A vueltas por mi pueblo de Quijano de Piélagos
Como de costumbre me pasé a dar una vuelta por su cementerio en el cual reposan mis muertos, y que son todos aquellos que en menor o mayor medida han formado parte de mi vida.


Tenía yo cinco años, casi seis, pero lo recuerdo perfectamente.
Ayer fue San Roque, patrón de mi pueblo, y como de costumbre me pasé a dar una vuelta por su cementerio en el cual reposan mis muertos, y que son todos aquellos que en menor o mayor medida han formado parte de mi vida, pues todos ellos dejaron en mí su particular huella (hay más, pero están en otros cementerios). Es decir, forman parte de mí. Entre ellos se encuentran los despojos y las cenizas de mis padres que reposan juntos en un columbario de dicho camposanto.
También rendí tributo a mi primer muerto, que precisamente se llamaba Roque (Zarrabeitia), y ante su tumba recordé cómo su hija Maruja, ya viuda y con la que convivía, nos mandó recado a su nieto Beltrán y a mí para que fuéramos a dar noticia a su hermano de la muerte de su padre y que vivía a unos 500 metros: "Corred, id a decirle a Chus que se ha muerto Roque".
Era mediada la tarde. Mandado que no cumplimos, pues como niños que éramos a medio camino decidimos que era mejor irse a jugar con los amigos. Y eso hicimos. Total, que se nos olvidó dar aviso, porque a nuestra tierna edad no dábamos importancia a la muerte.
De regreso a casa, ya casi de noche, nadie nos reprochó nada. Me colé entre el gentío que allí había velando ya a Roque, y de puntillas me asomé al cristal que dejaba ver la cara del finado, alumbrada por cuatro bombillas, una en cada esquina del féretro . Me impresionó. Mucho.
Si, tenía yo cinco años, casi seis, pero lo recuerdo perfectamente.
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Foto: Retablo de la iglesia parroquial de Santa Columba de Quijano, Piélagos, Cantabria. Ángel Neila.