Inolvidable Pío Muriedas, distinto y distinguido
Era descarnado, sangrantenente sincero, no hizo concesiones a nadie. Pío, voz de blasfemia u oración, era un hombre tierno y duro según el recuerdo y el interlocutor
INOLVIDABLE PÍO MURIEDAS, DISTINTO Y DISTINGUIDO
Siempre vuelvo a recordar a Pío por uno u otro motivo. O me encuentro notas o cartas de su parte. En este caso fue una que me mandaron Veli, M. Mar y Tacho en 1987 y que contesté desde Washington D.C. inmediatamente.
Se titulaba mi escrito “A las alas de Pío, en la voz que quiera” en donde le digo que estar distante no es estar distanciado y les comento a los interlocutores que “no necesita la pierna de la que se queja porque tiene alas”. Matizo que no son de angelito sino las de haber podido “sobrevolar” la guerra, la envidia, el odio, la pobreza... Y añadía que yo conocía a Pío sin tremendismo ni pietismo. (Sí, fuimos buenos amigos aunque nos tratábamos de “usted”).
Siempre nos hicimos el homenaje privado de la amistad aparte de las presencias públicas y ahora que su hijo Manuel Gochi ya prepara la publicación de sus memorias, “Los pasos perdidos”, con las presentaciones de Arrabal y Savater ha tenido la deferencia de solicitar mi libre opinión en este contexto y el de la gran exposición de su obra y en torno a la figura del recitador que se prepara para “Fraile y Blanco”. La doy, por tanto, a continuación, encantado.
Pío Muriedas era descarnado, sangrantenente sincero, no hizo concesiones a nadie. Pío, voz de blasfemia u oración, era un hombre tierno y duro según el recuerdo y el interlocutor, pero fue, sobre todo, una persona volcada en su errante existencia a recitar por España la poesía ajena y a vivir existencialmente la propia: la de la gloria iluminada del amor y el dolor de perder a su mujer, María Luisa Gochi Mendizábal, quien siempre le acompañó por trochas y veredas con su sonrisa y su bendita solicitud. A quién él siempre amó, cantó y pintó.
(Seguro estoy, por cierto, de que el filósofo y prologuista Fernando Savater habrá tomado buena nota de la extraordinaria “coincidencia“ de sus “Memorias de amor“, del texto “La peor parte” (Barcelona, 2019).
Lo más importante y personal de la existencia de Pío que narra, ante todo, es la irremediable desventura de perder a su mujer para continuar su idealista vida de seguir sembrando versos al aire en todos los rincones de España. Con solitario e implacable tesón, desconsoladamente. Alguien ha dicho que era Pío Muriedas “descamisadamente ibérico a quemarropa“.
Sí, ese es el principal mensaje personal que tiene su diario-memorias: luchar o dolerse de la irreparable ausencia de la amada compañera y madre de sus hijos. Hasta el extremo de que, presa de dolor y de un aburrimiento que confiesa sin piedad, desea la fe para volver a verla. (¡El, tan agnósticamente fiero!).
El resto de sus comentarios es sobrevivencia, incansable e independiente juglar, entregado a su misión de hacer viva y sonora la voz de los poetas. Radical y bueno, Pío, pero ante todo rebelde individuo, muy intransigente con la impostura y agradecido. Único.
Sus líneas escritas en el ocio y la memoria de los días, aquí estarán, quedarán como episodios sin par en la guerra y en la paz. Como firmes “pasos encontrados“ con singulares huellas y con unos testimonios de gran valor y coherencia. Testimonio principal de amor y dolor humano, siempre poético en medio del desengaño político y ante las contradicciones de los propios y ajenos. Sin misericordia para las promesas incumplidas, la valiente confesión de sus miedos, el siempre rescatable valor de humanos ejemplos diversos e incluso independientemente de los bandos.
Fiel a las espectativas de su ideal de justicia, no reniega, pero compara su suerte y analiza cuando siente y tampoco esconde su desengaño. Nunca reprime sus repentinas cóleras por la distancia de la prosaica experiencia doliente de la vida que le tocó vivir. Digno.
Pío, el batallador individualista y, aunque nunca le faltó una sonrisa burlona, solemnemente digno sin alharacas hasta el final. Aquí está su relato, en fin, de encuentros con poetas, intelectuales y escritores entre quienes pudo tratar de cerca a las más grandes figuras como Valle Inclán o Pío Baroja por citar solamente a dos.
Nunca Pío se ahorró, yo creo, un atroz comentario o un solitario silencio de meditación en su peripatética andadura siempre con la lectura de algún libro que llevaba en el bolsillo. Por ejemplo, del teatro de Jacinto Grau o la poesía de Pla y Beltrán o de su amigo Blas de Otero.
De vez en cuando también nos encontramos con el humorístico resultado crítico sin concesiones ante los abultados defectos de algunos semejantes, notables o no tanto como ellos mismos se consideraban. A veces con tintes de humor negro.
Pero sin duda quedará muy sobradamente compensado cualquier hiperbólico comentario por cómo también cuestiona, incluso, su propio talento e inteligencia o su costumbre de desahogarse mediante los exabruptos. No hay reparo.
El riesgo de Pío Muriedas, como con los pocos personajes que alcanzan dimensión legendaria, es el de interpretar su recio personaje mediante múltiples anécdotas y no por la excepcional categoría de la persona que entregó su vida a difundir la poesía. Estas Memorias espero que contribuyan a delimitar bien esa diferencia. Ocurrirá.
Pese a la distancia de edad, tuve la suerte de contar siempre con su confianza, afecto y amistad. Con él conversé, viajé (incluso a Nueva York) y compartí algunas confidencias que me permiten reafirmar su bondad y, por encima de todo, su gran autenticidad bajo la máscara de gran actor.
Entre otras experiencias tuve ocasión de presentarle a un amigo falangista ya fallecido. Ellos, aunque se conocían y admiraban, ni se venían saludando, pero no solo acabaron tomando café juntos sino apreciándose de verdad. De pocas cosas me siento más satisfecho. Y de pocas más agradecido que por su fe en mí y por la acogida que gracias a Pío me hicieron en la intimidad de sus casas escritores como Dámaso Alonso o Antonio Buero Vallejo.
En fin, ante la falsa superioridad, el oportunismo y el fingido trato de conveniencia, siempre se yergue ante mí la bondadosa, enérgica y radical figura del inolvidable recitador. Aunque sus Memorias a mí no me han añadido muchos datos nuevos, me han vuelto a emocionar y han vuelto a ponerme delante su gigantesca talla. La de elegante caballero ilustre que supo ser. ¡Tan distinto y distinguido!.