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Olga Sáinz, ideal funcionaria de la cultura y amiga

Siempre Olga, incansable, alegre, afectuosa, sirviendo puntualmente el dato preciso. Chica ideal de la generosidad y amistad de la buena. Y ello así, literalmente por nada.

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Olga Sáinz, ideal funcionaria de la cultura y amiga
19-05-2020

OLGA SÁINZ, IDEAL FUNCIONARIA DE LA CULTURA Y AMIGA

Olga Sáinz, nacida para aprender y servir con sencillez y orgullo, mi amiga desde jóvenes y ahora, es sin duda un buen ejemplo de eficaz funcionaria frente a la rutina o la complacencia cómoda. Con su siempre juvenil espíritu, ha ido pasando por todo en la cultura de Santander y Cantabria: fotos, libros, organización de conciertos, fichas de iglesias románicas o de entradas a cuevas, los nombres de las partes arquitectónicas de las colegiatas y en inversión de las fases previas de los anteproyectos a los proyectos. Siempre Olga, incansable, alegre, afectuosa, sirviendo puntualmente el dato preciso. Chica ideal de la generosidad y amistad de la buena. Y ello así, literalmente por nada.

Entró formalmente en la llamada “extinta” Diputación el primero de Enero de 1971. Ha conocido a todos los principales: Piñeiro, González Echegaray, Collado Soto, Leandro Valle, Cabrero. De esa institución pasó al Parlamento cántabro al frente la Biblioteca, en donde supo poner en práctica lo que había aprendido y hecho en el Centro de Estudios Montañeses de Sáez Picazo.

Olga Sáinz tuvo sus despachos en Casimiro Sáinz encima del de los presidentes y en la Asamblea en San Rafael cuando estaba Eduardo Obregón Barreda y en la Biblioteca.

Y en política, por cierto, que le vayan a Olga a alegar progresía y dar la cara, con los feminismos variados e interés por las causas pendientes o de compromiso. Ya estuvo ella en esas regiones, ya mostró su calidad y, sin perderle jamás el respeto, estuviese en donde estuviese, a quien lo merecía por su dedicación y trabajo. A todos conocía y la mayoría también a ella.

Nació Olga Sainz en la misma calle que Concha Espina, en la muy santanderina calle Méndez Núñez en Abril de 1951.  Hija de Agustina Serrano Renedo, perdió a su padre, José Luis Sáinz Sáinz-Pardo como consecuencia de un infarto de miocardio en la consulta de un dentista a los 55.  Y su madre, vallisoletana, se quedó viuda con seis hijos adolescentes, Marta, la pequeña se enteraba casi viniendo del cementerio. Son: José Luis, a quien conocí por casualidad al frente del CIT en Tordesillas (Valladolid), Víctor Jesús, ella la tercera, María Olga Amparo, José Antonio, María Nieves y la ya mencionada Marta.

Casada con el arquitecto argentino Mario Óscar Di Lorenzo Udaeta, de apellidos italiano y vasco francés, tienen un hijo que la enorgullece, ingeniero superior informático, Bruno Antonio, que ha sido estudiante de matrícula.

Amigos de más jóvenes, conocí pronto también a su madre, de esas personas que nunca podrías perdonarte traicionar cuando entras en su casa (en la calle Cobo de la Torre) y te muestran su confianza. Antes habían vivido en la Ciudad Jardín y primero recordaba Olga Sainz cómo había tenido una infancia feliz en Renedo de Piélagos. Sencilla y a la vez suavemente majestuosa, su madre me dejaba salir de paseo protectoramente con ellas, con Olga y con el tesoro cultural de su hermana pequeña, Marta, hoy con éxito en Berlín o París y por supuesto en España gracias al extraño don de su voz y a su “técnica Alexander”.

Pero antes de volver a lo personal, debo seguir ofreciendo alguna pincelada más sobre la dinámica y bien aprovechada carrera de Sáinz. Desde las monjas Mercedarias en General Dávila (yo también recuerdo por otros motivos a la madre Caridad), al Preu nocturno bien hecho (porque por la mañana también hacía el Servicio Social) en los fríos y pétreos bajos del Museo de Prehistoria. Pero con el inigualable “dire” Miguel Ángel García Guinea. Porque entonces había que examinarse del Preu en Valladolid. Eso sí, estaba con el compañero talento estudioso en arte de buenos colegas como el sabio y algo utópico Fernando Zamanillo, un Piti, hijo de Aurelio Cantalapiedra, Moure Romanillo y otros próximos como el valioso espeleólogo José León García. 

Aplicada trayectoria, en fin, hasta que la invita García Guinea en la creada Institución Cultural de Cantabria a fines de los años 70 cuando se confirma y dota esa valiosa aportación de don Pedro Escalante y la hacen bien feliz poniéndola con 2.000 guapas pesetas de aquéllas.

Pero lo que sin duda ha movido a Olga siempre ha sido aprender, a través de la cultura y del Patrimonio, y dar con ello felicidad a los demás. A todos. Si acaso con alguna mínima excepción -que no consta mucho- de algún trepa explotador o de cierta fracasada y frustrante jefatura inmisericorde que nunca pudo amargarla su alegre carácter. Imposible.

Un día le pregunté a Olga por qué a pesar de nuestras iniciales ideas distintas nos hemos llevado siempre bien a través del tiempo y la distancia. No dudó la inmediata respuesta: “porque hemos aprendido desde abajo y además tenemos buena educación”. Me sorprendió la veloz contestación y su automático aplomo. Será así. 

Olga Sáinz (lo saben quienes la han tratado), respeta a quien trabaja y sabe. Pero nunca se ha deslumbrado con falsos valores o jerarquías administrativistas. Lo suyo, ya digo, ha sido aprender, llegar a saber y servir. Quizás por ello refleja felicidad. 

Encanto de amiga, tiene una memoria prodigiosa. Nunca ha dejado pendiente un encargo ni tirado a nadie y el caso es que en cierto modo, es antisecretaria porque ella apenas si sabe mecanografiar o perder el tiempo al teléfono como no sea para aprender o solucionar asuntos.

Recuerdo algunos de nuestros debates y conversaciones. Un viaje a Bilbao con Pío Muriedas o una agradable visita a casa de la pintora Belén Saro en donde al principio de la reunión Olga pensaba que la ginebra en vasos de tubo era agua...

En fin, si nos vamos a ir a otra dimensión, me apunto, como en este mundo, a reencontrarla porque es una noble y simpática amiga. Por el gratuito don del sano regocijo de nuestra ya vieja amistad. Buena hija y hermana, esposa y madre, y una gran profesional de la cultura. Y, lo repetiré finalmente otra vez: buena amiga. Una suerte, por tanto, poder contar con ella. No falla.