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SOBRE SANTANDER QUE SE DESANGRA, UN ESTADO MOSTRENCO Y LO QUE PUEDE PASAR EN 2021

Por Alfonso del Amo Benaite

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Soy de Santander, un STV, amo mi Ciudad, la quiero ver dispuesta, cuidada, competitiva. Me duele todo lo malo que la ocurre.

 

Santander, sin necesidad de profundizar en muchas derivadas al respecto, era competente, dinámica, el motor de Cantabria y ocupaba un espacio notable en el panorama Nacional, más allá de su importancia cuantitativa.

 

Esta posición ha experimentado durante los últimos años un deterioro apenas percibido  inicialmente, pero que nos coloca ante el espejo de una ciudad que se desangra por el abandono a que la someten quienes tienen las mayores responsabilidades y que en estos años han contribuido con su desempeño a dotar de contenido los principales manuales sobre gestión de la incompetencia.

 

Quizás uno de los ejemplos más notables sobre incapacidad estratégica y de futuro sea la ausencia de un Plan General de Ordenación Urbana, PGOU, que es algo más que señalar en donde se plantan casas. Se trata del documento base sobre el que se asienta el proyecto y futuro de Ciudad tanto en los ámbitos ciudadanos, como de recreo, comercial, profesional, empresarial y económico. Pues bien, en Santander estamos atascados en ello desde hace años, demostrando una impericia institucional que explica en buena medida el declinar socio-económico de Santander.

 

Santander que es la Capital de Cantabria y el municipio con mayor número de habitantes  está perdiendo población de manera constante, del entorno de los 5.000 habitantes en los últimos años, lo cual lleva a su vez a la pérdida de peso específico en la Comunidad Autónoma. Esta falta de concentración de masa poblacional, profesional y económica lleva, tal como lo reflejan los datos disponibles sobre renta, a la disminución de la misma, así Ribamontán al Mar con 27.187 euros, Santa Cruz de Bezana con 25.653 o Castro Urdiales con prácticamente otros 25.000 euros, superan a un Santander que con 24.300 euros de renta disponible se coloca al miso nivel de Villaescusa, perdiendo el liderazgo que tradicionalmente ostentó y que en comparación con otras Capitales de Provincia estamos en los mismos rangos que puedan tener Burgos o Palencia, ciudades que hasta no hace tanto tiempo superábamos claramente.

 

Como hemos llegado a esto …? pues básicamente por una concatenación de actuaciones en donde Santander ha ido perdiendo pulso en sus activos, además el mencionado PGOU que deja las posibilidades de implantación empresarial en los limbos burocráticos, el Festival Internacional de Santander se muestra incapaz de atraer a nadie con sus programaciones tipo «Fiesta de la vendimia» o con la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, cuyo atractivo se ha quedado más triste que la imagen del equipo rectoral que contractualmente la dirige.

 

También tienen su aquel los proyectos anunciados con gran alharaca, caso del Banco de España, que sigue esperando que el Archivo Lafuente y el Reina Sofía sean una realidad para acompañar la oferta y posibilidades santanderinas en lugar de un edificio cerrado sin utilidad, o la incuria en la que se encuentra el Museo Municipal, que después de un indignante incendio continúa  cerrado cuatro años después, a lo que además tenemos que sumar la calamidad que se ha apoderado de las playas de Santander, uno de los recursos más determinantes de la oferta turística que tiene la Ciudad y que está sufriendo una acción política pedánea, afectando a un sector que aporta del entorno del 12 % del Producto Interior Bruto.

 

No son estas las únicas calamidades que la Capital de Cantabria está tolerando : La Machina, acotada entre la Grúa de Piedra y el Palacete a causa de fallos estructurales sigue sin resolverse, la zona portuaria del Pesquero inacabada, con un lamentable estado crepuscular que desanima al santanderinos más entusiasta.

 

No son estos los únicos problemas de Santander, son más. Se continúa con una política vetusta aferrada al estilo caciquil de contratación años 70, los de la chapucilla sin más visión que la obruca del momento, la que permite que los contratistas te «chuleen» y se tenga descuidado y sucio el casco urbano y con ocurrencias que llevan a proponer horteradas como la del espigón de Puerto Chico o ponerse muy «cool» con los carriles bici que fastidian la vida de los automovilistas junto con otras melonadas que producen bochorno. Esta es toda la visión de futuro que se tiene.

 

Mientras tanto seguiremos languideciendo, disminuyendo población, renta, envejeciendo la Ciudad y perdiendo atractivo para personas y empresas. Todo ello sigilosamente, sin desastres aparentes, ensimismados en una belleza natural cada vez más degradada, con unos gobernantes que no saben que hacer con Santander, la en otros tiempos orgullosa Ciudad del Norte de España Capital de la Comunidad Autónoma de Cantabria.

 

 UN ESTADO MOSTRENCO

Siempre ha querido vivir en un país que funcionase como funcionan los Países Bajos, Luxemburgo o Austria, en Estados que cumplan sus cometidos, además que estos fueran escasos, que el dinero que arrebatan a sus nacionales alcanzara rendimientos óptimos y que la administración pública no fuese un manirroto que tira por los desagues  de la incompetencia el dinero de los contribuyentes.

En España, 43 años después de las Elecciones Constituyentes y 42 del Referéndum Constitucional, el Estado «lo público» ha sido la gran barragana del trabajo y del esfuerzo de sus gentes, cultivando con verdadera fruición el arte de dificultar la vida a los administrados.

Soportamos un Estado con una estructura enorme, ineficiente y cara, muy cara. Tenemos Gobierno Central, Comunidades Autónomas, Diputaciones Provinciales, Cabildos Insulares, Mancomunidades, Ayuntamientos, Juntas Vecinales, Pedanías, Entes, Empresas Públicas y otra multitud de «chiringuitos», observatorios, patronatos, etc … todos ellos con dos características en común : Son ineficientes hasta la desesperación y desdeñan a los contribuyentes que los mantienen.

Este Estado omnipotente e incompetente que coloniza directa e indirectamente el 50 % del PIB y que necesita arrebatar 3,7 euros a los contribuyentes para aportar solo uno a ese mismo PIB, se ha situado en unos niveles de deuda del 128 % del Producto Interior Bruto.

Esta locura burocrática sostiene entre su maraña a tres millones de empleados estatales que paradójicamente disfrutando  de salarios medios situados en el entorno de los 25.000 euros, son mantenidos por trabajadores de la economía productiva con sueldos medios de 17.000 euros. Si, han leído bien.

Ha sido aparecer la pandemia en nuestras vidas para que este manirroto e incompetente Estado muestre impúdicamente su inutilidad. Ha bastado que el 3 % de la población esté afectada para que veamos lo incapaz que es, acuciada por todo tipo de problemas, desde la falta de suministro de jeringuillas o vacunas que ha provocado una sensación de angustia entre la gente que esta no se merece, hasta el abandono de otras atenciones.

No obstante esta situación tiene partidarios que defienden lo estatal, convirtiendo sus propagandistas la mentira en una de las bellas artes, pues es incomprensible que se pueda tener el menor respeto intelectual por un Estado que no actuó diligentemente ante el CORONAVIRUS, que seguidamente colapsó el sistema, que las mascarillas eran objetos superfluos, que las vacunas no acaban de llegar con la frecuencia que se necesita o que incluso hasta escasean las jeringuillas, provocando todo ello una ansiedad e intranquilidad brutal a las personas. Ello sin mencionar, aquí y ahora, una situación económica que arrasa con empresas y empleados.

Mientras tanto vemos a unos ciudadanos que contemplan mudos todo lo que está ocurriendo y ven pasar por delante de los turnos de vacunación a sindicalistas, alcaldes, obispos, espadones y progenitores de cargos públicos varios, sin que ocurra nada, no se si por temor a un Estado trufado de bondades que la realidad no ha podido nunca demostrar.

No se dan cuenta, quizás tampoco quieran dársela, que recurrir al Estado para que les arregle la vida es siempre una mala decisión y sobre todo muy peligrosa, ya que el Estado no garantiza nada, nunca ¡ ( excepto la merma de libertad ) para los ciudadanos que le soportan con su dinero y su paciencia.

SOBRE LO QUE PUEDE PASAR EN 2021

Ha pasado el peor año de mi vida. Desde que muy joven, jovencísimo, me incorporé a UCD he visto pasar múltiples situaciones en España, las Constituyentes de 1977, los Pactos de la Moncloa en octubre de ese mismo año, el referéndum constitucional de 1978, las primeras elecciones municipales de 1979 y la implosión de las Comunidades Autónomas del artículo 143 en sus primeras elecciones del año 1983, también la firma del tratado de adhesión a la Comunidad Europea.

Además de estos hitos políticos he vista padecer a la Nación con la crisis del petróleo, la enorme crisis económica de 1992 después de unos fastos de nuevo rico con la celebración de Olimpiadas y Exposición Universal al mismo tiempo, la asonada de 2004 que llevó a un cambio político que cultivó la tremenda crisis económica gestada entre 2008 y 2011, todo ello más el sufrimiento y la sangre provocada por los asesinos terroristas etarras y las intentonas golpistas del 23 de febrero de 1981 o el  no culminado, de momento, en Cataluña.

Muchas cosas me ha dado tiempo a ver en todos estos años, muchas cosas han pasado en España desde el establecimiento de la democracia, pero ninguna tan terrible como la crisis sanitaria y la ruina económica que el CORONAVIRUS ha provocado en 2020, con una población acobardada y mansurrona que ha buscado refugio en «Papá Estado», que si algo ha dejado en evidencia esta situación ha sido su incapacidad para proteger a la gente, su incompetencia en la gestión siendo al mismo tiempo un depredador del dinero de los contribuyentes.

Tenemos una complicada situación, unos ciudadanos apocados que tienen miedo a la libertad y ante lo cual, la aparente seguridad que brinda el Estado es muy tentadora, de ahí que muchos claudiquen ante las promesas de seguridad que no son otra cosa que una estafa que se paga con menos  libertad.

Nos llega 2021 que traerá nuevos hábitos de comportamiento, en el trabajo, en las relaciones sociales, en el ocio. El miedo se ha implantado y seremos más desconfiados e individualistas en la búsqueda de los intereses propios, como  consecuencia de esa inquietud y de un Estado que con su habitual perversidad ha mentido mucho a la gente, pretendiendo además anestesiar el estado de ánimo de una sociedad bombardeada constantemente por los medios oficiales y también por los bien «engrasados» medios amigos, empeñados en implantar la tiranía de un pensamiento que no admite discrepancias en la búsqueda de consensos malignos y enmascarar los abusos del poder justificándolos por la crisis sanitaria.

Los ciudadanos vamos a necesitar tiempo para asimilar todo lo vivido este 2020, las turbulencias sanitarias, el secuestro ciudadanos, la merma de libertades, la separación de poderes convertida en una mera separación de funciones, el destrozo económico, la incompetencia de lo público, la mentira gubernamental y aceptar que muchos van a vivir peor, no temporalmente, siempre.

Este 2020 ha sido  pródigo en mensajes estúpidos que sería injusto cargar exclusivamente  en el debe institucional, aquí ha habido mucho cooperador lanzando a la opinión pública mensajitos del tipo » de esta salimos más fuertes» o «salimos mejores» etc … y demás melonadas del buenísmo propio de los meapilas y la ultra izquierda, coincidentes ambos en sus pretensiones de dirigir la vida de la gente utilizando eslóganes  que son especialmente irritantes sabiendo que son mentira, porque cuando salgamos, cuando sea, lo haremos peor.

En el ámbito económico de 2021 la situación actual dejará como un grato recuerdo la crisis que se gestó en 2008 – 2011, pues el Déficit Público será del 12 % y la Deuda alcanzará el máximo en toda la historia de España : el 128 % del Producto Interior Bruto.

(y II).

 

El consumo, principal componente del PIB caerá un 16 % por aumento de los desempleados de una parte y la contracción del gasto por otra como consecuencia de la desconfianza que se tiene en la situación. También  el paro  lastará el futuro de las pensiones y los ingresos previstos, que contraerán la demanda interna haciendo inviables las previsiones (en modelo el papel lo aguanta todo) de recaudación de impuestos reflejados en los PGE. Todo ello como consecuencia de una difícil situación con cuatro millones de parados y otro millón atrapados en los ERTES que dibuja una situación desoladora en cuanto al futuro empujando a la emigración, además de un 40 % de  paro juvenil preludio de una generación sin expectativas, con proyectos de vida frustrados que los convertirá en jóvenes airados, empobrecidos y con salarios como Chequia.

 

Además de estos datos nos encontramos con otras realidades que llegadas de aluvión con la pandemia e impulsadas por la situación parece que vienen para quedarse definitivamente.

 

Así, la medicina, primera actividad afectada por el CORONAVIRUS tardará años en volver a la normalidad, pues lo cierto es que han dejado de atender muchas necesidades y ahora hay que ver cuantos pacientes están en peligro real en una sanidad que durante tanto tiempo algunos se llenaron la boca diciendo que era la mejor del mundo y que llegada la hora de la verdad pareció no serlo tanto. Lo que hace falta de verdad es visión para afrontar cambios imprescindibles como la telemedicina, algo más que llamar por teléfono y  no ser atendidos, la implantación definitiva para todos los casos de la receta electrónica añadido con la medicina a distancia que la tecnología ya permite, todo ello si los diecisiete sistemas interiores lo  consienten, que no está nada claro que un cambio tecnológico y preventivo en profundidad sea admitido por el prurito de las sacrosantas competencias autonómicas.

 

Tendremos también que acostumbrarnos a vivir en una nueva movilidad, que será algo más que fastidiar a la gente con estúpidos carriles bici, la reordenación de la comunicación de las vías públicas deberá tener muy presente la atención de las necesidades con la aplicación de recursos tecnológicos y de traslado adecuados, que establecerán modelos de burbujas, tanto sanitarias como de trabajo, comerciales o actividades culturales.

 

El mundo profesional que se ha visto claramente afectado por esta pandemia ha dado un impulso claro al teletrabajo que irá en aumento y será lo habitual. Las viviendas alcanzarán mayor valor cualitativo, serán lugares para algo más que dormir, con espacios  desde los cuales tele trabajar que requerirán dotaciones e infraestructuras básicas seguras, con funcionamiento sin sobresaltos y que por medio de la destrucción creativa hará que los espacios para oficinas declinen paulatinamente su importancia, igual que las video conferencias, con la implantación definitiva de sistemas como Zoom o Skype, se implantarán en detrimento de viajes, las reuniones presenciales y el presentismo con los horarios infernales existentes hasta el momento.

 

Todo estará además condicionado por factores que influirán claramente sobre España sin que pueda influir, o muy poco, sobre ellos. Las guerras comerciales, el petróleo, clave en un País como el nuestro dependiente al 88 %, los movimientos de inmigrantes ilegales que han olido como los tiburones la sangre que España permanece inane ante la situación o la cada vez mayor irrelevancia ante la Unión Europea por lo poco fiables que nos consideran, además de las injerencias de los regímenes iliberales cuando no directamente dictaduras y muy importante : la orfandad tecnológica que sufrimos en un mundo cada vez más necesitado de ella.

 

En este pasado 2020 hemos ganado en miedo, en incertidumbre, existe gran inquietud por  ver cuando pasará todo y que traerá 2021, que viendo la mediocridad de las estructuras y de quienes toman decisiones a todos los niveles, no podemos asegurar que se afronte con garantías.


 
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