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Cada noche electoral se convertía habitualmente en una gala de triunfadores. Todos los partidos, algunos eufóricos y otros haciendo de tripas corazón, se proclamaban ganadores. Unos porque alcanzaban o conservaban el bastón de mando, otros porque aumentaban su cosecha y los de más allá porque habían evitado la debacle que vaticinaban sus adversarios, todos hallaban algún pretexto para festejar los resultados. La más perfecta demostración de que no se consuela el que no quiere la ofreció Felipe González al ser apeado del poder por Aznar en 1996: «Nunca hubo una victoria tan amarga ni una derrota tan dulce», dijo tan ufano el entonces líder socialista. Y se marchó a casa.

En Andalucía se ha roto solo parcialmente esa tónica. Aunque nadie confesó su derrota públicamente y sin ambages, el descalabro sufrido por PP e Izquierda Unida ha sido de tal magnitud que sus dirigentes no encuentran maquillaje a mano para disimular el batacazo.

Resultado peor de lo esperado, dicen unos, y resultado insatisfactorio, dicen los otros. El PSOE también pierde votos con respecto a las elecciones de hace tres años y obtiene el peor resultado desde que existe comunidad autónoma. Pero su derrota -esta vez sí- es dulce: recupera la condición de primera fuerza, que le había arrebatado el PP en el 2012, y consigue una holgada mayoría en un Parlamento fragmentado. Susana Díaz se propone gobernar en solitario, amparándose en la improbabilidad de un noviazgo entre PP y Podemos, y presta así un buen servicio a Pedro Sánchez: le evita el engorro de anticipar futuros e hipotéticos pactos de Gobierno.

Podemos y Ciudadanos sí pueden sacar pecho. Irrumpen con fuerza en el escenario y demuestran que, al menos uno de los dos, se convertirá en llave después de las próximas elecciones generales. Podemos terminará por engullir a Izquierda Unida y ocupará una parcela del electorado socialista, pero la vertiginosa expansión que le auguraban las encuestas parece haber tocado techo y hay indicios de que empieza a desinflarse. Ciudadanos, por el contrario, se halla en plena ascensión, devora los restos de UPyD y se alimenta a manos llenas en los abrevaderos del PP. Aún tiene recorrido durante el tiempo que falta para las generales.

Las elecciones andaluzas no son extrapolables, pero confirman la tendencia que señalaban las encuestas. El PP cae a plomo y su mayoría absoluta tiene los días contados, aunque está por ver si perderá su condición de partido más votado. El PSOE sigue empantanado en los desastrosos resultados de hace cuatro años y esperando la visita del «efecto Sánchez». Podemos ofrece síntomas de agotamiento en su escalada. Y Ciudadanos, que corre aún fresco como una lechuga, solo aspira a convertirse en bisagra. Con tantas incógnitas abiertas, y de cara a las próximas citas electorales, extraña que los partidos no hayan recurrido el domingo por la noche a la vieja e inefable sentencia de Pío Cabanillas: «Ganamos, pero aún no sabemos quiénes».

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