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LA BUENA GENTE

Por Enrique Alonso

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Llegue, como todas las noches, con ganas de ver a mi hija. Sabía que me había retrasado y tenia que pagar el precio de solo poder mirar, como soñaba. Abrí la puerta y me encamine a su habitación. Allí estaba. Tranquila, abrazada a su osito. Sentado al borde de su cama observe todo su mundo. Sus sabanas y sus dibujos, sus baldas y sus muñecos, sus cuentos, esperando a que su papa, si llegaba, le leyera el de “la pecosita con pelo de maíz”. Todo ese mundo cálido que yo nunca olvidaría.

Me dieron la noticia.

En el mismo instante, un niño de la misma edad lloraba de miedo en la noche. Sin luz, en una tosca y mísera cabaña. Comenzaba el colegio y sus padres estaban “con las vacas” en el monte. Tenía que recorrer ocho kilómetros, cuando caía la tarde, para dormir en la otra cabaña, la del invierno puro y así poder dejarse recoger por el autobús. Sin nadie.

Dos mundos y en medio yo.

Durante la noche me levante tres veces. Tres largas paradas en mi confortable forma de vivir. Tres largos pensamientos. Tres cigarrillos con sabor a nada. Como el destino del niño en la cabaña.

Muy de mañana, conteniéndome por no ir a buscar al niño, me dispuse a arreglar el problema.

Me enteré que a tres minutos de autobús había un colegio con plazas de internado. Pero me di con el frío muro de la indiferencia. El funcionario "bien dormido" me mando al inspector encargado. Este, al director general, que no podía hacer nada porque eran las directrices de su "director manda más". Por cierto, el manda más era un señoríto que en uno de los clubs sociales mas distinguidos de la ciudad "andaba por su casa".
Las horas caían y no tenía solución a la noche oscura del niño de la cabaña. El cigarrillo se consumía mientras, perdido me enfrentaba a septiembre -los treinta días que te devuelven a la realidad- ...la madre que les parió!

Le llame y sin rodeos le conté la historia.  Vale, me dijo, espera que ahora te llamo. Y así fue.

Ponte en contacto con este teléfono y pregunta por Sor Cecilia. Te esta esperando. A las dos horas, dos monjas -benditas monjas- estaban junto a mí. Aquí a mi lado.
Días después, mi hija me acompaño a visitar el colegio donde el niño de la cabaña pasó todo su bachiller.

Hoy, desde aquí, he querido rendir un homenaje al hombre que sin petulancias ni "por favores" me dejó dormir tranquilo, aquella segunda noche y el resto.

Gracias Osoro. Es normal que la buena gente llegue donde solo acceden los buenos.

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