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Virtudes públicas, vicios privados.

Por GUILLERMO PÉREZ-COSÍO

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A finales de 1962, un músico de jazz de color nacido en Antigua y Barbuda, con un historial de delitos menores a sus espaldas, bajó de su taxi en un barrio de Londres y se dirigió hacia la puerta del piso donde vivía su expareja de 20 años, una guapa modelo que se ganaba la vida como bailarina de striptease. La joven se negó a abrirle y él pasó a la acción: sacó un revolver y disparó siete tiros sobre la puerta con intención de reventar la cerradura y acceder a la vivienda. No lo consiguió porque la policía, alertada por los vecinos, hizo su rápida aparición en el lugar y se llevó detenido al autor de los disparos.

El hecho, que no pasó de ser eso que hoy se calificaría como un incidente de violencia machista, a medida que avanzaban las investigaciones fue transformándose en un escándalo sexual de grandes proporciones que incluso habría puesto en peligro la seguridad del Reino Unido en plena Guerra Fría y en un momento de especial gravedad debido a la crisis de los misiles soviéticos instalados en suelo cubano que apuntaban hacia su poderoso vecino de norte.

Se descubrió que la joven, Christine Keeler, había mantenido el año anterior una breve relación de apenas unas semanas con John Profumo, el todopoderoso ministro de Guerra del Reino Unido, casado a su vez con una conocida actriz, y que la bailarina también había sido amante del agregado naval de la embajada soviética en Londres, un personaje que, aunque amparado bajo el paraguas diplomático, como potencial espía se encontraba junto con la propia Christine sometido a vigilancia por el servicio secreto británico.

Estas son las líneas generales de un apasionante suceso en el que también existieron otros muchos protagonistas, a cada cual más interesante, y que además de constituir un notable escándalo político, sexual y de espionaje, terminó teniendo un enorme impacto en la propia sociedad británica y en general en los países de habla inglesa. Este interés del público pronto se vería reflejado por la cultura popular en multitud de publicaciones, películas, series de televisión e incluso canciones, también surgidas entre nosotros, como la titulada Señora Kleenex(“Cristina Killer, affair Profumo, escándalo a nivel internacional.Señora Kleenex, señora Pulitzer, escándalo a nivel internacional”, cantaban Alaska yDinaramaen 1983, 20 años después de destaparse el suceso).

En España, un país mucho menos puritano que cualquier otro de raíz anglosajona, los secretos de alcoba de los políticos por regla general se consideran privados y no constituyen materia de escándalo ni despiertan interés alguno entre el público, salvo para los profesionales del chafardeo.

A diferencia de lo que ocurre en otros países, en el nuestro es difícil encontrar algún caso en que un escándalo sexual (generalmente un adulterio) acabe con una carrera política. Tal vez el ocurrido con una concejal del Ayuntamiento de los Yébenes (Toledo) en el que, sin embargo, creo que pesaron otro tipo de cuestiones más que las estrictamente morales derivadas de su probada infidelidad para atraer el interés de los medios de comunicación sobre ella y poner fin a su actividad política.

Sobre esto mismo también me viene a la cabeza el caso ocurrido hace ya unos quince años de la joven abogada madrileña conocida como la Dama de Marbella, testaferro de Juan Antonio Roca, el principal imputado de la Operación Malaya, que entonces se vinculó en el plano afectivo con el entonces alcalde de Madrid; pero esto último no impidió que poco después el aludido dejara la alcaldía para ocupar el ministerio de Justicia del primer gobierno de Mariano Rajoy, algo impensable en el mundo anglosajón.

Por eso lo que estamos conociendo estos días de la denominada Operación Mediador me resulta tan sorprendente. Uno de sus principales intervinientes, el llamado “Tito Berni”, niega su participación en una trama de corrupción que los medios de comunicación apuntan que se desenvolvía nada menos que en el Congreso de los Diputados y la Dirección General de la Guardia Civil, pero se ha apresurado a reconocer su humana debilidad al juntarse con prostitutas y ha pedido disculpas por ello a su familia.

En este caso, como ocurrió con la concejal de Los Yébenes, no son las consideraciones morales las que atraen la curiosidad de la opinión pública, sino la existencia de unas fotos que son motivo de mofa y befa y que, de no aparecer vinculadas a un tema muy serio de corrupción, carecerían del más mínimo interés para la opinión pública.

Nada que ver en todo caso con ese fascinante episodio de espionaje, sexo e intriga desarrollado en la segunda mitad del pasado siglo con el que iniciábamos este artículo y que se llevó por delante al gobierno entero del conservador Harold Macmillan. Al menos en esto último esperemos que no haya diferencias con nuestro caso.