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Un relato de Domingo Gutiérrez Cueto, por Úrsula Álvarez

En la tienda se recibían dos o tres periódicos, y Pedro se acostumbró a leerlos diariamente; se formó una opinión, alentó su entusiasmo y, con los otros compañeros, aprendió a escaramucear en la polémica.

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Un relato de Domingo Gutiérrez Cueto, por Úrsula Álvarez
07-12-2022

Si un relato tiene más de ciento treinta y tres años y sigue siendo leíble y verdad, ha de ser bueno. Escrito por Domingo Gutiérrez Cueto a los diecinueve años de edad, El Atlántico, 15 de noviembre de mil ochocientos ochenta y nueve.

Pedro y Juan

Era Juan un mozo como un castillo; moreno y bien curtido, alto, algo inclinado de cerviz, con los brazos muy largos y siempre pegados a los muslos, como si estuvieran sosteniendo los calzones; sus ojos contraíanse a menudo en una expresión maliciosota de suspicacia y candor; términos que aunque parecen opuestos, hállanse a veces unidos en algunos tontos: y pasaba entre las gentes por el tonto del lugar.

Pedro, primo de Juan, era, por el contrario, tieso y chaparrete, de facciones menudas y expresivas, y mirada inteligente y franca; gozaba entre las mozas de gran predicamento y se sabía la escuela tan bien como el maestro.

Eran los dos primos de una misma edad, y decidieron los padres mandarlos juntos a Andalucía.

-Trabaja y sé honrado- dijo a Pedro su buen padre.

-Ten paciencia y aguanta- dijo el suyo a Juan.

Cada cual rumiando el consejo, se marcharon los dos, Juan sin hacer caso de Pedro, y Pedro pensando en Juan, el pobre, en cómo se iba a valer, tan corto de alcances y tan parado siempre; le engañarían, de seguro, y acaso él no estaría allí para evitarlo.

Pedro halló colocación en una tienda de ultramarinos, muy decente, con mostrador de mármol, y gran escaparate donde se exponían las galletas, los quesos, el salchichón; las conservas de todas clases, todo en sus cajas relucientes, de mil formas, con grandes cromos en las tapas, donde se expresaba el fabricante entre docenas de medallas de otras tantas exposiciones, o tapando las piernas de mujeres hermosas, con grandes cabelleras rubias, y tiradas a lo largo con los codos sobre un mapamundi y metidas las narices por el globo terráqueo.

En la tienda se recibían dos o tres periódicos, y Pedro se acostumbró a leerlos diariamente; se formó una opinión, alentó su entusiasmo y, con los otros compañeros, aprendió a escaramucear en la polémica.

Las primeras pesetas las empleó en trajearse y afinarse, de suerte que en seguida abandonó el pelo de la dehesa y no le costó gran trabajo echarse una novia, una costurerita muy decente, a la que siempre guardó fidelidad.

Juan entró en un tabernucho, oscuro y angosto, sin más atalaje que un mostrador de azulejos, dos mesas con unos bancos que siempre se estaban cayendo, algunos estantes con paquetes de velas y botellas de todos los colores, y luego una trastienda húmeda con media docena de pipas.

Remangado hasta el codo, Juan trabajaba al principio como un negro, y andaba siempre hecho un asco, hasta los domingos, cuando salía con su primo, que se ponía de veinticinco alfileres, con los trapitos de cristianar y el pelo hecho una pasta.

Si los dos iban al café, Pedro era el pagano, y Juan sin Pedro no iba a ninguna parte, ni gastaba un céntimo.

Un día, Pedro, ofendido de unas palabras del amo, se salió de la tienda, y por no entrar en chamizos, tardó en encontrar colocación dos meses, durante los cuales se gastó los pocos ahorros que tenía.

Juan aguantó muchas bofetadas y todo el diccionario de improperios, y cuando un día se salió de la taberna, fue para poner otra enfrente de la del amo.

Anduvo el tiempo, y Pedro siguió rodando de ceca en meca, siempre con el cuello limpio; y Juan trabajando, no tanto como su primo, pero con asiduidad y siempre a su negocio, que mejoraba de día en día, de suerte que Juan sin abandonar la antigua, compró otra tienda.

Anduvo más el tiempo y un día Pedro fue a pedir colocación a Juan, que le recibió en su casa y explotó su laboriosidad. Y Pedro, resignado, sin salir de pobre mientras el otro se redondeaba, pensó un día, acomodando a su situación un antiguo pensamiento:

-Mientras nosotros hacemos el bú, los tontos se llevan el dinero y reinan en la vida.

 

Mingo Revulgo 

Úrsula Álvarez Gutiérrez, en el nombre de Domingo Gutiérrez Cueto, que vivió. Pocas cosas son más hermosas que poder contar al mundo que nuestros espíritus fantásticos vivieron. Vamos a resucitarlos hasta oírlos cantar.

Santander, diciembre del 2022

www.amoramares.works