Yazmina, Jane de la Selva (Una historia de amor)
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Úrsula Álvarez Gutiérrez
Si yo le hubiera puesto el nombre, la hubiera llamado Augusta, Solemnia o quizá Jane de la Selva, por esa manía suya de acariciarse con las plantas. Pero mi prima la llamó Yazmina. No sé por cuántos años Yazmina y sus extravagancias enriquecieron a nuestra familia. El tamañazo de Yazmina. La parsimonia de Yazmina. La mirada serena de Yazmina. Su excéntrica manera de comer, masticando despacito y echadita, quizá tuvo que engullir demasiadas veces cuando nadie la amaba, quizá caminó demasiado para llegar a casa. Yazmina y el musitar de las hojas, de la terraza o de cualquier sitio, cuando le daba por arrimar su cuerpo de mastodonte para que la acariciaran, quizá aprendió a hacerlo cuando nadie la amaba. La antipatía de Yazmina por Pimienta, mi perrita, el silencio elegante con que abrió su hocico gigantesco para zampársela en un par de ocasiones. Hay que ser elegante de verdad para intentar devorar a la prima sin lucir feroz y soportar la reacción de Hulk, la madre de Pimienta, sin despeinarse.
El año pasado en estos días, Yazmina regresó al cielo. Gracias a ella, nuestros espíritus allá arriba son un poco más felices. Gracias Yazmina por haber vivido. Gracias Yazmina por elegirnos. Gracias Yazmina por las lecciones que nos diste. Gracias Yazmina por tomarte las sopas que no me gustaban. Gracias Yazmina por no comerte a Pimienta.
Te queremos Yazmina, Jane de la Selva. Las ramas de todos los árboles del cielo te acarician ahora.