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Fútbol, coches y adolescentes

Por LUIS DEL PIÑAL

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Es miércoles. Desde hace unos años, en el colegio La Atalaya de Santander, eso significa que está prohibido practicar fútbol durante el recreo. No es el primer colegio ni instituto que lo hace y, como pasa siempre, la mayoría de la gente no entiende a qué se debe. Probablemente tú, como muchos otros, pensarás que es más sano para los niños y adolescentes que aprovechen sus descansos para hacer deporte que para estar, simplemente, hablando con sus amigos.

En su momento, yo también pensaba así. A pesar de que juraría no haber jugado al fútbol durante mi niñez en ningún recreo, no tenía ni idea de qué podía tener de negativo. Por lo que intenté entenderlo y, en estas líneas, me gustaría explicar las conclusiones obtenidas.

Lo primero, debemos analizarlo desde un punto de vista de utilización del espacio. Una pista de fútbol ocupa algo más del doble de una de baloncesto y unas cinco veces más que una, por ejemplo, de voleibol. El espacio de los patios de los colegios e institutos es bastante limitado, por lo que nos encontramos con que al primar el fútbol respecto a otros deportes lo único que conseguimos es que se pueda practicar menos diversidad deportiva. Y no, jugar al baloncesto en una pista con dimensiones de fútbol-sala no lo aguanta ni LeBron James.

Poniendo de ejemplo el instituto donde estudié, veremos que 1660m2 de los 2450m2 totales están monopolizados por el balompié. Más de dos tercios del espacio para un total de 400 alumnos está siendo usado en exclusiva por una veintena de personas. No es una excepción, unas cifras muy parecidas nos encontraremos en otros de los institutos y colegios analizados.

Además, al hablar con profesores y alumnos, nos daremos cuenta de que la zona de uso que ocupa el fútbol no se limita en exclusiva al área dentro de las líneas del campo. “Suprime de tu plano toda la zona detrás de las porterías”, me dice un profesor, “al no haber una red detrás de las porterías, el estar ahí es jugarte que te den un balonazo”. Profundizando en quién se beneficia de este monopolio deportivo, comenta que en su mayoría son “alumnos varones de tercero y cuarto de la ESO”. Me explica que en su centro, el IES La Marina, han intentado que puedan jugar todos los alumnos, pero que ha sido “infructuoso”.

Y el resto, ¿qué hace durante el recreo? “El fútbol no nos gusta, lo que hacemos es charlar, estar con mis amigas, aprovechar para comer algo…” me responden a la pregunta. Lo que no está tan claro es el dónde: “en las escaleras, en los pasillos…”. Nunca había sido consciente, y probablemente tú tampoco, de que el ‘monopolio del fútbol’ acaba haciendo que una mayoría del alumnado pase sus descansos en escaleras y pasillos.

Reduzcamos las pistas de fútbol, demos prioridad a otros deportes y pongamos entonces bancos y mesas en las zonas verdes del patio para que los alumnos no pasen sus descansos en los pasillos propuse hace tiempo a un instituto de Cantabria. La idea les pareció buena. Todo el equipo directivo estaba de acuerdo con ello, pues veían la desigualdad que causaba el diseño profútbol de su patio.

Tal vez, y solo tal vez, si no llego a abrir mi enorme bocaza y comentar que, el patio tendría el doble de tamaño si suprimiéramos el aparcamiento privado que tiene el profesorado, mi propuesta se hubiera hecho realidad. A veces, a mí me cuesta callarme y a otras personas renunciar a sus privilegios.

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