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ENTREVISTA DE LA VANGUARDIA CON BARAK OBAMA

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Cuando era presidente, Barack Obama (Honolulu, 1961) tenía por costumbre leer cada noche una decena de cartas de ciudadanos de a pie que le transmitían sus inquietudes, quejas o sugerencias. Para él, era una forma de mantener los pies en la tierra tras ganar las elecciones para su primer mandato, las de 2008. Había decidido presentarse a aquellos comicios siguiendo el consejo del líder demócrata del Senado Harry Reid, quien le recomendó hacerlo porque “la gente está buscando otra cosa”.

Hoy, cuatro años después de abandonar la presidencia, Obama cree que el apoyo de los ciudadanos estadounidenses, su participación y también su presión serán decisivos en los próximos años para reforzar la democracia y ayudar a Joe Biden y Kamala Harris a recoser un país polarizado y dividido.

El expresidente estadounidense acaba de publicar el primer volumen de sus memorias tituladas Una tierra prometida (Debate), del que hace unas semanas La Vanguardia ya ofreció este avance editorial. En ellas relata los entresijos de la política doméstica y la internacional, y rememora su vida familiar hasta el final de su primer mandato.

En esta entrevista, respondida por correo electrónico, habla sobre los problemas de su país y del mundo con un mesurado optimismo. Descarta que su esposa Michelle opte algún día a la presidencia, y sobre su futuro asegura que todavía le quedan “algunos cartuchos por quemar”.

Ejemplares las memorias de Barack Obama en una librería de Los Angeles, el pasado 24 de noviembre. Foto: Patrick T. Fallon / AFP.

Afirma en su libro que no es supersticioso, pero que llevaba con usted los amuletos que la gente le había regalado durante la campaña electoral del 2008. ¿Aún los lleva consigo? ¿Recuerda a las personas que se los daban?

Aún conservo muchos de los amuletos, pero ya no los llevo en los bolsillos… ¡porque no quiero que se me pierdan! Los guardo en un cuenco en mi despacho, así me acuerdo de ellos todo el tiempo. Y sí, recuerdo cada una de las personas que me los dieron de forma que cada amuleto es como una ventana que me permite rememorar momentos maravillosos de esa primera campaña.

Nunca creí que la lacra del racismo fuera a acabarse con mi elección”

Portada de la edición inglesa de "Una tierra prometida", que en España publica Debate. Foto: Patrick T. Fallon / AFP.

El título de su libro es Una tierra prometida. Estados Unidos es un país cuya historia se ha forjado a través de la trayectoria de muchas personas —pioneros, abolicionistas, sufragistas, inmigrantes, activistas pro derechos civiles— que se aferraron a su fe pese a que sabían que tenían pocas probabilidades de éxito. ¿Estados Unidos aún es una “tierra prometida”?

Mire, cuando buscaba un título para el libro, una de las cosas que me vinieron a la mente es que Moisés nunca llegó a la Tierra Prometida. Éste fue un tema muy importante en los sermones de Martin Luther King, que se refería con frecuencia a los 40 años que nos pasamos vagando por el desierto. Creo que lo que nos enseña esto es que cada generación debe iniciar su andadura donde lo dejó la anterior, en nuestro camino hacia una unión aún más perfecta.

Ahora bien, a lo largo de la historia, se ha visto que el progreso no siempre avanza en una única dirección. A veces va en un sentido y luego en otro. Hay ocasiones en que damos dos pasos adelante antes de dar uno hacia atrás. Pero tampoco podemos olvidar los enormes avances que hemos conseguido como país. Nadie duda que la vida en Estados Unidos hoy es mejor de lo que era hace 50 o 100 años.

Aunque es cierto que nos enfrentamos a retos reales, aún tengo fe en que, aunque no lo consigamos durante nuestras vidas, si nos esforzamos, podremos hacer realidad la promesa de unos Estados Unidos que por fin estén alineados con todo lo bueno que llevamos dentro de nosotros mismos. No siempre será fácil, pero es posible.

En su libro, Obama cuenta cómo un viaje oficial a Egipto le llevó a reflexionar sobre la perdurabilidad de su legado y sobre los progresos medidos a largo plazo. Foto: Getty

En una parte del libro recuerda como, durante una visita a Egipto, se puso a reflexionar sobre las decisiones que había tomado como presidente y se preguntó si quizás pasarían rápidamente al olvido. ¿Cuál piensa que ha sido su legado ahora que han pasado cuatro años desde que dejó de ser presidente?

Para quienes no han leído el libro, lo que trajo esos pensamientos a mi cabeza fue una imagen que vi tallada en la superficie de una de las pirámides en Egipto. En ella se representaba a un hombre de rostro alargado, cuyas orejas se proyectaban hacia fuera como asas. Me pareció que era una caricatura de mí mismo, forjada en la Antigüedad.

“¿Quién sería este tío?”, me pregunté. ¿Un miembro de la corte del faraón? ¿Un esclavo? ¿Un capataz? Ahora todo se ha perdido, se ha convertido en polvo. Entonces me di cuenta de que cada discurso que pronunciaba, cada ley que sancionaba, cada decisión que adoptaba más tarde o más temprano seguiría el mismo camino.

Quizás suene deprimente, pero yo no lo veo así ya que, aunque los detalles de lo que hacemos durante nuestras vidas puedan caer en el olvido, el progreso que conseguimos dentro del tiempo que tenemos a nuestro alcance permanece. Es parecido a lo que le decía cuando hablábamos del título del libro: cuando, en lugar de medir las cosas en función de lo que es o no es de actualidad, comienzas a hacerlo en términos de décadas, siglos, o incluso milenios te das cuenta de lo mucho que hemos avanzado los seres humanos, aunque luego no vivamos lo suficiente como para ver todos sus sueños hechos realidad.

Todo este preámbulo para decirle que, cuando me preguntan por mi legado, desde luego me vienen a la mente los logros de nuestro gobierno. La sanidad, haber rescatado la economía del riesgo de una nueva Gran Depresión, la lucha contra el cambio climático de la mano de otros países, y todas esas cosas. Pero también pienso mucho en el activismo y en los progresos que hoy por hoy encarna la nueva generación. Como he dicho antes, es como una carrera de relevos, corremos con todas nuestras fuerzas durante el tiempo que se nos concede y, a continuación, le pasamos el testigo al que sigue. No puedo por menos que sentirme tremendamente inspirado por lo que estamos viendo en todo el mundo: gente joven, no mayor que mis hijas, que lidera la lucha contra el cambio climático, la desigualdad, las injusticias raciales y todo lo demás.

Esto quiere decir que, aunque todavía me quedan algunos cartuchos por quemar, cualquier legado que pueda dejar será sin duda perfeccionado por quienes me acompañan y por aquellos que sigan mi camino mucho tiempo después de que yo haya desaparecido.

El expresidente Barack Obama, el 19 de febrero de 2019, en un acto de la fundación My Brother"s Keeper Alliance. Foto: Jeff Chiu / AP.

Cuando hablas con mis hijas y con jóvenes de esa edad, ves que sus actitudes son más abiertas, y no solo en materia racial, sino también en cuestiones de género y orientación sexual”

Usted fue el primer presidente negro de Estados Unidos, lo que llenó de orgullo a muchos estadounidenses por el progreso que significaba. Pero en el libro dice que su “sola presencia en la Casa Blanca generó un sentimiento de que el orden natural de las cosas se había alterado”. En la cuestión racial ¿qué legado deja su presidencia?

Bien, en primer lugar, nunca creí que la lacra del racismo fuera a acabarse con mi elección. Eso lo tuve claro desde el principio. Nunca me creí que viviésemos en una era postracial.

No obstante, pienso que lo que sí hubo durante mi presidencia fue una reacción de ciertas personas que pensaron que yo encarnaba de algún modo la posibilidad de que ellos, o el grupo al que pertenecían, perdieran el nivel de vida que habían alcanzado, y lo que les había llevado a este convencimiento no era algo que yo hubiese dicho sino el hecho de que mi aspecto no era igual al de los anteriores presidentes. Mi sola presencia en la Casa Blanca preocupó a mucha gente, en algunos casos de forma explícita y en otros de forma subconsciente.

También hubo quien se dedicó a manipular esos miedos. Si recuerda el fervor que generaban los mítines de Sarah Palin y lo compara con el ánimo de quienes asistían a los mítines de John McCain notará una gran diferencia. El recurso a políticas identitarias, al discurso xenófobo y a las teorías de la conspiración ya entonces empezaba a generar rédito político. De ahí pasamos a las teorías alentadas por Donald Trump, que cuestionaban mi lugar de nacimiento y, poco después, a su propia victoria electoral.

Incluso durante mi presidencia, una generación entera de niños creció con la idea de que era raro o excepcional que la persona que ocupaba el cargo más importante del país fuese negro.

Creo que todas estas cuestiones, no sólo las raciales sino las relacionadas con la clase social, con el género, con la idea de que algunas personas son más estadounidenses que otras o más merecedoras de la ciudadanía del país -y de que la frase “Nosotros, el pueblo” sólo hace a algunos ciudadanos y no a otros- llevan muchísimo tiempo en el centro del debate en EE.UU. y no han estado exentas de críticas. Se trata de hecho de cuestiones que siguen atrayendo mucha atención en la actualidad, aun cuando ya no hay un presidente negro en la Casa Blanca.

Sin embargo, cuando hablas con mis hijas y con jóvenes de esa edad, ves que sus actitudes son instintivamente más abiertas, y no sólo en materia racial sino también en cuestiones de género y orientación sexual. Aunque escucharlas me da esperanza, me tomo este asunto con mucha seriedad porque la historia no avanza en línea recta. Las actitudes pueden retroceder en lugar de avanzar. Todos tenemos que estar atentos y esforzarnos cuanto podamos para sacar los ángeles que llevamos dentro y hacer que vayan desapareciendo esas actitudes que tanto daño han hecho a la cultura estadounidense.

Los Estados Unidos, considerados como un experimento, son importantes para el mundo, no por las eventualidades de la historia que han hecho que nuestro país sea la nación más poderosa de la Tierra, sino porque nuestro país ha sido el primer experimento real de construcción de una democracia amplia, multiétnica y multicultural. Aún no sabemos si va a perdurar. De eso se tienen que ocupar todas y cada una de las generaciones venideras.

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