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Se cumplen 40 años de la alcaldía de Carlos Monje, un referente de honradez personal y pública

DOS MESES DESPUÉS de la muerte de Franco, llevó a un pleno la petición de amnistía, siendo Torrelavega una ciudad adelantada en esta propuesta de reconciliación para lograr el paso del autoriyarismo a la democracia.

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31-07-2014

POR JOSÉ RAMÓN SAIZ

Fue el 31 de julio de 1974. En un salon de actos repleto de público, el gobernador civil de la provincia de Santander, Carlos García Mauriño, tomaba juramento como alcalde de Torrelavega a Carlos Monje Rodríguez, 37 años, técnico de Solvay, militante de Acción Católica y joseantoniano, según se definió. Era un acto propio de la etapa autoritaria: un alcalde nombrado a dedo, Jesús Collado Soto cesaba y a dedo era nombrado su sucesor, Carlos Monje.

Comenzaba una etapa de la historia torrelaveguense que estuvo impregnada desde el primer momento de valores necesarios para la transición a la democracia que Carlos Monje supo aportar y que, en una primera parte, culminaron con la petición de amnistía -el 28 de enero de 1976- al Gobierno de Arias Navarro-Fraga cuando todavía estaba caliente el cadáver de Francisco Franco. De esta manera, Torrelavega se proyectó como una ciudad adelantada -muy pocas en España actuaron en esa línea- en reclamar una medida necesaria para afrontar el cambio polñitico, que siete meses después aprobaría el primer gobierno de Adolfo Suárez.

En su primer mensaje a los ciudadanos afirmó que pertenecía a la generación del Príncipe a la que calificó como generación de la esperanza y abogó por ser "puente" en la necesaria y definitiva reconciliación del pueblo español, añadiendo una frase que definió su mandato:

"Para los hombres de mi generación, los conceptos de patria, justicia y paz, solo adquieren un auténtico significado cuando se les acompaña respectivamente de unidad, amor, perdón y reconciliación".

Permaneció como alcalde hasta noviembre de 1976, abandonando silenciosamente el cargo para mostrar su rechazo a la decisión gubernativa, unos meses antes, de desalojo de los obreros de la construcción en huelga de la iglesia de la Asunción, una medida con la que no estuvo de acuerdo y que le horrorizó por lo que significó de atropello con la entrada de la guardia civil en la iglesia y la expulsión a golpes de los concentrados. En el régimen no se podía dimitir, pero Monje lo hizo y se marchó cuando el gobernador encontró su sucesor en el primer teniente de la Corporación, el médico Julio Ruiz de Salazar.

Carlos Monje fue ejemplo de alcalde honrado en el significado más extenso de la palabra. Desde su humanismo, ejerció una alcaldía abierta a todos en la que el diálogo comenzó a ser una norma de actuación. Una ética que debe ser valorada en tiempos de crisis de valores y de corrupciones en el sistema democrático. En una etapa en la que el cargo de alcalde se ejercía sin sueldo -Monje llegó a percibir ocho mil pesetas mensuales como gastos de representación- aquellos valores se echan hoy en falta, haciendo más necesaria que nunca una regeneración.

El discurso de toma de posesión de Monje acabó así:

"Vengo con el propósito de aunar esfuerzos y voluntades, de forma que nadie se sienta excluido de la tarea común, salvo que voluntariamente se excluya. A todos ofrezco mi colaboración: la amistad es algo que no se puede imponer, pero sabed que desde este momento ofrezco a todos con humildad la mía y que estoy dispuesto a ganaderme con lealtad la vuestra".

Ocurrió este 31 de julio de hace cuarenta años.