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Historias aldeanas: Teodorina

Los padres de Teodorina tenían una pequeña hacienda que en buena parte había heredado Uca, por nombre Sinforosa, esposa de Tivo, por nombre Primitivo, y que Uca aportaría al matrimonio siendo hija única y huérfana.

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Historias aldeanas: Teodorina
22-01-2021
Historias aldeanas
TEODORINA

Fue la quinta de diez hermanos. Los cuatro primeros y los dos últimos murieron siendo mozos unos y niños otros, “de enfermedades”, me contaron. Así que Teodorina, que aún no tenía veinte años, se quedó como cabeza de familia cuando murieron sus progenitores, él de tabardillo con 51 años de edad y ella de pena poco tiempo después con dos años menos que su esposo, y diez hijos en común en dieciocho años.

Los padres de Teodorina tenían una pequeña hacienda que en buena parte había heredado Uca, por nombre Sinforosa, esposa de Tivo, por nombre Primitivo, y que Uca aportaría al matrimonio siendo hija única y huérfana. Tivo, por su parte, pertenecía a una familia venida a menos, casi arruinada, aunque sus apellidos eran de los más eximios de La Montaña.

Teodorina, que así la seguían llamando cuando murió con 70 años corridos, se echó a sus espaldas la responsabilidad de sacar adelante a sus hermanas pequeñas, para lo cual trabajó la hacienda heredada, a saber: Una casona con una hermosa portalada blasonada por la que accedía a una amplia corraliega dentro de la cual estaba la socarreña y la cuadra separada de la vivienda, varios prados segaderos en la vega del lugar (que ella misma abonaba y segaba) y otras tierras de sembradura (que también ella araba y sembraba de maíz, el cual sallaba, resallaba y recolectaba).

De ganado tenía unas veces más y otras veces menos; unas pocas vacas que lo mismo daban crías y leche que eran uncidas para realizar las labores del campo, y una cerda de cría de turno y su lechigada que junto a gallinas y corros campaban a sus anchas por el corral encachado.

Con tres bocas que alimentar más la suya y atender la hacienda, Teodorina no tuvo tiempo para enamorarse. O sí, pero eso no se supo nunca, pues me contaron que era muy celosa de su vida privada, aunque pretendientes sí se sabe que tuvo. Que era un buen partido para los hombres no cabía duda, mas ella siempre tuvo presente la palabras de su madre en el lecho de muerte de ésta: "Si el que te pretenda no tiene igual o más de lo que tú tienes, dile que no. Mira lo que me pasó a mí con tu pobre padre, que en gloria esté. Y cuida de tus hermanas."

Teodorina cuidó a sus hermanas -a las que sobrevivió-, que fueron a la escuela, se casaron y cada cual formó su familia, dos de ellas, mellizas, en Sevilla con sendos hermanos jándalos también mellizos.
Para entonces Teodorina ya era vieja. Y cuando el paso de los años y el peso de los trabajos comenzaron a encorvarla el espinazo echándola para abajo la mirada, arrendó las tierras –que con su esfuerzo y sacrificio amplió-, dio en aparcería todo el ganado que tenía y vivió el resto de su vida en paz y tranquilidad, con la conciencia tranquila.

Pero Teodorina, que poco antes de morir tuvo una caída que la dejó “con un fulminante acolecho”, tenía un hondo y secreto penar que contaría al cura que la confesó poco antes de morir: "Ay, no tuve hijos que me pudieran cerrar los ojos cuando muera, como yo hice con mis padres. Ciérremelos usted y que Dios me perdone".

Me contaron que Teodorina “murió esbozando una sonrisa”, quizá porque en el final de ese río que es la vida, “vio de nuevo a sus seres queridos con esa luz que se impone a las efímeras tinieblas de después de la muerte”. Así prefiere pensarlo quien me contó esta historia.
 
-Angel Neila Majada
Foto: Mujeres montañesas 1915.