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BULOS, LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y ESTADO DE ALARMA

Por JOSÉ RAMÓN SAIZ

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En estas horas y en estos días las mentiras, las manipulaciones y lo que se entiende por verdades a medias, están funcionado en ocasiones eficazmente en las redes sociales durante el casi mes que llevamos de confinamiento por la pandemia. Desde mi punto de vista, no es, por tanto, un criterio fundamental a tener en cuenta, incurren factores naturales y artificiales que, a mi juicio, explican  el fenómeno.

Entre los factores naturales están la incertidumbre y la emoción. Hace sólo un mes pocos (o casi nadie) sabíamos cómo nos podía afectar la epidemia. La incertidumbre es el lugar en el que los bulos crecen y se multiplican. Por esa razón es muy importante que las administraciones sean absolutamente transparentes en crisis como esta. Cito dos ejemplos.

En los últimos días llevo peleando con unos y con otros sobre los contagiados en Potes. Se dice que hay positivo, concretamente un trabajador de la residencia Félix de las Cuevas, pero en el mapa que actualiza todos los días la Consejería de Sanidad, Potes sigue a cero. ¿Cuál es la verdad? Hay que apelar a la ética de todo el mundo, comenzando por las administraciones y terminando por cada uno de nosotros, los ciudadanos.

Otro ejemplo: Bulo fue y en su contenido caímos muchos, el que afirmaba en las redes sociales, apoyándose en una imagen, que la planta 9 de Valdecilla se había cerrado para afectados por el virus. Teníamos -y tenemos- tantas ganas de acabar con esto que cualquier noticia positiva entra por los ojos y los sentidos. Nos apuntamos.

Y está la emoción. Cuando una situación nos desborda tendemos a buscar refugio en aquello que confirma nuestras percepciones. Ahí, por ejemplo, intervienen nuestras ideas políticas. En estas condiciones la verdad puede convertirse en un principio relativo. Ahora, por unos días, unas semanas, pienso, hay que dejar a un lado la política o la ideología. Leo en algunos comentarios de redes sociales cómo se dicen auténticas barbaridades contra personas públicas, todo por odio o motivación política. Hay que mostrar templanza y responsabilidad. Si decimos que vamos a superar esto, que habrá, pues, vida, tiempo tenemos para analizar a fondo lo que está pasando y distribuir, si cabe, el reparto de responsabilidades. Primero, tengamos toda la información y el siguiente paso será tomar postura.

Y luego están las causas que podemos calificar de artificiales. Aunque todos estamos confinados en casa y las calles están desiertas, la política y la geopolítica siguen entre nosotros, en nuestra sociedad.  Hay muchos países interesados en desacreditar la gestión de la pandemia de otros lugares y muchos partidos decididos a poner en cuestión lo qué hace cada administración. Creo sinceramente que nos precipitamos. Los ciudadanos de a pie no debemos caer en esas trampas, que nadie juegue con nosotros.

Esta pandemia puede cambiar muchas cosas. Países y fuerzas políticas buscan la mejor posición en la línea de salida para cuando esto termine. Que a nadie le quepa duda.

Y en esta guerra no todos juegan limpio. La emisión de bulos está al orden del día y la utilización de granjas de bots –perfiles de miles de cuentas monitorizadas por un sólo usuario– es moneda de uso corriente. La estrategia es sencilla: gente pagada, es decir, mercenarios, lanzan un bulo y los bots lo amplifican. Viene la bola. No es necesario contar lo que sigue a continuación.

No seré yo quien opine de unos o de otros mientras dure lo que estamos viviendo. Como quiero vivir, considero que habrá tiempo y circunstancias y, sobre todo, poder decidir con el voto en democracia y libertad.  A ésto me apunto.

Hay que defender a ultranza la libertad de expresión, pero esa libertad basada en la veracidad, debe cegar todo tipo de emisión de bulos que en un estado de alarma debieran estar tipificados en el Código Penal.  Es mi opinión que someto a cualquier otra consideración.

APLASTAREMOS ESTE VIRUS

Cuando ya hemos cumplido ocho días del estado de alarma y nos quedan por delante unos días muy difíciles y complejos, podemos y debemos mirar unos jornadas atrás para iniciar este comentario, señalando que para los  políticos españoles y cántabros (todos, sin excepción), fue como si el coronavirus hubiera surgido de repente. También, es cierto, para una gran parte de la sociedad.

Hace tan solo diez o doce días días estábamos hablando del “procés”, de las peleas entre las asociaciones feministas por capitalizar el 8-M y de si los hijos pertenecen a los padres o al Estado, asuntos –sin excepción- que han sido sepultados  y nos quedan como un lejano recuerdo. Pero el virus ya circulaba por ahí desde enero, avanzando de forma exponencial, y nadie actuó para colocarse por delante. Sin duda, todo acabará superándose, pero ójala, entonces, no tengamos que lamentar que los efectos pueden ser mayores por la pasividad y frivolidad para hacer lo que había que hacer.

A estas alturas y con los datos que tenemos, resulta normal que el COVID-19 provoque miedo en la ciudadanía en general. Parece correcto afirmar que no hay razón de peso para entrar en pánico porque vamos a superarlo, pero las drásticas y excepcionales medidas –ahora prorrogadas quince días más- nos asustan. No hay duda que estamos en guerra contra un enemigo invisible. Un virus capaz de reproducirse millones de veces para crear un ejército numerosísimo y que cambia de cuerpo para parasitar a toda velocidad antes de que el sistema inmunológico lo fulmine. Cuando queda solo, sin otra persona hacia la que dar el salto, deja de multiplicarse y se extingue. Esto nos lo dicen todos los días los científicos y debemos creerlos. Por eso, para la victoria final resulta tan determinante aislarse y retar al monstruo de uno en uno.

El coste, no engañemos a nadie, será enorme, muy alto. Las decisiones correctas son aquellas que ponen  el foco en las personas y resistamos unidos lo que haga falta, pues el drama –salvo para los ya fallecidos y los contagiados- se reduce a una reclusión en nuestras casas, lo que no debe parecernos incómodo ni desagradable.

Esta crisis sanitaria que estamos viviendo, debe hacernos recapacitar y recuperar en el comportamiento colectivo e individual el sentido de vivir con más autenticidad cualidades como la humildad y la responsabilidad. Somos tremendamente vulnerables como estamos viendo. Lo construido con esfuerzo y sacrificios durante generaciones está en fase de  desmoronamiento en tan sólo instantes. Humildad significa, en lo público y en lo privado, olvidar la suficiencia con que muchas veces se actúa y primar la generosidad, velando por las conquistas sociales y el bienestar, porque igual que vienen, todos estos derechos desaparecen o pueden entrar en crisis. Los políticos, en general, han actuado desnortados. Han puesto en riesgo la salud de miles de ciudadanos, no solo despreciando una emergencia en ciernes, sino acelerando sus consecuencias.

Pero esto no es lo importante en estos momentos, pues habrá tiempo para pedir responsabilidades y que la clase política también se apriete el cinturón y abandonen una escalada de sueldos públicos que pagamos con nuestros impuestos y que irritan con razón a los ciudadanos. Ahora nos toca ejercer una responsabilidad individual, de ser estrictos en el cumplimiento de las recomendaciones, aunque cumplirlas al pie de la letra equivale en la práctica a parar el país y cortar de un solo tajo la fuente de ingresos de sus habitantes. Y en este contexto tenemos que abrir la puerta a la solidaridad, fortaleciendo juntos la el civismo, las instituciones y la economía para fortalecerlas.

Todos somos héroes –también los millones de españoles recluidos- en las actuales circunstancias. No podemos caer en este largo confinamiento en el desánimo por la ausencia de  resultados inmediatos. El virus pasará, pero no de una semana para otra. Debemos de mentalizarnos para asumir con suficiente ánimo y mejor disposición un dilatado periodo de incomodidades y libertades rebajadas. Cumpliremos siendo mejor una prohibición de más que una de menos en esta durísima lucha por matar y liquidar el virus. Importa, pues, armarnos de valores perdurables y de una administración eficaz liderada por políticos capaces, y diferenciar a los que de verdad saben de aquellos que se comportan y actúan como frívolos y auténticos cantamañanas. En definitiva, necesitamos también que la idiotez no se contagie.

Un número elevado de enfermos, a medida que avance el contagio, va a precisar a la vez de intubación, ventilación asistida y camas de UCI. Todas estas medidas llaman a una urgencia de los poderes del Estado para prepararse con contundencia y sentido de anticipación. Aunque decidir levantar hospitales temporales pueda parecer una medida desmedida, se trata de una buena decisión para tratar a los contagiados más leves, lo mismo que afirmamos que  se ha perdido tiempo en haber organizado a las empresas españolas en fabricar respiradores, mascarillas y otros elementos de seguridad, para colocarlas a pleno rendimiento entre la primera línea, nuestros sanitarios.  

Necesitamos, igualmente, mantener con respiración artificial a las empresas, una gran parte pequeñas y medianas, para que puedan despertar de este mal sueño. Algunos sectores, muchos dirigidos por autónomos, como el comercio -salvo el de alimentación-, ya han perdido casi el cien por cien de la actividad. El plan multimillonario anunciado por el Gobierno de España y las instituciones de la Unión Europea podrá decirse que ha acertado si emprendedores y sociedades se recuperen en condiciones de crear puestos de trabajo. Al Gobierno corresponde ayudarlas con alivios fiscales con el fin de  incentivar el crecimiento, por cuanto elevar impuestos solo generaría  desconfianza y más crisis.

Aunque el coste económico no se oculta en países como el nuestro, no tiene sentido en estos momentos mortificarnos. La verdadera prioridad es médica y consiste en que Cantabria, España y el mundo salgan cuanto antes de esta gravísima crisis y con las menores heridas. Tanto el personal sanitario –sin duda, habrá siempre amplios consensos para preservar a la sanidad de los recortes- como otros colectivos, siguen estando a gran altura.

Los ciudadanos aplastaremos este virus. Cantabria, y España, siempre hemos dado lo mejor en la adversidad. Surgen multitud de iniciativas emocionantes para arropar a los damnificados y animarnos todos. Para poner en pie otra vez la región y la nación cuanto antes. Vamos a conseguirlo.

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