitaba como mínimo 266 votos favorables. Pero podría necesitar hasta 354 si todos los procuradores asistieran al pleno. Es decir, la cifra máxima de noes que se podía permitir el Gobierno, iba desde 135 en el caso de menos concurrencia, a 177 en el supuesto adverso.


Los ministros desplegaron una gran actividad. Algunos viajaron a provincias, amarraron votos y, sobre todo, tranquilizaban conciencias. Frente a los procuradores que eran reacios al proceso de reforma se preparó un discurso destinado a conseguir su voto favorable. Los más activos fueron el vicepresidente político, Alfonso Osorio –que habló personalmente con más de medio centenar de procuradores– y Rodolfo Martín Villa que lo hizo con los procuradores representantes de las corporaciones locales y alcaldes notables. Desde el poder, un mensaje claro: “La reforma se puede hacer y se va a hacer”. En general, el esquema seguido para lograr apoyos para la reforma partía del hecho de que las estructuras políticas vigentes no recogían las demandas de las nuevas generaciones, criterio al que se añadía que representaban un impedimento para la integración de España en Europa, haciendo énfasis en que la ruptura entre la España real y la España oficial podía desembocar en la anarquía.


Con la aprobación en referéndum por una gran mayoría de españoles de la ley para la reforma política, el camino hacia las elecciones del 15 de junio fue imparable, a pesar de la semana terrorista –con los asesinatos de la calle Atocha- de enero de 1977. La legalización del Partido Comunista fue también otro hecho clave para que las elecciones constituyentes ganaran la necesaria credibilidad en las cancillerías europeas.    


Aurelio Delgado que como jefe de la secretaría fue uno de los principales colaboradores de Suárez, ha expresado el apoyo e identidad de Alfonso Osorio con el Presidente Suárez en el afianzamiento y éxito del cambio democrático, una operación que debió superar avatares de todo tipo y que, felizmente, culminó con las primeras elecciones democráticas que representaron la apertura de un proceso constituyente y la incorporación definitiva de España al grupo de democracias occidentales. Al no poder presentarse como diputado, el Rey le nombró Senador Real en agradecimiento a una labor de Estado. 

 

DISTANCIAMIENTO. A partir del verano de 1977 se inició un distanciamiento entre Suárez y Osorio, probablemente no debido a ninguno de los dos sino a otros protagonistas. Pero esta es otra historia. Lo cierto es que Suárez compartió con Alfonso Osorio García una etapa brillante de su acción ejecutiva que elevó y consolidó su papel en la Transición. Alfonso Osorio no ha dejado de reconocer ese gran protagonismo de Adolfo Suárez.

 

 


 

 



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