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El tiro de cuerda como deporte

Mientras hablan, el curandero sin previo aviso da un giro seco y brusco al pie de Lino, que no espera el “esmengón”; un aullido de dolor se ha podido escuchar desde la otra punta del pueblo.

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El tiro de cuerda como deporte
19-09-2020
EL DESAFÍO

La expectación va in crescendo a medida que se acerca el día de Santa Olalla, patrona del valle de Cucales. Va a ser la primera vez que se celebre el desafío de tiro de cuerda entre los de la montaña y los del llano con “perras” de por medio, que antes también los hubo, pero con sólo un gallo de premio, como manda la tradición. Un indiano que ha regresado al valle después de haber estado 25 años en México ha propuesto añadir al reto un premio de mil pesetas para el equipo vencedor, si bien el verdadero orgullo, repito, es hacerse con el gallo. El dinero es un añadido a la verdadera esencia del desafío, aunque es obvio que lo hace más atractivo.

Se celebrará en la braña de Santa Olalla, en la campa que se extiende alrededor de la ermita de la santa y que se encuentra a medio camino entre los pueblos altos y los pueblos bajos. Las fuerzas están muy igualadas, aunque el equipo de la montaña va a contar este año con el concurso de un tirador que tras dos años ausente ha regresado de la guerra, y cuya fama le persigue allá donde va. Se comenta que en Melilla él solo y en varias ocasiones había ganado a un equipo de tres tiradores, y que en cierta ocasión se echó al hombro una cureña con su cañón y lo transportó casi un kilómetro hasta una nueva posición ladera arriba ante el acoso de los rifeños. Estas “hazañas” son cantadas y alabadas por los de la montaña a modo de guerra psicológica, pues lo del llano no son moco de pavo. El interfecto se llama Avelino Cagigal, aunque para todos es Lino “El Maizón”. Lo del mote viene porque es un “jastialón” de hombre y, además, está algo “apanojao”; con no muchas luces, vamos, pero no tonto.

Faltan cuatro días para el desafío y Lin, como de costumbre, todos los días pica leña, pues los inviernos en la montaña son muy largos. En el monte ha tenido la mala suerte de pisar en una torca que no ha visto y se ha hecho un esquince de órdago en el pie derecho. A duras penas ha conseguido llegar a casa y manda recado por su hermana Lita para venga su amigo Lipe “El Cárabu”. Cuando éste llega ve a Lino tumbado en el catre y el pie derecho lo tiene, según sus propias palabras, “como la ubre de una vaca geda”, es decir, muy hinchado. La cosa no pinta bien. Lipe apareja con la yugueta a la Josca y en el carro lleva a Lino hasta el curandero, que está en el llano.

-A ver Lino, ¿qué ha te ha pasao, home? –pregunta el curandero.

-Pos qué va a pasar, Sebiucu. Metíme en el monte y en un juracu tapau con la hojarasca manquéme en esto negro que toos tenemos aquí –responde Lino, al tiempo que con el dedo índice señala la zona externa del pie que hay entre el tobillo y el calcañal.

Al quitar Sebio el calcetín aquello sí que está negro, y no precisamente del derrame del esquince.

-Bueno, Lino, tendré que sacar la rasqueta y darte unos rasquetazos ... ¿No hay agua y jabón en tu pueblo?

-Sí, sí. Pero es que con las prisas y los dolores…

-Antes, Lino, antes. Pero home, …

Mientras hablan, el curandero sin previo aviso da un giro seco y brusco al pie de Lino, que no espera el “esmengón”; un aullido de dolor se ha podido escuchar desde la otra punta del pueblo. Lino se desmaya. Aquello ha llegado a oídos de los del llano; saben que Lino no podrá competir en el desafío. Por otro lado, entre los de la montaña cunde el desánimo, pues el concurso de Lino es clave para alzar el gallo y de paso llevarse las mil pesetas de premio.

Y llega el gran día. Están presentes el Gobernador Civil, el alcalde y los concejales, los curas y maestros, el médico, el boticario, el sargento de la Guardia Civil, el indiano… Todo el valle se ha dado cita en la campa de Santa Olalla. Guirnaldas de múltiples colores son balanceadas por la ligera brisa que dulcifica una inusual canícula. El desafío se llevará a cabo después de la misa mayor y la correspondiente procesión. Las cachaperas anuncian sus guisos de romería y bebidas y llaman a ocupar las mesas y asientos de sus tenderetes; los vendedores de garrapiñadas y otros dulces ya están allí desde bien temprano; un fotógrafo ha extendido sobre un sencillo entramado metálico y a modo de fondo una tela con motivos fiesteros. El grupo musical, compuesto por acordeón, tambor y dulzaina y contratado por la comisión, se encuentra presto para con sus notas acompañar la procesión, y después amenizar la romería subidos en un carro. Se tiran cohetes. La fiesta va a comenzar.
Lino está en primera fila, sentado en una silla. Su pie lastimado está vendado con una tela rígida de color blanco y medio palmo de ancho. Hay quién al advertirlo le pregunta, ¿Y eso? Lino calla. Cada equipo lo componen ocho tiradores; el desafío constará de tres intentos, siendo el ganador aquel que sume dos victorias. Entre cada intento habrá un breve receso y se cambiará de campo. En caso de desempate la adjudicación de campo se realizará mediante sorteo. Cada equipo podrá realizar un máximo de dos cambios en el segundo intento, y también en el tercero si es que se llega a él.

Aunque no es público, se sabe que hay apuestas en dinero. Algunas se harán a última hora, no vaya a ser que haya sorpresas. Los del llano llevan algo de ventaja, pues además de la baja de Lino entre sus adversarios tienen más y mejor “banquillo”, mientras que el de la montaña es más bisoño y menos experimentado. Para que el público venido de fuera se decantara en su favor a la hora de animar, los de la montaña anunciaron días atrás que si ganaban el premio en metálico lo donarían a las viudas y huérfanos del valle, lo cual ha sido muy celebrado. Por su parte los del llano, casi obligados ante aquella “perdigonada”, anunciaron asimismo su intención de donar la mitad para reparar las escuelas del valle y la otra mitad para reparar la ermita de santa Olalla, lo cual ha sido menos celebrado. O esa impresión se tiene entre los parroquianos de Cucales.

La cuerda extendida sobre la hierba espera ser asida por dieciséis pares de fornidas y callosas manos. Un pañuelo blanco está anudado en el centro de la misma. Dos rayas finamente sorrapeadas en el suelo con un azadín, perpendiculares a la cuerda y situadas a ambos lados del pañuelo y a cuatro metros cada una de éste, marcarán el éxito o el fracaso. Cuando el juez toma la cuerda con las dos manos, por un momento se hace el silencio, que rompen las campanas de la espadaña de la ermita anunciando que va a dar comienzo el desafío. Los equipos forman a uno y otro lado. Los tiradores, con el gesto concentrado, se animan y hablan entre sí: “Alcordarvos, cuando yo diga ¡ahora! a jalar como jabatos”. O, “Hay que jincar bien los pies en la primera berracá pa que no mos coman terreno”. Algunos se escupen en las manos, otros se secan el sudor de las manos en el pantalón. Hay quien está descalzo adrede, pues así tal vez agarren mejor los talones en la brena. Cesa el toque de las campanas. El juez grita, ¡Coger cuerda! Así lo hacen, y el último tirador de cada grupo se lía a la cintura lo sobrante de la cuerda; suele ser el más pesado, que no el más fuerte, aunque sobre esto hay diversas opiniones. El juez grita, ¡Tensar cuerda! Los nervios están a flor de piel. El juez intenta poner orden para que el pañuelo se mantenga en la vertical de la raya central. Entonces mira al Gobernador Civil, que asiente levemente con la cabeza, y grita ¡Tirar cuerda!

Los músculos se tensan. Las venas se marcan bajo la piel y parecen estar a punto de reventar. Se aprietan los dientes. Del esfuerzo, los oídos se vuelven sordos a los jaleos y gritos entremezclados del público: “¡Aguanta, Aguanta!”, “¡Ahora, ahora!”, ¡“Jala, jala!”… Ríos de saliva resbalan sobre barbillas cortadas a hacha y que se mezclan con el sudor que humedece pechos viriles. No hay tregua. El primer intento se lo apunta la montaña. El segundo lo gana el llano. Habrá desempate. Los primeros están muy cansados, y ya no le quedan cambios, pues solo presentaron dos y, jugándosela, salieron en el segundo intento no pudiendo entrar los que habían salido. Además, uno de sus tiradores tiene un intenso dolor en la espalda y todo indica que se ha lesionado. Pintan bastos para la montaña. Por otro lado, los del llano conservan dos cambios para la tercera ronda y son experimentados tiradores. La victoria parece que ya tiene dueño.

La gente comienza a murmurar. Algo pasa. De entre el público alguien entra en la zona de tiro. ¡Mirad, es Lino, es Lino!, vocifera uno de entre el público y que es de la montaña porque lleva anudado a un lado de la cabeza un pañuelo rojo. Todos se vuelven. “Si mis compañeros me aceptan, quiero tirar”, le dice Lino al juez. Los del llano protestan; dicen que Lino no está apuntado como cambio. El juez dice que las reglas no dicen que tengan que hacerlo, y que puede tirar cualquiera que sea llamado por alguno de los dos equipos siempre y cuando sean de la zona que representan, llano o montaña. Los de la montaña no salen de su asombro, pues daban por hecho que Lino no iba a tirar. El capitán se dirige a Tino; ambos se apartan a un lado para hablar y al cabo de unos segundos Tino se acerca cojeando a la cuerda. “¡Va a tirar, va a tirar!”, es el clamor general. Es un tremendo golpe psicológico para los del llano, aunque su capitán arenga a sus compañeros diciéndoles que Lino está “mermao” y que ganaran seguro. Mientras, los de la montaña se han apiñado alrededor de Lino y éste, que destaca sobre todos ellos, hace un gesto con la mano para que cada cual ocupe su puesto. ¡Es asombroso! Nadie da crédito. Un hombre que se había batido con valor en la guerra contra feroces enemigos se echa ahora el carro encima. Como había hecho en Melilla, en El Gurugú, solo que ahora está cojo. ¡”Arronti, mecasonbrena”!, azuza Lino a sus compañeros con su característico vozarrón. Aquello es el delirio para los seguidores de la montaña.

Tercer y último intento. “¡Coger cuerda!” … “¡Tensar cuerda!” … “¡Tirar cuerda! …. Un gran clamor se escucha cuando los de la montaña levantan los brazos como ganadores del desafío. Menos Lino “El Maizón”, que sentado en el suelo llora, tapándose la cara con sus grandes y nobles manos.

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Foto: El Tiro de Cuerda fue deporte olímpico desde 1910 (París) hasta Amberes (1920).