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Maracaná ya espera la final Alemania-Argentina

EN LOS PENALTIS, el once argentino se impuso (4-2) a Holanda. Messi no sobresalió, ni fue un peligro, pese a que sus compañeros le buscaron pero no le encontraron.

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10-07-2014

Impone tanto Alemania, plantada ya en su octava final, que ni Argentina ni Holanda se atrevieron a ir a su encuentro en la cita culminante del 13 de julio. Tenían razones: ambas ya perdieron antes con el ogro que, esta vez, se presenta con el intimidante aval de los siete goles que le metió a Brasil como si nada. Sergio Romero no se acobardó, tal vez sea esa distinta forma de pensar de los porteros, y ante la nulidad de los delanteros, decidió con dos paradas en la tanda de penaltis que se reedite las finales de 1986 y de 1990. La primera, la ganó Argentina. La última hace 24 años fue alemana. Las dos con Maradona. Ahora, será la primera de Messi.

Pintaba a prórroga desde el minuto uno, y no defraudaron. Mascherano fue el artífice en último término: primero al no atreverse con un disparo desde la frontal y luego al desviar un remate de Robben en el tiempo añadido. Decidieron Holanda y Argentina ceder el desenlace a causas ajenas a sí mismas, como el azar, la estrategia o los penaltis.

FALLA LA ESTRATEGIA / No le importó a Holanda tras la alegría ante Costa Rica, pero el discurso del partido impidió que Van Gaal pudiera repetir la estrategia: sustituir a Cillesen por Krul. Sin el bueno en el campo, y con un lanzador peor (el defensa Vlaar), los naranjas revivieron la pesadilla que creyeron haber diluido este año. Cillesen no paró ni uno, mientras que Romero atajó dos.

Se supone que querían clasificarse para Maracaná, algo que dejaron en duda por su nula iniciativa. Lo sucedido en la víspera sirvió de aviso, y ambos equipos prefirieron esperar a verlas venir en función de los acontecimientos. Si en una eliminatoria a este nivel es importante adelantarse en el marcador, la experiencia vivida por Brasil al intentar abrirse un poco tras encajar el primer tanto invitó a guardar más la viña que asaltar la del vecino. Muy prudente. Muy pragmático. Muy aburrido.

La mayor parte del juego se desarrolló en la franja central, con las defensas replegadas en su zona, y las ocasiones apenas surgieron de la estrategia: una falta lanzada por Messi, tras un error monumental defensivo de Holanda (dos centrales fueron a una presión a la línea de banda, la zona de Blind) y un córner que cabeceó alto Garay. A medida que discurrió el tiempo, se multiplicaron los defensas hasta que en el último minuto pudo pasar algo a través de Mascherano.

 Holanda tuvo la pelota y, como pasó a menudo con el Barça esta temporada, la tuvo para que no pasara nada. Defendió un buen rato con una línea de seis hombres, así de exagerado fue su repliegue. Debían ser suficientes para que Messi no se colara. Además, lo controlaba de cerca De Jong. Lo más celebrado de la fase inicial fue un recorte de Cillesen a Higuaín. El meta lo repitió un par de veces más para alborozo de los suyos.

Seis bolas tocó Robben en el primer tiempo, la mitad que Romero, el meta argentino. Y no es porque las rehuyera, lejos de Demichelis (a la primera que se acercó al central le arrancó una amarilla), sino porque no le llegaron. Igual que Van Persie, un poste. Lo mismo podría contar Higuaín. La primera que recibió pudo rematarla, pero en fuera de juego por centímetros. Seis minutos después fue sustituido. Agüero no se lo pasó mejor. Volvía, y con eso debió conformarse, con sentirse recuperado para la final.

Vivir de la abnegación de tipos como De Jong o Kuyt nunca fue la divisa de Holanda, que ni siquiera respetó el aspecto formal. Sneijder careció de trascendencia alguna, orillado por el equitativo reparto de responsabilidades que aplican algunos entrenadores, caso de Van Gaal. Argentina carece de futbolistas como Sneijder, que puedan crear en los tres cuartos de campo, y la manija la llevó Mascherano, excelente en el corte y en el primer pase.

Messi no despachó nada, y que sus compañeros no le encontraran, pese a buscarlo, remite al buen planteamiento naranja. Brillante en el plano defensivo, corrigiendo un déficit histórico, se tornó lamentable en el ofensivo, sin habilitar a sus puntas, que recibieron siempre el balón por arriba y de espaldas a la portería. Para satisfacción de Demichelis y Garay, más cómodos que nunca, que dieron la vuelta al campo y siguieron cantando. Más fuerte y más alto que nunca. Porque Argentina está en la final y no Brasil. Su primera victoria.