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DOS NUEVAS BIOGRAFÍAS DE DON BENITO

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Coincidiendo con la inauguración, el primero de noviembre de 2019, de la exposición Benito Pérez Gadós. La verdad humana en la Biblioteca Nacional de España, salía a las librerías una sintética biografía de Galdós a cargo de Francisco Cánovas, que guarda ciertas deudas con aquellas vida y obra de un escritor, que popularizó la Biblioteca Románica Hispánica, dirigida por Dámaso Alonso. La Vanguardia ha dado a conocer estas dos nuevas iniciativas en las que Santander y su villa de San Quintín adquieren un importante protagonismo. Precisamente el primer tomo de aquella serie fue la Vida y obra de Galdós de Joaquín Casalduero (1961). Ya entrado el año 2020 conocemos que Yolanda Arencibia, acreditada galdosista, gana el premio Comillas por Galdós. Una biografía , oceánica biografía que se instala en la senda que abrió Pedro Ortiz Armengol con su Vida de Galdós, publicada en Crítica (1995). Si la primera obra tiene notorios tintes de oportunidad, la segunda responde a decenas de años de investigación sobre el gran escritor canario. Se trata de biografías radicalmente diferentes, que a mi modo de ver tienen un negativo denominador común: prescinden en su totalidad o en exceso de la dimensión europea de la novelística de Galdós, pese a tener desde hace años el imprescindible punto de referencia en el estudio de Stephen Gilman, Galdós and the art of the European novel: 1867-1887 (1981), apenas citado en los dos libros. La apresurada biografía de Cánovas se articula –según el autor– en tres ejes complementarios: la inserción de la vida de Galdós en las coordenadas históricas y culturales de su tiempo, la relevancia de su obra y el compromiso cívico y democrático del autor. El primer eje se describe con rigor en lo histórico, pero en lo literario abundan los errores y páginas lamentables: no es de recibo reunir una novela plúmbea y de escasa calidad estética como La ley del embudo (1897) con la magistral La voluntad (1902) de Azorín o listar los secundarios estudios de La moral de la derrota (1900) conjuntamente con El jardín de los frailes (1927), la novela de Manuel Azaña. El contexto literario de los quehaceres ­galdosianos Cánovas no lo conoce bien y a menudo toca de oídas. El aspecto de la importancia de la obra de Galdós se traduce en una mezcolanza de las opiniones de Clarín con las vertidas por críticos e historiadores de la obra galdosiana, llegando en ocasiones a conclusiones insólitas: “ La desheredada contiene los embriones de las grandes novelas que Galdós escribió entre 1881 y 1897, manejando con maestría los recursos realistas, naturalistas y los deparados por el oficio de escritor”. Lo mejor del libro es el análisis del compromiso político galdosiano desde su liberalismo regeneracionista del sexenio (1868-74) al republicanismo de 1907 en adelante. El apéndice de textos galdosianos es correcto; no, en cambio, la bibliografía, necesitada de una importante hibernación. Harina de otro costal es la biografía de Arencibia, que se ocupa con todo lujo de detalles y con abrumador arsenal de noticias de la vida privada del escritor, y apoyándose en una amplísima documentación epistolar y en un ritmo marcado siempre por la cronología y por el buen uso de las Memorias de un desmemoriado (publicadas entre 1915 y 1916 en la revista La Esfera por un Galdós prácticamente ciego) atiende a la personalidad de Dolores, la madre de Galdós, cuya sombra me temo que alcanza al juicio del novelista a propósito de Paula Raíces, la madre del magistral, en el magnífico prólogo que antepuso a la edición de La Regenta en 1901; a sus hermanas Concha y Carmen, regidoras de sus sucesivos domicilios madrileños hasta su fallecimiento en 1914 y 1915, respectivamente; a su hija María Pérez Galdós Cobián, nacida en 1891; y a sus amantes: Lorenza Cobián, Emilia Pardo Bazán, Concha Morell y Teodosia Gandarias, a quien Galdós escribe en el otoño de 1910 una conjetura lapidaria: “Si don Francisco Giner te conociera, daríate sin duda el diploma de honor o alguna distinción extraordinaria”. Teodosia, quien falleció unos días antes que su amante, era maestra de escuela. Quien se interese por la biografía íntima de Galdós tendrá que echar mano de estas páginas, que no olvidan sus estancias en San Quintín (Santander), su condición de viajero impenitente o sus empresas editoriales, especialmente la de La Guirnalda , por la que el novelista pactó la edición en exclusiva de sus obras desde 1876 hasta 1896 con Miguel H. de la Cámara. La vida del escritor se relata minuciosamente, demostrando que sus aprendizajes van desde el periodismo costumbrista, cultural y, sobre todo, político hasta el novelista en ciernes que publica en 1870 su primera novela, La Fontana de Oro . El periodismo de Galdós, como habría de reconocer en el Episodio nacional, Amadeo I (1910) fue “excelente aprendizaje para mayores empresas”. Su paso por La Nación (1865-66 y 1868), la Revista del Movimiento Intelectual de Europa (1865-67), Las Cortes (1868), El Debate (1871-73), la prestigiosa Revista de España , de la que fue director entre 1872 y 1873 o La Ilustración de Madrid (1871-72) acreditan la importancia del periodismo del joven Galdós, al que ­volvió con unas extraordinarias cartas para el diario bonaerense La Prensa (1884-94) cuando era el novelista más importante de las letras españolas. En la Revista de España publicó (13/VII/1870) sus Observaciones sobre la novela española contemporánea , verdadero manifiesto del realismo en España y que abre su primera manera de novelar, con el plato fuerte de la primera y segunda series (1873-79) de los Episodios nacionales . Arencibia analiza con detalle pero con desigual suerte las novelas de la segunda manera, desde La desheredada (1881) a Realidad (1889) y de la tercera manera que Clarín bautizó como de “psicología ética” y que desemboca en Misericordia (1897). Desigual suerte, porque olvida con alguna frecuencia que tanto el realismo, el naturalismo, y la crisis de la novela a finales del XIX se apoyan en “poéticas de la novela”, que dibujó Clarín con nítida y dinámica precisión ante los quehaceres de su gran amigo, Galdós. Así, es una pena que Arencibia no emplee ni una sola vez el concepto “interiores ahumados”, acuñado por Menéndez Pelayo en su prólogo a las primeras obras de Pereda y explotado con maestría insuperable por Clarín en su análisis de Tormento (1884) y algunas otras novelas de Galdós. Al conocimiento de esos interiores de almas, de hogares, de clases sociales y de instituciones se dedicaron cada una de las obras maestras galdosianas. El Galdós dramaturgo está bien perfilado y no olvidemos que doña Emilia Pardo escribió en 1906 en la revista Ateneo lo siguiente: “Este vencedor de la novela no es un fracasado en el teatro”. Es más, su teatro es el más importante en el cambio de siglos, pese a que el Nobel se lo llevaran Echegaray (1904) y Benavente (1922).

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