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PARÍS SIGUE SIN REPONERSE A LA MASACRE DE HACE UNA SEMANA

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Eran las 21.20 horas del viernes 13 de noviembre cuando se escuchó el primer estallido en el Stade de France. Luego una vertiginosa barbarie atravesó el corazón de la noche en el este de Paris. El Carillon, el Petite Cambodge, la Bonne Bière, Casa Nostra, la Belle Equipe, el Comptoir Voltaire. El terror no se detuvo ahí. El Bataclan cerraba un círculo infernal que dejaba en tres horas 130 muertos y 351 heridos. El fútbol, las terrazas, los cafés, los restaurantes, un concierto de música rock y la vida distraída a la que se asoma el fin de semana se rompió de cuajo. Llegaron el caos, el pánico y las lágrimas, la falta de respuesta al otro lado el teléfono, la voz de los supervivientes, la sangre, los cuerpos inertes, las sirenas de las ambulancias, las preguntas. Una semana después, como en una órbita macabra, otro golpe yihadista golpeaba en el centro de Bamako,  la capital de Mali, para dejar claro que Francia no es un blanco exclusivo del Estado Islámico. Al Qaeda se sumó a la ofensiva con al menos 27 muertos.

Una semana después del peor atentado de su historia, algo ha cambiado en Francia. “La libertad atacada por el enemigo es cercenada por el Estado”, advertía en "Libération" la filósofa norteamericana Judith Butler, que estaba en París en el momento de los atentados. Ni el miedo ni la conmoción se han desvanecido, pero los parisinos quisieron ayer ponerse a prueba y demostrar, como hicieron en enero tras los ataques contra Charlie Hebdo  y el supermercado judío de la Puerta de Vincennes, que se niegan a dejarse intimidar. Es verdad que el frío y el ambiente de tristeza todavía palpable en los barrios heridos por la tragedia llevó poca gente a las terrazas, pero quienes tomaban su cerveza o cenaban su hamburguesa con el abrigo puesto lo tenían claro. “Nosotras solemos quedar todos los viernes en el Petit Cambodge y no tenemos por qué que cambiar nuestra costumbre. Por eso hoy hemos venido aquí”, comentaba Bénédictine, de 33 años, sentada junto a su amiga Kattelle, de 32, en el Café Clochette, a unos metros del pequeño restaurante alfombrado de flores donde, como en el Carillon y en el resto de las calles del barrio, se guardó un minuto de silencio a las 21.20.

"NO TENEMOS QUE HUNDIRNOS"

“No estamos aquí por un acto de resistencia sino porque no tenemos que hundirnos. Entendemos que haya gente que tenga miedo, pero hay que seguir adelante”, apostillaba. Dentro del bar, Marvin, un camarero de 20 años, admitía que la situación era “difícil de vivir” pero que la solidaridad y la fraternidad ayudan a pasar el mal trago. “Esa dimensión sentimental es muy importante. La gente todavía está muy marcada, pero pasado un tiempo eso cambiará”.

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Con algo de repelús se había sentado Bartolomé, un español de 25 años, en la terraza del American Kitchen. Su amigo Marco, mexicano de 23, le había convencido. “Al fin y al cabo te puede pasar en cualquier sitio, quien sabe si en el metro”. Navegando entre el optimismo y la precaución los dos llegaron a la conclusión de que París se recuperará del golpe, como lo hizo Madrid tras el 11-M o Nueva York después del 11-S. “Somos optimistas. No nos queda otra”. Dentro del local, la joven Chloé, que deambula de la cocina a la terraza no oculta que hay mucha menos gente y que un escalofrío le recorrió el cuerpo cuando durante el minuto de silencio se apagaron las luces. El latigazo del recuerdo. En las paredes, muchos mensajes. “Mañana no tendremos miedo” de George Moustaki mientras la música se hacía presente con las notas de un clarinete. Aires de jazz en un viernes frío.

"ESTOY EN LA TERRAZA"

En la plaza de la República, convertida más si cabe en un símbolo de la fortaleza republicana, la gente se daba la mano rodeando la mítica estatua de Marianne o alzaba enérgicamente la cabeza y el puño en señal de resistencia. Hubo champán y cánticos.  Y una multitud se congregó en torno al Bataclan con velas y flores. 

En los últimos días, las redes sociales hervían de mensajes animando a todo el mundo a no dejarse impresionar. En Twitter, Facebook o Instagram el mismo eslógan: ‘Je suis en terrasse’, escrito en letras blancas y grises sobre fondo negro, como el popular ‘Je suis Charlie’ que canalizó la solidaridad mundial tras el ataque de los hermanos Kouachi contra la irreverente revista. Otro llamamiento se hizo viral: el de una enérgica y combativa jubilada que animaba a sus compatriotas a leer (o releer) los recuerdos de juventud que dejó Ernest Hemingway en ‘París es una fiesta’. La literatura como forma de resistencia.

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