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Exposición de Javier Ezquerra en el Espacio Garcilaso de Antonio Castillo

Influenciado por el Arte Povera y el Junk Art, los robots de Javier Ezquerra se componen de materiales sin valor, detritus humanos y objetos de consumo recuperados.

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28-06-2017

INAUGURACIÓN: ESPACIO GARCILASO en la calle Garcilaso de la Vega de TORRELAVEGA.

SÁBADO 1 DE JULIO A LAS 20:00 HORAS
 
HORARIO DE VERANO:
LUNES A VIERNES
10 A 13:30 - 18:00 A 21:00
SÁBADOS
10 A 13:30



JAVIER EZQUERRA/ROBOTX/esculturas+pintura/GALERÍA ESPACIO GARCILASO/ 1-7al1-8

Si por los caminos transitáramos

como robots sin alma.

¿Ascensos o descensos?

¿Anchos o angostos?

Álvaro de Campos

En la sociedad de masas en la que vivimos, el sistema económico neoliberal ha demostrado se capaz de mercantilizar cualquier producto para ser destinado al consumo. Hasta llegar a este contexto socioeconómico, el arte ha oscilado entre dos concepciones antagónicas a pesar de teorizar sobre algo tan subjetivo como la experiencia artística.

La primera consideración -deudora de la sociología bourdeauiana- conceptúa el producto artístico como capital simbólico de una cultura arrogante, elitista y minoritaria presuntamente portadora de una competencia específica para su decodificación y percepción. Y, si bien es evidente que ante la obra de arte se precisa un esfuerzo hermenéutico para pasar del reino de lo unívoco a las metáforas artísticas de lo diferente, también lo es que la interpretación artística así deja de depender de la “mirada” individual para basarse en unas leyes inmanentes al juego. El objeto artístico que se re-conoce otorga un sentido de la distinción que define la pertenencia a una determinada clase social con una posición privilegiada en las relaciones de poder.

Para la segunda consideración, el arte ha de alumbrar productos de consumo masivo, profano y popular auspiciado por la democratización cultural y las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. El disfrute puramente estético se trivializa, las categorías de percepción pierden su sentido y la obra de arte se pliega al juicio de la mayoría como principio estético en el que predominan las lecturas estereotipadas y facilonas. Para ello, necesita adquirir un carácter en apariencia siempre novedoso que oculte la sensación de déjà vu y así seguir alentando la voracidad consumista aun a costa de falacias sobre el hecho artístico.

El arte no puede ser popular porque no se han generalizado las categorías de comprensión necesaria debido al desigual reparto del capital cultural ante su producción y consumo. Pero tampoco puede ser privilegio de almas de élite que lo exhiben como signo de posición social respecto a los “desposeídosde la cultura y olvidan su autonomía del mundo mercantil. Ante este panorama sectario, el hálito de esperanza reside en la opción de instrumentalizarlo como estandarte para la denuncia social, como arma para enfrentar las turbulencias sociales que nos aquejan mediante un intercambio fructífero entre arte y técnica, entre ética y estética. Y es ahí donde lo kitsch, lo feo y lo des(h)echo ha de adquirir una intención de parodia y de burla donde no falte la mirada del espectador que termina el trabajo que el artista ha comenzado.

En el imaginario colectivo, robots y autómatas han estado muy presentes desde el principio de los tiempos al materializar la conexión entre el artificio utilitario de las máquinas y la inmortalidad tan soñada por el ser humano. La visión de estos androides solitarios se ha movido entre la utopía de convertirlos en sirvientes de los humanos y nuestro temor atávico a ser sustituidos y devorados por el producto creado, en una carrera tecnológica que parecía no tener fin. Los conceptos principales del arte robótico, la interacción sujeto-máquina y la manifestación de comportamientos autónomos, provocaron nuestra inicial confianza salvífica en estos artificios humanoides, alentada por la idea de progreso indefinido. Pero, tras las barbaries históricas de la contemporaneidad, esta confianza ha dejado paso a un pesimismo social que denuncia la oscuridad de la Era Tecnológica y el exceso de desechos generados por una sociedad sobreexplotada.

Influenciado por el Arte Povera y el Junk Art, los robots de Javier Ezquerra se componen de materiales sin valor, detritus humanos y objetos de consumo recuperados. Latas de aceite, timbres, afeitadoras, depósitos de motos o cámaras de fotos son fácilmente reconocibles en una deliberada rebeldía frente a los medios tradicionales y a los materiales nobles del arte. La crítica social se dirige a un mundo devorador de recursos y generador de residuos, pero suavizada y modulada por el palpable componente afectivo que enternece nuestra mirada melancólica hacia la obsolescencia. Las mismas denominaciones que el autor da a sus creaciones así lo revelan y, agrupados en “familias”, estos restos de vidas se rehumanizan para reconciliarnos con la técnica gracias a una actitud desenfadada y espontánea que nos devuelve a la época de nuestros primeros juegos de construcción, cuando la inocencia aún nos ponía a salvo de la áspera realidad social.

La obra de Javier Ezquerra que se expone en la Galería Espacio Garcilaso centrada en el periodo creativo 2012-2017- se completa con una serie de “Acrílicos verticalesque utiliza el lenguaje abstracto y en la que se reconocen rasgos tanto del expresionismo abstracto estadounidense como del informalismo europeo. Se realiza así el importante paso del arte como instrumento social a la experiencia artística íntima e individual gracias a la personalidad

inquieta, sensible y poliédrica de su autor y a una curiosidad innata que considera que el arte se nutre de todo. Con una fuerza expresiva las más de las veces abrumadora, la acción pictórica exterioriza un complejo mundo interior y un abismo profundo a través del valor emocional de los colores. Las grandes verdades se han disuelto bajo nuestros pies; ya no nos quedan apenas certezas a las que asirnos y la razón totalizadora se ha demostrado insuficiente, por lo que se hace urgente que el arte regrese a lo primigenio de la actividad artesanal, de la sencillez y la espontaneidad para reflejar la personalidad de su creador y las emociones humanas más elementales que residen en el subconsciente: la pasión, el éxtasis o el destino aciago.

En palabras del pintor y crítico de arte, William Seitz, en el expresionismo abstracto se da más importancia al devenir que al ser, a la vitalidad que al acabado, a la fluctuación que al reposo, al sentimiento que a la formulación, a lo desconocido que a lo conocido, a lo velado que a lo evidente, al individuo que a la sociedad, a lo interior que a lo exterior” y esta caracterización se patentiza en las pinturas de Ezquerra. Las capas de color aplicadas varían para aportar matices

de luz e intensidad y las veladuras dejan traslucir lo que con un vistazo furtivo no se ve. Por su parte, la composición vertical alude al devenir vital (¿ascensos o descensos?) y la paleta de colores fríos, sobre todo, azules y violetas atraen por su infinitud y misticismo junto al misterio otorgado por el negro. El resultado es una experiencia pictórica concentrada y poética que, como en la música de cámara, se basa en una conversación conmovedora, personal e íntima entre autor y espectador de la que se sale totalmente transfigurado.

Zulema FROLOW DE LA FUENTE

Historiadora