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Una "pulga" en la Montaña

Vicente Trueba "La Pulga de Torrelavega", un ciclista pequeño y liviano de peso (1,58 m., 58 kgs.), pero un peso pesado cuando las carreteras se empinaban.

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Una "pulga" en la Montaña
19-11-2020
UNA "PULGA" EN LA MONTAÑA

No se puede vivir de los recuerdos, cierto, pero nada impide recordar. Y si hablamos de deporte no se puede comparar el de ahora con el de hace 80 o 90 años, pero tampoco nada impide hacerlo. Y digo esto porque si hay una persona que dio verdadero ejemplo de afán de superación ante las adversidades, cuando estas realmente lo eran y no pequeñas, ése fue Vicente Trueba "La Pulga de Torrelavega", un ciclista pequeño y liviano de peso (1,58 m., 58 kgs.), pero un peso pesado cuando las carreteras se empinaban.

Por sus venas corría sangre pasiega e iguñesa, y él lo que quería ser era carpintero-ebanista. No era sufridor; o mejor dicho, no sabía sufrir. Pero poco a poco, el "veneno" del ciclismo acabó corriendo por su circuito sanguíneo. Buena culpa de ello la tuvo Victorino Otero y Clemente López-Dóriga, dos ex ciclistas con más o menos fortuna (Otero acabó el Tour de Francia de 1924, y consiguió numerosas victorias parciales); también su hermano José. Pero quien realmente vio en él un super clase fue Henry Desgrange, el creador del Tour de Francia.

Así que en 1930 allá que se fueron José y Vicente Trueba. Allí nacería la leyenda, pues el apodo de "La Pulga" ya lo tenía antes de participar en la ronda francesa de aquel año. Allí dejo muestras de su calidad, y allí casi acaba su carrera deportiva. Pero volverá a la carrera francesa en 1932, no como dos años antes, formando parte de un equipo, el español, en el que cada uno tiraba por donde le daba la gana, sino solo. Completamente solo.

Era un "tenebroso", apodo que se daba a los ciclistas individuales porque la mayoría llegaban de noche a la meta. Pero Vicente no se amilanó y afrontó el reto. Nunca llegó de noche. El sol, una estrella, siempre brillaba sobre él. Y él desprendía de sus músculos de acero el mismo calor que recibía de quienes en la orilla de la carretera gritaban, "Allez, allez, puce".

Porque no sé si lo sabrán, pero Trueba en Francia era poco menos que un francés más. ¿La razón? Pues aparte de sus dotes como ciclista, siempre estaba sonriendo. Siempre, incluso cuando la organización se las liaba pardas. No entraré en detalles, pues todo está en mi libro sobre Vicente Trueba, pero sí diré que cuando en 1933 ganó el Gran Premio de la Montaña de la carrera francesa, también como "tenebroso" ahora dulcificado el epíteto como "tourist routier", y finalizó sexto en la clasificación general, él y cinco ciclistas más fueron los únicos de todo el pelotón que entraron dentro de los límites de tiempo respecto al tiempo empleado por los ganadores de etapa, y él fue el primero de los seis que llegaron a París. Es decir, debería haber ganado aquella edición, pero... Sí, el Tour de Francia es el Tour de Francia, pero con sus miserias también, claro está.

Y aquella fue una de ellas, repescar al resto del pelotón porque sus componentes se dedicaron a dormitar mientras Trueba viendo el peligro se marchó del pelotón a la caza de los cinco fugados. Pues ni en esas circunstancias Trueba perdería la sonrisa. ¡Cómo no le iban a querer en Francia! Después están las envidias, faltaría más. Pero eso lo dejaré para otro día, porque hay mucha tela que cortar. Sólo adelantaré que las envidias venían de España. Si es que no cambiamos. ¡País!