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Calvofobia. O porqué los calvos se suicidan 10 veces más que las mujeres con pelo

Por ANTONIO AGUIRRE MERODIO

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El feminismo de tercera ola puso encima de la mesa cuestiones muy importantes respecto a la autovaloración física personal. El público general empezó a cuestionarse la moralidad de criticar a otras personas por su cualidades físicas y nacieron neologismos como “gordofobia”. Se comenzaron a ‘cancelar’ chistes de gordos/as, flacos/as, de narices grandes o de personas con seis dedos. Aquellas revistas que antaño hacían reportajes sobre la celulitis de las famosas y te daban consejos sobre cómo adelgazar 5kg en 5 días transformaron su línea editorial en artículos del tipo ‘Aprende a quererte tal y como eres’.

Por primera vez se hablaba de nuevos tipos de discriminación, un problema social que afecta a diversas comunidades en todo el mundo, saliendo de los márgenes del etnia, género o religión. Sin embargo, a pesar de todos los avances que ha habido sobre este tema, hay un grupo que suele ser pasado por alto en esta conversación: las personas que padecen alopecia, o como comúnmente se refiere a nosotros: los calvos.

La discriminación hacia las personas calvas o calvofobia es una realidad que merece ser analizada y abordada, ya que no solo perpetúa estereotipos dañinos, sino que también afecta la autoestima y la calidad de vida de quienes la padecen. En las siguientes líneas intentaré hacerlo desde un punto de vista objetivo, intentando aportar datos de diferentes estudios científicos. Espero con estas líneas ayudar a todas las personas que padecen alopecia e intentar aportar mi granito de arena a generar una sociedad en la que no tengan que pasar por lo que calvos como yo hemos pasado.

Es curioso, pero el alopécico es el último que se da cuenta que se está quedando calvo. En mi caso fue a los 19 cuando ya la cosa era patente, cuando ya el cartón era más que evidente. Yo no me di cuenta poco a poco, porque, como decía al principio, tú eres el último en darte cuenta. Recuerdo perfectamente el día en el que, en un festival de música, me dolía la cabeza como si me la hubiera quemado. Cogí una cámara de fotos y me saqué una foto a la cabeza. Y lo ví. Había estado ciego durante mucho tiempo. Ahora entendía todos los chistecitos que desde hacía meses había tenido que aguantar de mis amigos. Había dejado de ser Toño, ahora era El Calvo.

*Inciso: Aún a día de hoy, viente años después de aquello, sigue sin haber crema de sol para personas con poco pelo. 

Los insultos y faltas de respeto respecto a la calvicie están tan a la orden del día que es una de las dos únicas enfermedades que tiene un sustantivo propio para referirse a los enfermos. Durante 3 años fui la diana de las bromas de mis amigos, sin ser ellos conscientes de que esos chistes hacían que me pasara las noches llorando en mi habitación. Y no les juzgo, era imposible que fueran conscientes del daño que hacían porque este tabú nunca se ha roto en nuestro país. Nadie ha dicho nunca jamás que está mal hacer chistes de calvos.

*Otro pequeño inciso: En realidad, alguien decidió dejar por escrito en la Biblia (Reyes 2:23-25) que reírse de alguien por ser calvo era un grave pecado, pero por lo visto este saber se fue perdiendo en nuestro saber popular de influencia católica y apostólica.

A los 22, tras llevar 4 años trabajando como un descosido, decidí gastar todos mis ahorros en un implante de pelo. Podría habérmelo gastado en un BMW, como muchos de mis compañeros de andamio, pero yo no quería coches ni viajes ni la entrada de un piso, yo lo único que quería era volver a ser una persona normal.

Han pasado 18 años de aquello y ahora puede que haya más información al respecto, pero en aquel momento nadie me contó lo que era aquella operación. Pasé casi 20 horas en un quirófano, sufriendo los dolores de los pinchazos de agujas una y otra y otra vez. Tras eso, seis meses de recuperación y un tratamiento de pastillas que, ya te avisaban, causaban cáncer de próstata. Pero te da todo igual. Cuando eres joven y calvo lo único que quieres es que todo acabe, sólo quieres volver a ser una persona normal.

Pensaréis que estoy exagerando, que no es para tanto, que soy un llorón. Y es que yo siempre pensé que lo era, hasta que poco a poco, fui saliendo del armario respecto a lo mal que se pasaba con otros amigos calvos de mi máxima confianza. Y sorpresa, ellos habían sentido exactamente lo mismo. Soñaban cada noche con volver a ser normales.

Y es que la calvicie ha sido asociada con una serie de estereotipos negativos. En nuestra cultura popular es tan así, que hay un famoso canal de YouTube de análisis de películas que hace años llegaron a la conclusión de que si en una película había un calvo, este era el malo. Y no, no me vengáis ahora con Bruce Willis, Vince Diesel y el tío ese de Transporter que ni me acuerdo como se llama. Esos son 3 casos de rapados entre miles y miles de actores. ¿O acaso me podéis poner un ejemplo de algún protagonista de alguna película con rodapié? No, no podéis hacerlo. Y, de hecho, si os pregunto por actores calvos que no estén rapados sólo se os va a ocurrir decirme actores cuyos únicos papeles son el de ser el alivio cómico.

La calvicie siempre se ha considerado como sinónimo de envejecimiento, falta de atractivo, debilidad o incluso falta de virilidad. Estas concepciones erróneas han llevado a la discriminación hacia las personas calvas en diferentes ámbitos de la vida, como el empleo, las relaciones personales e incluso en la representación mediática, como aquí comentaba. No, las noticias de la tele nunca te las va a dar un calvo, te las va a dar una persona normal.

Otra de las cuestiones que más me han sorprendido, es la discriminación calvófoba que sufrimos los alopécicos en el ámbito laboral. A menudo, se asocia la calvicie con una falta de confianza o capacidad para desempeñar ciertos roles o puestos de trabajo; llegando incluso a ser común que se nos obligue a raparnos si vamos a trabajar de cara al público. Sí, esto es tal cual. ¿Os imagináis cómo se pondría todo el mundo si le exigieran que corrigiera sus dientes para trabajar en un bar de copas o que creciera más cuando entrara a trabajar en una tienda de ropa? Pues esto es algo que los calvos sufrimos día sí y día también. Por no hablar de los prejuicio que sufrimos las personas calvas y estigmatización durante el proceso de selección de personal, lo que limita nuestras oportunidades laborales y socava nuestra autoestima. Dicho de otra: si estás en un proceso de selección para un puesto laboral de cara al público, jamás vas a coger el currículo de un calvo.

Ahora, me gustaría analizar lo que es más importante y siempre me ha sorprendido que siga existiendo un tabú al respecto: la calvofobia mata. La discriminación hacia las personas calvas no solo tiene repercusiones externas, sino que también afecta profundamente la autoestima y la calidad de vida de quienes la sufren. La presión social para tener una apariencia física idealizada genera sentimientos de vergüenza y rechazo en las personas calvas. Esto genera problemas de autoestima, ansiedad y depresión, afectando su bienestar emocional y mental. De hecho, los casos de trastornos ansioso depresivos en las personas calvas entre 20 y 40 años son siete veces mayores que entre los varones con pelo. Lo que acaba provocando, junto a otros factores externos, que si analizamos los datos de menores de 40 años, vemos que el suicidio en el colectivo de varones calvos es casi diez veces mayor que el de mujeres, una cifra que sólo supera el colectivo trans.

Está claro que es fundamental tomar medidas para combatir la discriminación hacia las personas calvas y fomentar una cultura de inclusión y respeto. Esto implica desafiar los estereotipos arraigados y educar a la sociedad sobre la diversidad de belleza y el valor intrínseco de cada individuo, más allá de su apariencia física.

Además, es importante que las personas calvas se sientan empoderadas para desafiar los estereotipos y luchar contra la discriminación. Al compartir historias de éxito y superación, se puede inspirar a otros y generar conciencia sobre la injusticia de juzgar a las personas por su apariencia.

Por otro lado, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento también desempeñan un papel crucial en la lucha contra la discriminación hacia las personas calvas. Es necesario promover una representación más equitativa y diversa en la pantalla, donde la calvicie no se asocie automáticamente con personajes débiles o cómicos, sino que se refleje la realidad de una amplia gama de experiencias y capacidades.

Me gustaría finalizar concluyendo que la calvofobia, o discriminación hacia las personas calvas, es un problema serio que no debe pasarse por alto. Es esencial reconocer que la apariencia física no define el valor o las habilidades de una persona. Al desafiar los estereotipos y fomentar una cultura de inclusión, podemos crear un mundo más equitativo y respetuoso, donde todos sean valorados por lo que son, más allá de su apariencia. La calvicie no debería ser motivo de discriminación, sino un recordatorio de la diversidad y la belleza de la humanidad en todas sus formas.

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