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EL MUNDO NO CABE EN UN BURKA

Por GABRIEL ELORRIAGA

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En el pasado siglo XX, quienes entonces eran nuestros abuelos leían apesadumbrados el famoso libro de Oswald Spengler “La decadencia de Occidente”, inspirado por la derrota de Alemania en la I Guerra Mundial, dando por hecho que Francia e Inglaterra se habían salvado gracias al apoyo de ejércitos extraeuropeos, principalmente norteamericanos. Aquella identificación de Occidente con Europa no tuvo en cuenta que, a partir de entonces, Estados Unidos o Canadá pasaban a ser también Occidente.

En la II Guerra Mundial algunos comentaristas volvieron a estas cavilaciones pesimistas, interpretando que Europa solo era un bocadillo entre Estados Unidos y la Unión Soviética y su decadencia era inevitable. Luego resultó que la tal Unión Soviética se derrumbó sobre sí misma y la Europa continental se concentró en una unión de Estados. Por Oriente surgían otras economías libres y poderosas, Australia, Japón o Corea del Sur, más próximas a valores occidentales que al monopolitismo comunista. Y, en el fondo del Mediterráneo se estabilizaba milagrosamente Israel, cuna del occidentalismo judeocristiano.

Sin embargo el pesimismo tóxico de Spengler seguiría siendo usado para convertir cualquier grave traspié de Occidente en profecía jeremíaca. En nuestros días, la desbandada occidental en Afganistán, provocada por diversos errores pero precipitada por ese presidente vacilante, Joe Biden, como responsable chapucero e inoportuno de una retirada que no merece tal nombre en teoría militar, no demuestra otra cosa sino que el comandante en jefe de los ejércitos norteamericanos carece de las mínimas condiciones para el ejercicio de su cargo.

Es penoso verle, en su afán de parecer lo que no es, alardeando de un infantil sentido de la venganza e impotente ante unos terroristas que han asesinado a algunos soldados de los suyos, diciendo que va a “cazarlos” en vez de borrarlos del mapa político del mundo civilizado. Fue penoso ver cómo, a sus órdenes, el director de la famosa CIA se reunía con el mullah Baradar para pedirle prórroga para la evacuación del aeropuerto de Kabul cuando su obligación no era negociar sino haber avisado con todos sus servicios de inteligencia de la falsa realidad del ejército afgano, instruido durante veinte años en el manejo de unas armas engrasadas para entregarlas al enemigo pero no para defender los valores de la libertad hasta el sacrificio de su vida, como debe ser si se hubiese promovido el espíritu militar de un verdadero ejército.

Formaban soldados, pero no formaron generales capaces de dirigirlos y mantener su lealtad hasta el último aliento, ante una turba de fanáticos. Un solo líder, Ahmed Masud, hijo del mítico “León de Panjshir” que, en su día, resistió invencible a los soviéticos en su montañosa provincia al norte de Kabul, con su Frente de Resistencia Nacional, nos demuestra de nuevo como se puede combatir a los talibanes contando con personas recias y no limitándose a instruir soldaditos sin mandos competentes.

Un pueblo sin liderazgo militar es como un rebaño camino del matadero. Un sistema político sin capacidad de decisión para mover sus ejércitos en un sistema muerto. La confusión de pacifismo con cobardía es un clásico error histórico de los partidos que, como la actual imagen del Partido Demócrata norteamericano, considera rentables electoralmente las retiradas de efectivos o la vuelta a casa de soldados vencidos. Lo único rentable electoralmente es la victoria. Por eso los que se afanan en justificar la memoria histórica de sus derrotas sólo acumularan sucesivas derrotas.

El fracaso de Afganistán no equivale a la decadencia de Occidente sino a la blandenguería de un presidente temeroso de la contestación de los pacifistas vacíos de su propio partido. Pero no es la clave del futuro del mundo por mucho valor estratégico que tenga haber perdido Afganistán para la causa del mundo libre. El tiempo pasará sobre este bochornoso espectáculo. Quedará el ejemplo de los diplomáticos, militares y policías que han cumplido sus arriesgadas misiones sin un gesto de malestar y escasamente agradecidos. Pero de Decadencia de Occidente nada. Occidente. En su sentido más universal, es el mundo entero que nunca será vencido por unas turbas de fanáticos enturbantados con costumbres de pesadilla medieval.

Nosotros, Occidente, seremos siempre superiores y victoriosos, por mucha ira y rencor que su inferioridad les provoque. Occidente es una forma de vida que ha prevalecido y prevalecerá sobre toda clase de invasiones y de barbarie. Mejores en la cultura, en la convivencia y en el progreso. Pero, sobre todo, mejores a la hora del heroísmo, cuando este ha sido el último baluarte de la libertad. También los afganos que se han acogido a nuestro amparo serán los triunfadores de un porvenir hoy aparentemente incierto. La cobardía siempre encuentra excusas para dejarse vencer pero el futuro será de los valientes, como siempre. El mundo no cabe en un burka

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