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DOS PAISES EN UNO

Por Alfonso del Amo Benaite

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Si de repente un saturniano ( gentilicio de los naturales de Saturno) después de haber recorrido los 1.200 millones de kilómetros que lo separan del planeta tierra aterrizase en España, da igual que fuese en Molledo o en la gaditana Alcalá de los Gazules, pensaría que se encontraba en dos países distintos sobre una misma piel de toro; de un lado una España trabajadora, que quiere ser avanzada, de otro una pléyade de depredadores de recursos, parásitos del esfuerzo de los anteriores.

En 2017 escribí un artículo titulado «No somos un País de mierda» en donde expuse las indudables fortalezas que España tenía y que con algunas heridas de momento conserva.

Decía entonces que España tiene un gran activo en su  idioma, el segundo de comunicación mundial, además de una esperanza de vida de 81 años para los hombres y 84 para las mujeres, la más elevada del mundo después de Japón, la mortalidad infantil es de 3,3 cada mil nacimientos que sobre un índice de 222 países es mejor que otros 210 y sitúa a la Nación en el primer lugar de trasplantes y donaciones de órganos.

España exporta por valor de 260.000 millones de euros, es capaz de fabricar casi tres millones de vehículos y exportar el 84 % de esta producción y además cuenta con empresas mundialmente relevantes con Telefónica, BBVA, Repsol, Inditex, Grifols, Ferrovial, ACS o Antolín.

En este País nuestro que tiene una industria de construcción naval en vanguardia mundial además de una importantísima flota, es líder en sistemas ferroviarios, somos los segundos productores mundiales de vino, los primeros exportadores de aceite o en materia de educación privada, en donde el IE y también IESE están en el top mundial de las escuelas de negocios , a la misma altura que Harvard o Fontainebleau.

Desde luego que esta es una Nación con sobresalientes empresas , sectores y actividades, la del Museo del Prado, la del Escorial, la del tercer exportador mundial de libros, la que vio nacer la Escuela de Salamanca que alumbraron Tomás de Mercado, Diego Cobarrubias o Juan de Mariana.

Si, esta España, estos españoles que trabajan, invierten y se esfuerzan, sostienen ellos solos sobre sus hombros todo un País de cuarenta y siete millones de habitantes.

Esta que puede ser la fotografía de una magnífico País queda contrarrestada en primer lugar por la propia estructura del Estado, enorme, insoportable en lo económico y en lo cotidiano. Gobierno Central, Comunidades Autónomas, Diputaciones Provinciales, Cabildos Insulares, Mancomunidades, Ayuntamientos, Pedanías, Juntas Vecinales, Entes, Empresas Públicas, Observatorios … y tres millones de empleados públicos en una maraña que no se justifica objetivamente como necesaria, además de estar endeudada hasta el límite de la supervivencia.

Esta tumoral estructura pública no es la única depredadora de los esfuerzos y dinero de la España que trabaja, están acompañados, muchas veces con mucha complicidad, por toda una pléyade de vividores subvencionados especialistas en el drenaje de recursos. No hace falta insistir en los de la kultura, los de la cosa ecológica, los buscadores de concesiones monopolísticas o los socio conscientes de la cooperación, tribus estas que forman parte del paisaje presupuestario. También hay que añadir toda una maraña que han descubierto nuevos nichos de actividad subvencionable, que viven de ello y actúan como propagandistas.

En nuestro País el discurso, la capacidad para contar historias que formatean las mentes lo ha impuesto sin ninguna duda la España improductiva, han sido capaces de distorsionar la realidad hasta convertir en antipáticos a ojos de una cierta mayoría que los que trabajan, se esfuerzan, tiene éxito, gana dinero y responden de sus actos son los culpables del hambre en el mundo, la guerra de los boers y de la peste porcina, por lo cual deben ser señalados, desacreditados, masacrados a impuestos y por supuesto vivir de ello, imponiendo la percepción de ser los justos en esta rentable industria de la mentira.

Todo esto ocurre actualmente en nuestro País ante los ojos de unos espectadores, los españoles, que como las vacas al tren miran indiferentes una situación que en lugar de proyectarnos en la senda de Austria, Luxemburgo o Suiza nos acabará convirtiendo en Argentina.

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