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HISTORIA DE MARINOS Y NAUFRAGIOS DE SANTANDER
HISTORIAS DE MARINOS Y NAUFRAGIOS DE SANTANDER Por MIGUEL DE CERVERA Este jueves, 14 de enero, los amantes de los misterios del mar y en particular los que vivieron el drama del naufragio del Ángel (1977) tienen una cita en el Ateneo de Santander a las 19.00. El autor del libro “Vientres de acero, corazones humanos”, Juan José Aja Sollet, y su editorial de Santander, Tantín, así como el profesor Fernando Abascal serán los ponentes de la presentación de este magnífico relato sobre dos casos reales de naufragios de barcos santanderinos, con tripulaciones santanderinas, que fueron fletados por compañías santanderinas. Historias de marinos de la Mercante de Santander Como santanderino y de familia con cierta relación con la mar, inclusive un hermano que es maquinista naval, siempre me ha llamado muchísimo la atención todo lo que tenga que ver con estos temas. Y si hay santanderinos de por medio, como es lógico, las historias y anécdotas marineras que se presenten me interesan mucho más. También si barcos nuestros o el propio Santander, puerto de tantas aventuras, se ven involucrados en tales anécdotas de marinos y naufragios. Un tema en el que he profundizado después de leer, en estos últimos días, “Vientres de acero, corazones humanos”. Un relato sobre casos de hundimientos de barcos reales con santanderinos involucrados. Recuerdo con mucha intensidad, por ejemplo, las narraciones de un marino jubilado de Santander que nos contaba historias de su carrera profesional. Y la que más me impresionó fue su experiencia a bordo de un carguero que se disponía a tocar puerto en Irak o Irán. Un carguero que iba a repostar o cargar o descargar en esos puertos del Golfo Pérsico, en plena guerra total entre Irak e Irán, cuando de pronto se produjo un ataque aéreo sobre esos mismos muelles. Varios cazabombarderos que rasgaron el aire a toda velocidad y precipitaron racimos de bombas sobre los muelles, a pocos metros de donde este señor se encontraba, mientras él y sus compañeros asistían al “espectáculo” del bombardeo del puerto y del buque desde cubierta. Nos encontrábamos en espera de nuestro turno para atracar cuando el barco que iba delante (con la rapidez y violencia de estos raids aéreos), fue bombardeado de pronto y estalló por los aires. ¡Menudo susto! De inmediato iniciamos la maniobra para dar media vuelta y alejarnos de la zona, con un miedo tremendo a ser los siguientes… La suerte como factor importante en las historias de mar y naufragios de Cantabria Como nos podemos imaginar, los tripulantes de ese buque siniestrado volaron por los aires, seguramente sin tener relación alguna con ese conflicto armado. ¿No es trágico considerar que unas personas que sólo están trabajando se enfrenten a la muerte, y de forma tan brutal, simplemente por faenar en el sitio equivocado? Pues esto les ocurre siempre, por desgracia, a los marinos que tienen la desgracia de subirse al barco “maldito”. Incluso en las guerras hay barcos que vuelven a puerto y otros que no. Y hasta los que vuelven a menudo lo hacen, por desgracia, con parte de la carga perdida por el camino o sin todos los tripulantes que salieron. También recuerdo con nitidez otra anécdota de marinos de Santander de este señor en la cual otro marino de aquí, compañero suyo del barco, fue atacado con machetes en Luisiana y libró por poco. Y cómo esos mismos marineros caían también, a veces, en trampas dulces, en las cuales el sexo era el cebo para atraer a estos forasteros a lugares apartados donde podían sufrir una encerrona. Todos los peligros de los puertos están esperando, cada día, a que un marino sin suerte caiga en sus reclamos y se quede por el camino. De eso va nuestro libro de hoy: “Vientres de acero, corazones humanos”, la epopeya de unos hombres de mar a los cuales el mar se lo arrebató todo. ¿O fueron causas ajenas al mar? Las causas ocultas detrás de un naufragio Pero no sólo la suerte interviene en estas cosas, porque la ecuación del mar es como todo en la vida: no depende de una sola cosa nunca. Mucho menos de la suerte, que es un concepto tan abstracto como poco científico, por más que los lobos de mar crean en ella. Y yo estoy de acuerdo con el planteamiento del autor de que la suerte tiene un papel limitado en estas historias: el naufragio real narrado tuvo que tener unas causas para ocurrir, dado que nada en la vida ocurre porque sí. Todo tiene una razón incluso científica. Lo que pasa es que a menudo se convierte la suerte en una especie de alfombra multiusos, que viene genial para esconder la porquería debajo: todas esas cosas que no se han hecho o que se hicieron mal, por dejadez u otras razones espurias, y que rematan a menudo en accidentes que pueden llegar a ser graves. Yo mismo fui víctima de un accidente laboral que fue responsabilidad de un empresario concreto y, hasta ahora, tengo que pagar yo solo con mi salud y mis recursos su irresponsabilidad manifiesta, pero además sus argumentos para escaquearse de su participación en lo ocurrido. Y entonces, entiendo muy bien la línea de argumentación de “Vientres de acero, corazones humanos”, en el sentido de que las cosas deben revisarse las veces que haga falta y si ha habido daños, incluso personales, es perentorio investigar qué ha pasado. Cuánto más será obligatorio y legítimo investigar los naufragios y sobre todo si ha habido víctimas. Historias de barcos en Santander Las páginas de este libro me han traído recuerdos muy vívidos de un pasado mejor, cuando mi abuelo me contaba tantos relatos de la mar. Cuentos de marineros de Santander de verdad, porque era santanderino de pura cepa y, además, como director de un taller metalúrgico portuario, pasó gran parte de su vida reparando barcos de todo tipo. Incluso grandes cargueros de todas las procedencias, en los cuales alternaba con los oficiales en los propios buques, aunque fuera malísimo con los idiomas. Pero el vodka de los marinos rusos, entre otros clientes flotantes de todos los países, ayudaría no poco a confraternizar y entenderse con esos auténticos lobos de mar. Inclusive estuvo a punto de perder la vida, qué curioso, al volcar su coche en un regreso a casa tras faenar con su gente en el puerto. Y es que un raíl del tranvía portuario de Santander estaba suelto y provocó este accidente, tras el cual su turismo se incendió y sus trabajadores tuvieron que sacarlo del mismo. Los accidentes ocurren cuando uno menos se lo espera, me dijo un compañero de trabajo, este mismo verano, después de sufrir yo mismo un aparatoso accidente de trabajo que pudo ser mortal y que, si no lo fue, es lo fue gracias a él. Y de accidentes vamos a hablar cuando el motivo del libro no es otro que un penoso incidente, cuya causa queda en suspenso desde las primeras páginas, y que va a resultar en el naufragio con víctimas mortales que es el centro del relato.
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